En lo personal, uno de los mejores momentos que ofrecen las tesis de Beatriz Colomina es cuando enlaza la arquitectura con la salud. Siempre me ha gustado la idea de lo que expone.
«La arquitectura moderna era entendida de forma unánime como una suerte de equipo médico, un mecanismo para proteger y mejorar el cuerpo».
Colomina, Beatriz – La domesticidad en guerra – Ed. Actar
Fruto de esto podemos encontrar el desarrollo de los sanatorios de tuberculosos de los años 30 o ver como el césped de la vida suburbana tenia un sentido de curación de los trastornos tanto físicos como mentales, ocasionados en la traumática guerra.
Es evidente que existe una relación entre las condiciones de vida y la salud: el higienismo derivado de las malas condiciones -laborales y domésticas- de la revolución industrial es una clara muestra de ello. Apertura de calles, ordenación urbana, normativa de los inmuebles… son resultados de muchos años (miles) trabajando sobre este tema.
Y seguimos haciéndolo, en mi escuela por ejemplo, es muy normal encontrar referencias a la luminoterapia, aromaterapia,… todomalquetengaterapia.
La arquitectura, como buena heredera del movimiento moderno, sigue pensando que puede ser un dispositivo médico, un elemento capaz de aliviar los males urbanos (la ciudad, y su estilo de vida es por tanto sucio y tenebroso) tales como el estrés… Pero aludiendo ahora a cambios fisiológicos (trabajando en la química biológica). Estamos entrando en un mundo farmacológico, que diría Beatriz Preciado, y la arquitectura parece intentar ir a la zaga.
Pero, ¿puede la arquitectura trabajar desde ámbitos exclusivamente pertenecientes a la medicina? Y si es así ¿puede esa arquitectura responder a algo más que solo esa necesidad curativa? ¿Es la arquitectura tan buena, tan capaz de resolver todos los males?
Dudas, opiniones…. porque yo no lo sé.
Pedro Hernández · arquitecto
ciudad de méxico. noviembre 2013