Para concluir, quiero decir que Brasilia es una de las ciudades modernas más atractivas que he tenido la oportunidad de conocer. Es como haber viajado a un paraíso -con un problema de escala, eso sí-, a un oasis arquitectónico, a un lugar único y lleno de magia. No existe ninguna ciudad ni remotamente parecida ni en su concepción ni en su desarrollo. Pero como dije al principio y he repetido a lo largo del texto, está llena de contradicciones que creo haber expuesto y no quisiera repetirme. No tengo muy claro que me quedase a vivir allí.
Aunque su visita fue una experiencia apasionante que espero haber sabido transmitir. Desde mi punto de vista, como arquitecta amante de la belleza y como persona deseosa de que existan ciudades igualitarias y participativas, también surgieron en mí grandes contradicciones y dudas.
Algunos habitantes me dijeron que el plazo de validez de Brasilia había vencido. Yo, sin embargo, no lo creo. La ciudad nació en un momento de optimismo vital en relación a lo que se esperaba entonces del futuro. Hoy en día el momento es distinto pero no por ello hay que perder la esperanza de seguir diseñando un mundo mejor para nuestros hijos. Tal vez ellos sean los que den una oportunidad a la evolución de las urbes, así por lo menos algunos lo deseamos.
Las ciudades nos hablan, nos cuentan su historia. Y Brasilia tiene mucho que contar todavía. 50 años de vida no es nada cuando se habla de una ciudad. La planificación puede ser rígida y compacta, la estratificación social no deseable, pero existen buenas ideas, están ahí reflejadas y la historia nos dice que muchas soluciones difíciles, a medio plazo, han tenido arreglo.
¡Ojalá sea así!
Sólo me faltaría apuntar que es la única ciudad del mundo construida en el siglo XX a la que se le ha adjudicado -en 1987- el rango de ciudad “Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad”, otorgado por la UNESCO, lo que es un punto muy importante a su favor.
Cristina García-Rosales. Arquitecta
Madrid. Mayo 2012