“Los ritmos, los objetos y los acontecimientos existen; pero el tiempo y el espacio son triunfantes invenciones del hombre. Cada individuo crea de nuevo el pasado, el presente y el futuro desde un presente que San Agustín dice que es un presente hecho de cosas pasadas, de cosas presentes y de cosas futuras…”
¿De qué tiempo es este lugar?
Kevin Lynch.
Deberíamos comenzar pidiendo disculpas a “la Cimbra y el Arco” de Carles Martí por abordar el acercamiento a esta obra de arquitectura, la Lonja de Lira de Manuel Gallego Jorreto, con palabras, en tanto que estas líneas lo son sobre intensa arquitectura pero no son arquitectura, son sólo eso palabras… Sucinta reflexión la que presentamos sobre una obra que parece, solo aparentemente, ser una obra secundaria porque no se deja ver en su pudor, no sólo frente a las obras de arquitectura de otros autores que le son contemporáneas, sino a otras arquitecturas del propio Manuel Gallego (algo, si cabe, todavía más difícil dentro de la conocida y humilde coherencia de su larga trayectoria). No obstante, por diferentes motivos, esta construcción enlaza con ese tipo de proyecto en la biografía de sus autores, que siendo obras en apariencia menores y escondidas, se convierten más tarde en excelsos referentes de una trayectoria vital, pues son y responden a la praxis tranquila y pausada de un autor y de un tiempo propio demorado que las hace crecer abstraídas. Este tipo de proyectos que proponen y nacen vocacionados hacia un silencio consciente y pudoroso, son edificios Bartleby[1] de sus propios autores y de la sociedad que los envuelve que, a cambio de este anonimato, no sólo nos enseñan a pensar y se convierten en motor de aprendizaje para otros proyectos, para otros arquitectos sino que además están ahí para terminar de dar sentido y estructura profunda al corpus de una vida profesional. Son obras que se parecen a las notas a pie de página de un texto, líneas escondidas que no hace falta seguir si no se quiere, pero que son el soporte del cuerpo teórico del texto principal que se lee. La lonja de Lira de Manuel Gallego es una de estas raras obras, que no quiere aparecer, pero que es, sin duda, uno de los picos más altos de su arquitectura y de la arquitectura nacional de estos últimos diez años.
De la lonja de Lira nos interesa, muy principalmente, lo que es el casi nada de ese edificio sin forma y que, sin embargo, es casi todo, el material principal con el que nos parece está hecho, al contrario de la mayoría de arquitectura contemporánea con la que convivimos, el tiempo y su alteración. Nos explicamos, hay algo más profundo en este edificio silencioso, que nos deja aprender y emocionarnos pero que no suele aparecer en la mayoría de construcciones que se visitan como arquitectura, y que es la sensación de estar ante una obra original. Original en varios sentidos, uno de ellos en la perspectiva de lo primitivo, de lo ancestral conectado a lo básico que es localizarse y ser. Un localizarse, en este caso, poco frecuente pues el edificio funciona perfectamente allí mismo, en su relación con el mar inmediato, el puerto, una obviedad, y también lo hace en la percepción equilibrada de su implantación en el horizonte geográfico más abierto y lejano, el océano. Original también, porque la obra por ese pudor referido, parece querer ser únicamente relatada a través de la descripción simple de la acción constructiva, como un invento, poco o nada más: siete pórticos paralelos y en voladizo de casi 18m hincados en el suelo del puerto. Ese hincar estos siete pilares de soporte para unas vigas en ménsula es una acción muy por encima de la arquitectura, pues termina por convertirse en un acierto casi antropológico de comportamiento constructivo que pone, metafóricamente hablando, a esta obra a la altura de la más sencilla acción del protagonista de Urga en el film de Mihalkov, cuando en medio de la estepa, para dar sentido y medida a un dominio inabarcable que es la amplitud de la nada, clava su pértiga (urga) con el fin de expresar de forma extremadamente básica un territorio propio y único, no franqueable. A nuestro modo de ver, la acción constructiva de este edificio hace lo mismo, no una sino siete veces, con sus siete pórticos repetidos en el horizonte del también inabarcable océano pegado a Lira y al Monte Pindo.
Después de estas dos premisas originales, implantación y acción constructiva, tal vez nada más, como suele acontecer con la gran arquitectura, pues el programa podría ser el actual o cualquier otro necesario, y podría no haber sido terminado el edificio, y podrá no ser necesario su uso en cien años, si es ruina, y seguiría teniendo un profundo sentido arquitectónico. En este sentido y no por azar hemos escogido, para ilustrar estas breves palabras, las fotografías de proceso constructivo de la aparejadora de Manuel Gallego, en esta y en otras muchas obras, Mónica Balado, sino porque delatan la desimportancia de ver terminados los edificios que son verdaderos proyectos de arquitectura, originales como venimos diciendo. La lonja de Lira cumple hoy su programa y objetivo primero perfectamente, pero lo que hace de ella algo para nosotros tan importante es que podría cumplir, por su primitivismo y sutileza al mismo tiempo, cualquier otro uso futuro que se le pidiese, incluso el de “no querer ser” bartlebyano, el de convertirse en la referida ruina que ya no necesita de la Utilitas o la Venustas para explicarse y poder engañar al tiempo…
Finalizamos pensando que muy pocos percursos vitales en arquitectura son capaces de equilibrar la sabiduría de proyectos de madurez, con la energía de los de comienzo de una carrera, Manuel Gallego demuestra esa difícil posibilidad encontrando la misma justificación propositiva y fresca en esta obra “secundaria” de Lira que se engancha directamente a la potencia y elementarismo arquitectónico de algunas de sus primeras obras, como la casa del Pintor Ortiz, como el refugio de Corrubedo… como el saber ser y estar, antes y después del tiempo.
Luis Gil+Cristina Nieto. arquitectos
santiago de compostela. junio 2012
nota:
[1] De reparto, secundarios o bartlebys, como la Lonja de Lira de Manuel Gallego, también nos han parecido siempre el Gementee Museum de H. P. Berlage, la nave Paustian Furniture de Utzon o la Iglesia Pastoor van Ars Church de Loosduinen de A. Van Eyck, edificios que seducen y se meten en uno tranquilamente para no salir jamás.