Para el poeta, en la construcción de la imagen necesaria a su quehacer, la mirada es fundamental. La poesía, como la arquitectura, es una búsqueda.
“La poesía sale a la luz cuando se la busca y no cuando se la presenta”
nos dice Pavese1. Sin esa búsqueda de la imagen poética, sin esa búsqueda que la mirada atenta y reflexiva le brinda, no puede darse la necesaria construcción mental que conduce hacia el núcleo de la idea que aquella lleva dentro. La imagen pensante así entendida es el germen de la idea.
Alejandro de la Sota construye la Casa Dominguez (1973-78) en base a una potente y clara imagen pensante, una gran y bella imagen evocadora. Y lo hace partiendo de un texto de Saarinen sobre el habitáculo del hombre. Dice Sota en un texto de 1981 sobre la casa:
“Cuánto más claras son las ideas, más cuesta conseguir claramente su materialización”.
Dicha claridad es su reducción fundamental, su núcleo duro y Sota, como buen gallego, es esencial. En la casa de La Caeira la materialización de la imagen es el triunfo de la idea.
Pocos dibujos son tan evocadores de una idea en arquitectura como el que hace Sota sobre el texto de Saarinen para ilustrar sus intenciones en la Casa Dominguez. Dicho texto, del que no he sido capaz de hallar más referencia que la que Sota hace de él, y que todos conocemos, dice así:
“El habitáculo del hombre puede ser representado por una esfera cortada ecuatorialmente por el plano de la tierra. La semiesfera enterrada se usará para el descanso, inactividad, reposición de fuerzas y del pensamiento; la semiesfera por encima del plano 0 será donde el hombre desarrolla su actividad, donde desarrolla lo pensado. De materiales pétreos, terrosos, la primera: transparente, de cristal, la segunda” (las cursivas son mías).
La esfera pública y la esfera privada son partes de la misma realidad vital del hombre social contemporáneo; la Casa Domínguez las refleja y las contiene. La cueva y la nube. Una para pensar en la intimidad de un espacio enterrado y gestante, lugar de la semilla, y la otra para el crecimiento, abierto y con luz, del germen desarrollado2. Y entre ambas un casi nada, un limbo, sólo un breve paso por el aire que las une intangiblemente. El paso de la transformación.
La casa es un espacio privado, es la construcción de un interior. Decía Eileen Gray:
“Una casa no es una machine à habiter es la concha del hombre, su prolongación, su liberación, su irradiación espiritual”.
Es la misma imagen poética de la concha que nos remite al mundo fenomenológico de Bachelard. En La poética del espacio3, el filósofo francés hace de la imagen de la concha un lugar de seguridad y protección, un lugar de crecimiento personal; un lugar que es nuestro hábitat. Decía en un texto anterior que en el espacio habitado, en ese hábitat personal, se ven las marcas de quienes lo habitan y que esta acción de habitar se da cuando, por encima de toda materialidad formal, la estancia se transforma en refugio. Decimos pues con el filósofo que
“la casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz”.
La semilla quieta y enterrada contiene un mundo entero, el mundo de la inmensidad.
“Soñamos en un mundo inmenso. La inmensidad es el pensamiento del hombre inmóvil”
nos dice en otro momento Bachelard. La inmensidad está en nosotros, en esa inactividad que propicia la esfera enterrada, que propicia la intimidad. La idea es la semilla que esa intimidad alberga.
Oiza aprendió de Pavese que
“un clavo no se hace con un hierro sino con la idea de clavo”.
Jorge Meijide . Arquitecto
Coruña. Abril 2016
Notas:
1 Pavese, Cesare. El oficio de vivir. Seis Barral, 2001. Entrada del 6 de octubre de 1935.
2 La cuarta acepción que nuestro diccionario nos brinda de la palabra Semilla apunta a la correcta interpretación: “Cosa que es causa u origen de que proceden otras”. Y la quinta de la palabra Germen completa el círculo: “Principio u origen de una cosa material o moral”.
3 Bachelard, Gastón. La poética del espacio. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1991.