“Puedo usar un espejo, que muestran las cosas como se ven,
o puedo usar un mapa, que muestran las cosas como son pensadas.”E. Gombrich
Un mundo de papel
Los mapas constituyen una representación gráfica del territorio. Pero también, a su vez, siempre han constituido un instrumento de ideología y poder. Responden a la necesidad de ubicar procesos y hechos, tanto pasados como futuros, nos hablan de un orden social en un tiempo y en un espacio concreto.
J. B. Harley, en La nueva naturaleza de los mapas1 los define como una construcción social del mundo expresada a través de la cartografía. Sin embargo, matiza, los mapas nunca son neutrales, ni siquiera completamente científicos. Analiza las presiones que comprometen la independencia del cartógrafo: limitaciones financieras, económicas o políticas.
“A lo largo de la historia el cartógrafo fue un títere vestido con un lenguaje técnico, cuyos hilos eran manejados por otras personas”.
El mapa se convertía así en un documento que iba más allá de la representación de la imagen física de un lugar. En este hilo discursivo, el autor considera el mapa como un arma más del imperialismo, ya que, en palabras del autor,
“En la medida en que los mapas se usaron en la promoción colonial y se adueñaron de las tierras en papel, antes de ocuparlas efectivamente, los mapas anticiparon el imperio”.
Este argumento es válido tanto para lo que expresan los mapas como para lo que silencian. Se convierten en un documento intermedio entre lo que trata de decir y lo que procura omitir. Invita a analizar estos documentos como una “búsqueda de silencios”. Un mapa contenía lo real; lo que no se veía, no existía.
El propio sistema de representación manipuló la configuración del mundo. En este aspecto, resulta ilustrativa la proyección terrestre de Mercator (1569), que si bien logró crear un mapa que no distorsionara los ángulos para la navegación, reflejó del mismo modo una imagen del mundo con una Europa central en una posición privilegiada y hegemónica pero a la vez deformada y alejada de las altitudes altas. A partir del siglo XVII se avanzó hacia una racionalización científica del mapa, en un intento de traducir verdades cartográficas con una precisión matemática, independientes y objetivas.
Una imagen del tiempo y del espacio
Italo Calvino, en El viandante en el mapa2, subraya como la primera necesidad del mapa la de fijar sobre el papel una sucesión de recorridos, de viajes. Este transcurrir de etapas, se expresa muy bien en sus primeras representaciones, realizadas a través de rollos de pergamino que mostraban sucesivamente los hitos del recorrido. Son imágenes que no pretendían tanto de expresar una verdad física y territorial como un sentido lineal. Se tratan de documentos que privilegian el recorrido terrestre: ciudades, aldeas, distancias, etc. Así lo atestigua la Tabula Peutingeriana, un mapa que refleja las posesiones, los recorridos y las conexiones del Imperio Romano. Calvino ve en esas primeras representaciones cartográficas
“la necesidad de abarcar en una imagen la dimensión del tiempo junto con la del espacio”.
Lejos de fijar una traducción literal del territorio, en diversas representaciones aparecen unos mapas diagramáticos más interesados en los flujos que en la morfología terrestre o marina. Es el caso de los mapas de madera de las Islas Marshall, compuesto por palos y conchas. Estos artefactos constituían una información encriptada y privilegiada sobre la disposición de cientos de islotes, así como de las corrientes marinas de esa parte del océano que permitían la navegación de las canoas por las islas de la Polinesia.
A partir del siglo XVII la elaboración de mapas adquirió una asombrosa precisión científica, impulsada por cartógrafos venecianos y holandeses, en un intento de reflejar un territorio donde, paradójicamente, las fronteras entre la tierra y el agua eran inciertas.
Un mundo digital
Ya en pleno siglo XX, la necesidad de clasificar el mundo derivó en la creación en 1940 del sistema de coordenadas Universal Transversal de Mercator (UTM), que sectorizó el planeta en sesenta zonas de precisión. Posteriormente, en 1978, se produjo una nueva revolución al lanzarse el primer satélite de los veinticuatro que iban a configurar el Sistema de Posicionamiento Global (GPS). Una red de satélites sustituiría la visión cartográfica clásica a través de una piel tecnológica que trataba de envolver al planeta. A partir de entonces, un mundo digital compuesto por la precisión y la constante actualización de los datos ha venido a crear una serie de documentos que reflejan los continuos y veloces cambios del mundo actual.
Ya no sólo se mapean territorios. Existe una voluntad irreprimible de expresar gráficamente acciones, flujos, situaciones, deseos, etc.; todo aquello que pueda configurar de algún modo la compleja realidad contemporánea. En este sentido, hemos entrado en la era de los datos masivos (Big Data), de la acumulación de información absolutamente interconectada. A partir de 1924, los descubrimientos de la mecánica cuántica
“destruyeron para siempre el sueño de la medición exhaustiva y perfecta”.3
El nuevo paradigma de la complejidad ya no busca los efectos causales, reniega de la lógica positivista; acepta cierto grado de imprecisión y desorden a cambio de la posibilidad de correlacionar grandes cantidades de información.
A mitad de siglo XX irrumpe una voluntad de obtener mapas específicos que reflejaran la acción humana. Mapas sociales, ecológicos, subjetivos, emocionales, etc. Mapas que anteponen los flujos a la materialidad de la ciudad. Una realidad que empezó a desmaterializarse a través de los vectores de deseo, como reflejó Debord en “The naked City” (1957), donde la morfología urbana era literalmente borrada en algunas zonas de la ciudad; o más recientemente, los planos de Twitter o Flickr que privilegian más las conexiones que la territorialidad.
Y en este intento de mapear la realidad, aparecen dos nuevos protagonistas: Amazon y Google. Por un lado Amazon apuesta por la digitalización de documentos, de contener la información. Google, sin embargo, apuesta por la datificación, la acumulación de datos que, a través de sus intrincadas relaciones y de numerosos clics, contienen la llave del mundo.
A partir de allí, surgen una serie de agencias (MarketPsych, Thomson Reuters,..) que captan innumerables datos para generar diversos índices que intentan reflejar, no ya verdades sobre el territorio, sino cuestiones tan etéreas como el optimismo, la melancolía, el miedo, la cólera, la innovación, el conflicto, etc. Y estos datos ya no pueden ser manipulados ni asimilados por una mente humana. Son potentes máquinas programadas las que buscan
“correlaciones inadvertidas que puedan traducirse en beneficios (…) Los estados de ánimo han quedado datificados”.4
Ignacio Grávalos – Patrizia Di Monte. Arquitectos (estonoesunsolar)
Zaragoza-Venezia-Foggia. Abril 2015.
Notas
1 Harley, Brian. “La nueva naturaleza de los mapas”. Fondo de Cultura Económica, 2005.
2 Calvino, Italo. El viandante en el mapa, en “Colección de arena”. Siruela, 2002.
3 Mayer-Schönberger, V; Cukier, K. “Big Data. La revolución de los datos masivos”. Turner, 2013.
4 Mayer-Schönberger, V; Cukier, K. Op. cit.