La escuela Montessori de Herman Hertzberger supuso una profunda revisión del programa educativo de aulas y corredores1, proponiendo un sistema de relaciones capaz de estimular nuevas situaciones y entornos para el aprendizaje. La escala doméstica de la escuela propone en sí misma una cierta familiaridad, una empatía natural con el primer universo de los niños: la casa. La entrada, única, se presenta como una primera habitación exterior, un espacio de encuentro delicadamente establecido entre la diagonal de paso y sus rincones estanciales intramuros. La calle interior se aleja del simple corredor entre aulas y determina un espacio irregular y complejo, de menor altura que las clases y con juegos integrados en el propio suelo:
«un espacio adecuado para el uso colectivo por diversos grupos de alumnos, generando una mayor cohesión social y al mismo tiempo, mayor cantidad de lugares para pequeños grupos».2
La escuela como casa, la escuela como ciudad.
El espacio de transición entre la calle interior y el aula supone un momento de gran intensidad, diríamos casi un acontecimiento: por un lado, se genera un espacio para dejar los abrigos y mochilas, una habitación interior delimitada por muros a media altura que invita a entrar en el aula solo con lo necesario3; por otro lado, una serie de linternas a doble altura iluminan la puerta de entrada de cada aula y por extensión la calle interior, pozos de luz directa que introducen el sol en el «espacio público» frente a la iluminación más homogénea de la clase4; por último, una puerta vitrina expone los trabajos de los alumnos hacia la calle interior, convirtiendo el acceso a cada aula en un espacio social, un escaparate impredecible gestionado por los propios niños.
Una vez en el interior, se desciende hacia un área de trabajos creativos y de menor altura, o se asciende hacia un espacio mayor para trabajos que requieren una mayor concentración. Las ventanas se equipan con zonas de lectura para grupos menores e incluso sofás individuales, permitiendo que cada tarea se realice solo o en compañía y en diferente posición o actitud ante la propia actividad.
La construcción del programa supone una de las más importantes exigencias de la arquitectura. Cualquier relación ordenada de necesidades o pliego de condiciones de uso, establece un valioso desafío creativo desde el que desplegar una serie de estrategias de apropiación del espacio. La arquitectura exige superar el paradigma de la distribución, desterrar la rígida capciosidad de esta palabra; la arquitectura civiliza, sugiere el acontecimiento colectivo siempre desde el interés de la comunidad; la arquitectura transforma, conecta, avanza, multiplica, matiza, comparte, trasciende la simplicidad mono-funcional y genera situaciones estéreo-programáticas.
Frente a los pasillos, las puertas y las habitaciones, frente a la indiscriminada y torticera construcción de tabiques, frente a la mediocridad: la arquitectura de las relaciones.
Miguel Ángel Díaz Camacho. Doctor Arquitecto
Madrid. Noviembre 2014.
Autor de Parráfos de arquitectura. #arquiParrafos
Notas:
1 Escuela Montessori, Delft 1960-66. Ampliada posteriormente en los periodos 1968-70, 1977-81 y 2007-2009.
2 Herman Hertzberger, «Fifty years of schools», en «The Schools of Herman Hertzberger», Rotterdam, 010 Publishers, 2009, pág. 9.
3 Dejar fuera el abrigo supone también un gesto de autonomía, una reivindicación de la propia persona, una celebración del individuo en su aproximación al aprendizaje. Sin duda esta solución arquitectónica se integra dentro de los intereses método educativo Montessori que se remonta a 1897.
4 Las categorías «público» o «privado» siempre son relativas: el espacio público del estar doméstico es sin embargo un espacio privado respecto a la calle. La relación entre el carácter público de un espacio y el establecimiento de ciertos grados de privacidad, ha constituido un reto constante en la obra de Hertzberger.21