Arquitecturas de la utopía.En 1945, con veinte millones de muertos a la espalda y el mundo fracturado en bloques, la URSS necesitaba construir un faro nítido para el movimiento comunista internacional; se proyectó para ello un gran Palacio de los Sóviets y, a su alrededor, siete espectaculares torres. Cada vysotka sería diferente pero el conjunto -moles de ladrillo más anchas que altas, con caprichosas geometrías de aire retro y unas treinta plantas de altos techos- unificaría estilos arquitectónicos y mensajes políticos. La física y otras leyes vendidas al imperialismo impidieron a los arquitectos del PCUS levantar una silueta de Lenin de suficiente tamaño para que en su índice derecho cupiese el despacho del batono Iósif Stalin, pero sus siete atributos quedaron esparcidos en lugares estratégicos de la ciudad. Sesenta años después, Moscú es tan conocida por la Plaza Roja como por esta corona de espinas que alberga misterios y ministerios, el hotel Ukraína, la Universidad Lomonósov y algunos centenares de viviendas donde aún vegeta una heterogénea élite fruto del primer socialismo, superviviente de la Revolución, la guerra civil rusa y las dos guerras mundiales.
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