«El único camino que nos queda a nosotros para llegar a ser grandes, incluso inimitables si ello es posible, es el de la imitación de los Antiguos; lo que alguien dijo de Homero, a saber, que aprender a comprenderlo bien es aprender a admirarlo, vale igualmente para las obras de arte de los Antiguos, en particular las de los griegos».
J. Winckelmann: Reflexiones sobre la imitación del arte griego en la pintura y la escultura (1755)
Siguiendo la estela de los anteriores artículos, tenía previsto recuperar un texto de hace algún tiempo, referente a la toma de contacto de los arquitectos y artistas de la modernidad gallega con la antigüedad clásica a través de los viajes de estudios por Europa. Una Europa en la que Italia y Roma seguían siendo los caminos iniciáticos desde la época del Grand Tour, reverdecidos en el s.XX por nuevos exploradores como Le Corbusier.
Escribía las primeras palabras mientras Grecia —también destino obligado de aquel Grand Tour europeo— pasaba a ocupar las primeras páginas de los periódicos y las cabeceras de los informativos. Se volvía inevitable recordar aquel destino que había sido tan generoso con todos aquellos que acudieron a la búsqueda de nuevos caminos para su desarrollo personal y colectivo, y de dónde regresaban transformados por la experiencia de aprendizaje.
Coincidía además con la lectura del libro de Pedro Olalla Grecia en el Aire. Herencias y desafíos de la antigua democracia ateniense vistos desde la Atenas actual, una historia del «esfuerzo griego por construir un espacio humano donde fuera posible la justicia y donde el destino común estuviera regido por la voluntad de los hombres», revisando los progresivos logros en la creación de la ciudadanía y, con ella, de la verdadera política:
«Ellos y Nosotros. Si hay un punto que puede expresar gráficamente la divergencia entre la antigua democracia ateniense y la actual, es la percepción de esta oposición. El ciudadano antiguo nunca la entendería. Aun si se sintiera defraudado por la política de la ciudad, se sentiría parte de ella. Sólo habría un Nosotros.»
Cuando se decidió el aspecto de la moneda oficial de la eurozona, para el diseño de los billetes se emplearon ejemplos arquetípicos de puentes y elementos arquitectónicos de las principales edades y estilos de Europa, desde la antigüedad clásica hasta la modernidad del siglo XX, mientras que las monedas se reservaron para los símbolos particulares de cada país.
En las monedas de uno y dos euros, Grecia optó por dos expresivas imágenes de su historia —clásica y contemporánea— que hoy se vuelven especialmente significativas. La primera reproduce un Dracma arcaico —la moneda griega por excelencia—, que contiene la lechuza de Atenea, protectora de la ciudad de Atenas y diosa de la sabiduría y de las artes. En la cultura occidental se ha convertido el símbolo de la filosofía, otra de las grandes herencias compartidas. La segunda, extraída de un mosaico espartano del siglo tercero antes de Cristo, representa el momento mitológico en que Europa es secuestrada por Zeus —que había tomado la forma de un toro—. La escena nos recuerda que hasta el nombre que une al Viejo Continente lo debemos a Grecia.
Termino estas líneas mientras escucho los resultados del referendo convocado por el gobierno. Enseguida, las noticias se vuelven a llenar de opiniones, profecías y dudas. Imagino que la duda estaría siempre presente en los itinerarios de aquellos viajeros de la modernidad. Sin embargo, lo que trajeron de vuelta cambió completamente la arquitectura europea. Todos ellos mantuvieron un compromiso, una deuda constante con ese aprendizaje durante toda su carrera, y supieron trasladarlo a sus respectivos lugares de procedencia.
También recuerdo las palabras de Winckelmann:
«Los más puros manantiales del arte están abiertos; dichoso quien los encuentre y los deguste. Buscar estas fuentes significa viajar a Atenas a partir de ahora».
Antonio S. Río Vázquez . Doctor arquitecto
A Coruña. julio 2015