Vamos a realizar un recorrido por un Madrid Inédito, donde descubriremos edificios que corresponden al movimiento moderno en la arquitectura. Empezando por algunos edificios racionalistas de los años 30 o 40 del siglo XX, y terminando por los cuatro rascacielos del Paseo de la Castellana, cerca de la Plaza de Castilla.
Edificios, muchos de ellos, muy reconocidos en la historia de la arquitectura contemporánea.
Empezaremos por los principios del siglo XX. Es entonces, cuando en Viena, en 1930, el arquitecto Adolf Loos escribe su libro «Ornamento y Delito«, que va a ser el manual de cabecera de los arquitectos que le preceden. En él sugiere simplificar los adornos de las fachadas e interiores y apostar por líneas rectas y sencillas.
Comienza, entonces, el Movimiento Moderno en la arquitectura, ligado también a la Bauhaus, a Gropius, a Le Corbusier y a los Congresos de la CIAM, Estos últimos se celebraron en Europa con la intención de reunir a políticos, filósofos, arquitectos, urbanistas, etc. para edificar viviendas que cumplieran con las condiciones de alojamiento masivo, salubridad, sencillez, economía y funcionalidad. Había que reconstruir las ciudades destruidas después de las guerras y querían hacerlo de manera distinta.
En España, fue el Movimiento GATEPAC -formado por un grupo de arquitectos activo desde antes de la Segunda República-, quien promovió la arquitectura racionalista.
En Madrid hay algunos ejemplos de esta arquitectura rompedora para la época, en la que abundaban los edificios eclécticos y afrancesados, como son los de la Gran Vía. Y otros, mucho más modestos, donde se hacinaban personas alrededor de patios vecinales, como las famosas “corralas”.
El recorrido lo empezaremos por la Gasolinera de Porto Pí, situada en la Calle Alberto Aguilera y diseñada por Casto Fernández Shaw en 1927. Es considerada como el origen de la arquitectura moderna española.
Como obra pionera, en ella se mezclan referencias al pasado con guiños a la modernidad y al progreso.
La torre se concibió como una chimenea de barco, las marquesinas como las alas extendidas de un aeroplano, dando todo un resultado expresionista único. La preocupación de su autor por las «nuevas tecnologías», se pone de manifiesto en todo el edificio.
Consta de dos partes principales: la marquesina, como símbolo de la aeronáutica, y la torre que alude a las chimeneas de los buques. El mar y el aire van juntos. La velocidad y el futuro se unen a ellos.
En la década de los veinte del siglo XX, no había gasolineras en las carreteras. Casi todas ellas se encontraban en las ciudades o pueblos y eran sencillos surtidores sobre las aceras.
La gasolinera de Alberto Aguilera fue revolucionaria en este y otros sentidos, siendo uno de los primeros intentos de dar valor a estas instalaciones. Se considera el nacimiento en nuestro país de lo que ahora se llama estación de servicio.
El derribo de la torre de la gasolinera en 1977, con nocturnidad y alevosía, fue una maniobra especulativa del Hotel que actualmente la rodea. La presión de particulares y asociaciones, como el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, consiguió que se restituyera y que su imagen fuera acorde con el espíritu que su diseñador intentó dar.
En todo caso, era la única alternativa que tenía el Hotel de existir, ya que el tema llegó a manos del Ayuntamiento que impuso como condición, la reconstrucción de la gasolinera.
De ahí nos vamos a la Casa de las Flores de Secundino Zuazo de 1931, en la Calle Hilarión Eslava. Su patio ajardinado central ha supuesto un modelo para los estudiantes de arquitectura de todo el mundo.
Los balcones, decorados con jardineras y las flores de su patio central, fueron los elementos de donde surge el nombre del edificio.
Es uno de los conjuntos más representativos de la modernidad racionalista de los años treinta y consta de cinco pisos de ladrillo. La planta baja tiene una serie de arcadas elípticas que coinciden con los soportales y con los escaparates de algunos locales.
A ambos lados, y en dirección norte-sur, dispone de dos cuerpos paralelos de cinco casas distintas cada uno.
Cuando Pablo Neruda fue nombrado cónsul en Madrid en 1934, su amigo Rafael Alberti le encontró esta casa como lugar donde vivir.
“Yo vivía en un barrio de Madrid, con campanas, con relojes, con árboles. Mi casa era llamada la casa de las flores, porque por todas partes estallaban geranios: era una bella casa con perros y chiquillos”.
Pablo Neruda, expresa así cómo el edificio, en el que vivió en Madrid entre 1934 y 1936, se convirtió en inspiración para su obra.
La defensa de Madrid durante la Guerra Civil, con el frente cerca de la casa, provocó que sufriera grandes daños. Fue restaurada en los años cuarenta y en el año 1981 declarada Monumento Nacional.
Continuará en Madrid Inédito (II)
Cristina García-Rosales, arquitecta.
Madrid, julio 2017.