De un tiempo a esta parte dos obsesiones me persiguen. Dos obsesiones que podrían ser sólo una. El crimen y su réplica. Todo empieza de una frase de Bernard Tschumi: “To really appreciate architecture, you may even need to commit a murder”. El crimen como forma de conocimiento espacial. Pero ¿cuál podría ser el asesinato al que nos alude Tschumi y cómo podría ayudarnos a (des)conocer el mundo?
Replicar es definido como repetir lo que ya se ha hecho. La réplica es copia. La vemos en los museos todos los días. Muchas de las piezas que asistimos no son en realidad originales, sino dobles deliberados que se nos son ofrecidos como verdad a fin de proteger la pieza original. Así, nos fascinamos con creer como verdad objetos ficticios, en una ilusión que diluye las fronteras entre la realidad y la ficción. Lo sabemos, pero no nos importa, necesitamos creer que son piezas auténticas y nos encargamos de reproducirlos en nuestras cámaras una vez más. El mundo es de nuevo replicado, capturado en la imagen, replicándose y repitiéndose al infinito. La vida, no sería más que un simulacro revestido de realidad. Aludiendo a Jean Baudrillard estamos ante “la historia de un crimen: del asesinato de la realidad. Y del exterminio de una ilusión: la ilusión vital, la ilusión radical del mundo”. En El crimen perfecto, Baudrillard nos expone como la idea de simulacro ha invadido la realidad hasta convertirse en la realidad misma. La réplica para el autor francés es una forma de muerte y asesinato de la realidad. Pero la palabra réplica tiene otra concepción en su definición. Replicar es responder un argumento. Así, podríamos pensar al mismo tiempo la réplica como copia y respuesta a la realidad. Copiar para crear algo nuevo que conteste al “original” desde este mismo, en un infinito juego de referencias cruzadas. El que replica es asesino, creador y copista. Pero al mismo tiempo es forense de esa realidad asesinada. Porque replicar supone reproducirla y también conocerla para poder copiarla. Replicar es cometer el asesinato y al mismo tiempo desentrañarlo. Ese es el trabajo que llevan años realizando los media o la prensa. Máximos responsables de la reproducción del mundo en papel.
La prensa construye narrativas e imágenes pero también arquitecturas, espacios y ficciones. En sus páginas se construye, se destruye y se replica la realidad (y su doble). Reproducción (réplica) que tiene algo de copia, algo de simulacro y algo de ficción. Algo que se desvela en el trabajo de la fotógrafa mexicana en su trabajo La isla de la fantasía donde reproduce escenas de accidentes aéreos, crímenes que se convierten en el caldo de cultivo de la prensa, que se alimenta de ellos y se estira y deforma. La realidad es a los ojos de muchos mexicanos solo papel. Ese mismo papel que la fotógrafa utiliza para realizar las piezas que luego retrata. Aviones y realidades construidas como piñatas, que son trabajo artesanal y metáfora de la fragilidad del sistema, y que no es sino otra manera de aludir de nuevo a la concepción de replica de la realidad, que se presenta extraña. Así, “el crimen nunca es perfecto, pues el mundo se traiciona por las apariencias, que son las huellas de su inexistencia, las huellas de la continuidad de la nada, ya que la propia nada, la continuidad de la nada, deja huellas” 1 .
La realidad de Goldbard es construida pero se nos expone la conspiración de su montaje. Nosotros, lectores de las imágenes, seremos entonces como el fotógrafo protagonista de la película Blow-up. Consumimos imágenes que encierran algún tipo de extrañeza. Las imágenes de Adela Goldbard nos sumergen en un mundo donde algo no encaja. Cómo con el protagonista del filme, nuestra sorpresa llegará posteriormente, cuando al observar con detenimiento la fotografía creeremos haber capturado un asesinato (uno que puede ser real y el de la realidad misma). Tanto nosotros como nuestro protagonista – cuyo nombre bien pudiera ser Sergio Larraín, Julio Cortazar, Michelangelo Antonioni o Joan Fontcuberta2 – asustados con el descubrimiento, acudiremos a la fuente. En efecto, la exposición de Goldmand ofrece esa oportunidad visitando noticias de prensa que nos hablan de los sucesos. Un “archivo muerto”, en palabras de Goldman. Necesitamos comprobar que existe un cuerpo-victima. Medirlo y reconocerlo. Pero el crimen hacia la realidad ya es irreversible. Ya nunca podremos estar seguros de “si existe distinción alguna entre imagen, ilusión y la experiencia de lo real” (3 y 4 ).
Pedro Hernández · arquitecto
ciudad de méxico. julio 2013
Notas:
1 Baudrillard, Jean. El crimen perfecto. Anagrama, Barcelona, 1996, pp. 205, Tit.Orig: Le crime parfait. Editions Galilée, Paris, 1995.
2 Este personaje múltiple es Sergio Larraín, fotógrafo chileno en el que se inspirara Julio Cortazar para escribir Las babas del diablo (texto publicado en 1959 como parte de las armas secretas). A su vez, este cuento servirá de referencia a Michelangelo Antonioni en su película Blow up que retomará el fotógrafo Joan Fontcuberta en su pieza Blow up, Blow up. Creando un juego de referencias múltiples que no hacen sino ampliar y reformular la historia bajo distintos formatos y visiones. Realidad reproducida desde la ficción.
3 Foncuberta, Joan. Blow up Blow up. Cáceres: Editorial Periférica, 2010.
4 Esto es especialmente destacable, ya que yo, como extranjero, desconozco casi todos los casos que se exponen en la prensa. De esa manera, al enfrentarse a la documentación tras las fotografías de Goldbard, uno no puede si no dudar si el archivo constituye parte de un montaje más amplio.