El crecimiento normal de las ciudades a menudo se produce de forma concéntrica, desde el centro hacia la periferia. En este lento pero continuo movimiento de expansión la actividad más urbana del centro va absorbiendo la periferia de la ciudad. Va transformando sus usos característicos, como el industrial o el de infraestructuras de comunicaciones en otros más propios del centro ciudad como el terciario o el residencial.
Hace escasamente dos años, antes de la aparición de la tan comentada crisis económica, la actitud de todos los planes urbanísticos pasaba por la «tabula rasa», es decir por el derribo de todos los elementos preexistentes hasta generar un espacio vacío que volver a ocupar. Esta metodología además de económicamente insostenible, ya que no intenta aprovechar ni las virtudes de las estructuras existentes, borra todo vestigio de identidad, memoria o historia que el lugar, una fábrica o cualquier otro espacio previo hallan podido acumular con el paso del tiempo. Esta actitud basada en el valor de lo nuevo por encima de cualquier otra característica puede calificarse hoy de obsoleta y agotada.
Una propuesta urbanística que pone de forma rotunda en cuestión este modelo es la de los llamados «Jardines de las Fundición» ubicados en Nantes y considerado uno de los proyectos urbanos en construcción más grandes de Francia. El desarrollo se extiende en la longitud de una isla fluvial generada por el río Loira a su paso por el centro urbano de Nantes. Dirigido por Alexandre Chemetoff desde 1990, el proyecto consiste en la transformación de una fábrica de fundición y del distrito de almacenes fluviales levantados durante décadas a su alrededor en un barrio de viviendas de 350 hectáreas. El proyecto urbanístico desarrollado se basa en dos ideas fundamentales, sacar el máximo provecho de las estructuras existentes sin necesidad de demoler ningún edificio y en tener en cuenta la historia y la geografía del lugar, y por lo tanto su entorno social.
Mantener la estructura de la fábrica que dio origen y en la que trabajaron centenares de habitantes de Nantes era además de una ventaja económica dado que sus espacios podían reaprovecharse, un reto social, en el que lo que estaba en juego era la identidad y la memoria de todas esas personas cuya vida estaba ligada a esas estructuras.
El proyecto propuso mantener la estructura metálica de la fundición y aprovechar su gran cubierta para crear un jardín bajo el mismo techo de la vieja fábrica. En definitiva generar un espacio público cubierto para el uso diario que permita espacios de juego para los niños y el desarrollo de eventos sociales como cenas, exposiciones o conciertos. Con un coste mínimo de intervención como fue la limpieza y el repitando y reparación puntual de la estructura existente de la fábrica, la actividad industrial anterior se recupera, no sólo como un objeto de museo, sino también como el legado de un lugar donde muchos ciudadanos locales fueron empleados y trabajaron duro, por lo que de alguna manera la conservación de la historia del lugar es un emotivo homenaje al pasado industrial de la ciudad y su vida laboral.
La cubierta, el techo y los edificios que la rodean, protegen el lugar del viento y permite que la temperatura en el jardín sea 3 o 4 grados más alta que en el exterior, lo que junto con el sistema de recuperación de agua de lluvia instalado en la cubierta y que aprovecha los viejos tanques de agua de la fundición, permitió plantar un jardín exótico y exuberante.
Otro buen ejemplo de este tipo de reutilización de antiguos elementos industriales para la generación de espacios para la colectividad es el desarrollado por James Conor, Diller Scofidio+Renfro y Piet Oudolf en la reconversión del High Line neoyorquino.
El High Line fue construido en la década de 1930, como parte de un proyecto de infraestructura masiva público-privada denominada mejoramiento del West Side. La infraestructura levantó el tráfico de carga nueve metros sobre la calle, construyendo una línea ferroviaria aérea eliminado los trenes peligrosos de las calles de los distritos industriales más habitados de Manhattan. Cuando la estructura histórica fue amenazada con la demolición surgió un colectivo denominado Amigos del High Line que como un agente social trabajó en colaboración con la municipalidad de Nueva York para preservar y mantener la estructura como un parque público elevado.
Los autores del proyecto mantuvieron la idea que socialmente mediante un proceso de participación se había impuesto, el concepto “Keep It”, en definitiva el de conservar la línea bajo la premisa de mantenerla de forma simple, salvaje, tranquila y lenta. Además la normativa urbanística del área fue modificada para que la antigua vía ferroviaria pasara ahora a tener carácter de calle o parque urbano y por lo tanto las alturas de los edificios colindantes modificaran el carácter cerrado de sus fachadas.
Este proyecto construido en dos fases completa un parque lineal de casi cuatro kilómetros siguiendo los raíles elevados del tren, y más allá de la atractiva estética de sus parques e instalaciones cobra mayor interés al ver el proceso participativo que lo ha generado. Si el movimiento social logró salvar la infraestructura del derribo, también consiguió mediante donaciones financiar parte de su construcción y de su mantenimiento posterior costeado a medias junto con los servicios municipales.
Esta iniciativa pone de manifiesto el valor de mantener la identidad y la memoria colectiva de dos generaciones de neoyorquinos que habían crecido bajo los puentes negros del ferrocarril elevado, frente a los desarrollos de una economía enriquecida que olvida tal vez lo más importante de cualquier espacio público, a sus usuarios.
íñigo garcía odiaga. arquitecto
san sebastián. octubre 2011
Publicado en ZAZPIKA 09.10.2011