En una ocasión, escuché fascinado la respuesta de Oiza cuando se le preguntó sobre cuál era su casa ideal.
Abrió mucho sus ojos y empezó a mover las manos, las palabras y las emociones. Con su maestría de siempre.
Soy incapaz de transcribir sus bellas palabras. Pero intentaré trasladar lo que me quedó. Porque lo que me quedó es un sueño. Un sueño que me asalta a menudo desde aquel día.
Nos describió detalladamente una casa fantástica. Con dos niveles. Uno con el terreno y otro por encima, arriba. Un lugar extenso y cambiante, grande y generoso. Un plano libre fragmentado por la presencia protagonista de muchas escaleras. Un incontable bosque de diseminadas escaleras de bello trazado que conducen verticalmente a los lugares privados, protegidos. A cada una de las guaridas de la noche.
He reconstruido mentalmente muchas veces esa casa. La casa de las escaleras.
He imaginado muchas veces el efecto emocional de la nube de peldaños. Ingrávidos. Salvadores. Aquel lugar diáfano y sin embargo velado, abierto y conectado.
Las sensaciones del dormir, de recogerse, allí. Teniendo como única puerta, único umbral, la energía ascendente de una escalera privada. Su seguridad e intimidad.
Le pongo colores, materiales, muebles, personas… y siempre me gusta.
Qué luz.
Yendo más allá deduzco que no sólo es una casa. No sólo un arquetipo ancestral. Es una imagen.
Sin medida, sin orden. Pero con alma.
Ver es tocar.
Sergio de Miguel, arquitecto
Madrid, marzo 2010