o de la cama
o de no tener lugar para el el descanso
En distintas publicaciones como Publicidad y privacidad, La domesticidad en guerra o Sexuality & Space, la historiadora e investigadora Beatriz Colomina ha trazado una lectura alternativa de la arquitectura y sobre cómo a lo largo del siglo XX y gracias al desarrollo y expansión de distintas tecnologías ópticas y mercantiles –desde los rayos X a los anuncios de revistas- se han ido redefiniendo las nociones entre lo público y lo privado, así como el uso y las gestión del tiempo que organiza nuestras vidas. La española ha apuntado, por ejemplo, que los rígidos límites temporales que determinaban que la mejor estructura de un día —8 horas para dormir, 8 para trabajar y 8 para disfrutar—que dieron forma a buena parte de la ciudad y el urbanismo durante el siglo XX a través de su clara separación de usos, se ha transformado ahora bajo el designio de las nuevas fórmulas de trabajo. En una de sus últimas investigaciones —desarrollada en distintos textos como The century of the bed, The Office in the Boudoir o Privacy and publicity in the age of social media1— se sirve de un dato destacado en 2012 por el periódico The Wall Street Journal que advierte que el 80% de los profesionales jóvenes de la ciudad de Nueva York trabajan desde sus propias camas gracias a sus ordenadores portátiles:
“[la cama] se ha convertido en el lugar donde realmente la gente no sólo trabaja, sino que también se conecta”(*).
Aunque las transformaciones económicas que ha sufrido el mundo en las últimas décadas resultan demasiado complejas como para establecerlas en este texto de forma detallada y precisa, no nos costaría mucho imaginar cómo, con el traslado de las grandes fábricas de producción y montaje a zonas de Asia —donde la mano de obra resulta mucho más barata— el trabajo industrial ha ido desapareciendo cada vez más de las periferias de las grandes ciudades, desplazadas hacia otras más lejanas, dejando en el camino —especialmente en Europa— muchas áreas en desuso que tienen ahora la necesidad de transformarse en nuevos fenómenos urbanos que las vuelva, una vez más, productivas. El trabajo —en el denominado primer mundo al menos— alcanza ahora un rango inmaterial, más cercano a un servicio que a la producción de mercancía4. Eso apunta, aunque sea de forma muy somera, algunas de las directrices del trabajo actual:
“Después de la crisis de 2008 toda una nueva generación se encuentra sin trabajo en los lugares tradicionales, pero sobrevive con una serie de trabajos de freelance”(*).
Incidir en esa superviviencia es importante. En su texto Liberarse de todo: trabajo freelance y mercenario —publicado como parte del libro Los condenados de la pantalla— la artista alemana Hito Steyerl analiza esta figura. Free-lance significa literalmente “Lanza libre” y su origen se traza hasta el medievo, donde el término designaba a aquel soldado que no estaba atado a ningún amo, pudiendo ser contratado para tareas muy específicas durante un tiempo. Sin compromiso en el tiempo con una gran empresa —de la que no recibe ni contrato ni prestaciones— el freelance contemporáneo es el mejor exponente de la precariedad actual, siempre en la búsqueda de nuevos trabajos que garanticen sus recursos por algún tiempo y que les lleva a la autoexplotación en largas jornadas laborales autoimpuestas:
“En situaciones como Nueva York, donde el espacio es muy reducido y donde la mayoría de la gente vive en un estudio que prácticamente abres la puerta y te tiras en la cama, ésta se ha convertido en el centro del universo, un universo en el que no hay ni noche ni día”(*).
Así, no se trabaja sólo en la cama porque estos nuevos trabajadores no tengan su oficina como forma de reducir costos —que también— sino que el aumento del trabajo autónomo desde nuestros hogares, apoyado por la portabilidad de nuestras fuentes de trabajo —ordenadores cada vez más ligeros y potentes— repercute también en las dinámicas laborales y sociales que suceden en nuestra vida diaria, reorganizando la forma en la que ocupamos el tiempo y el espacio.
No es descabellado asegurar que hoy en nuestras camas ya ni dormimos, ni descansamos, ni disfrutamos algún tipo de placer. Condenados a la pantalla, nos mantenemos en vilo, siempre despiertos y conectados, trabajando para poder llegar a fin de mes. En este nuevo mundo —apunta Colomina— la cama se ha convertido en un nuevo escenario para algunas conquistas: la de la autonomía del trabajo propio o la de las corporaciones que contratan a este trabajador horizontal sin necesidad de invertir en nuevos espacios e infraestructuras arquitectónicas. Gracias a esta reformulación espacial y temporal de nuestros lechos, nuestros cuerpos quedan ahora reducidos a vagar en los espacios domésticos interiores —algo que puede ilustrar también la destrucción sistemática que sufre el espacio público— y en el que el trabajo, en muchos casos, se somete a un constante monitoreo3. Esto lo advierte también Beatriz Colomina:
“En la película de Laura Poitras Citizenfour, vemos primeros planos de Edward Snowden sentado en la cama de un hotel de Hong Kong durante días y días, rodeado de sus ordenadores portátiles, en comunicación con periodistas en la habitación y alrededor del mundo, sobre el secreto de la masiva vigilancia global. La mayor invasión de la privacidad en la historia del planeta se revela desde una cama”;
y añade y advierte:
“la mayor figura pública del mundo es ahora un recluso”.4
De ser así, la cama es también el lugar último para la resistencia. En Alemania, la cama es una vez un espacio de lucha, el movimiento Ein Bett fur Snowden (Una cama para Snowden) ofrecía lecho para el ex espía estadounidense.
¿Serán las camas donde, ya por fin, liberarse de todo?
Pedro Hernández · arquitecto
Ciudad de México. julio 2016
Notas:
1 Estos textos están publicados, respectivamente, en el catálogo de la exposición The century of the bed; en el libro que acompaña el pabellón de Estados Unidos OfficeUS de la Bienal de Venecia 2014; y el libro 2000+: The Urgencies of Architectural Theory.
2 Creo que resulta importante advertir que este tema resulta demasiado complejo para ser resumido en el párrafo anterior, que sólo quiere ser una muestra posible de la situación actual.
3 Muchos de los trabajos desde casa están monitoreados en el tiempo de trabajo gracias a que un trabajador debe conectarse a un sistema que vigila cuánto trabaja y en qué gasta el tiempo. Una forma de explotación menos visible motivada en la mayor indefinición de horarios. Si a eso le añadimos que, con las conexiones y redes actuales.
4 COLOMINA, Beatriz. Privacy and publicity in the age of social media. En 2000+: The Urgencies of Architectural Theory.
(*) Entrevista realizada por el autor a Beatriz Colomina, marzo de 2016.