Como el verano ya lo tenemos encima, querido lector, quería compartir contigo el relato de lo que fue el “sueño de verano“ del arquitecto danés Arne Jacobsen(1902-71) para la playa de Bellevue, en la década de los años 30 del siglo pasado. Un episodio de modernidad escasamente reconocido por la historiografía de la arquitectura moderna europea, pero que cautiva a quienes (como tú y yo) amamos la buena y divertida arquitectura. Permíteme que use esa alusión al relato de Shakespeare, pero verás que las maravillas arquitectónicas que contiene bien justifican este título.
A principios de 1931 Arne Jacobsen ganó el concurso convocado por el municipio de Gentofte para proyectar las nuevas instalaciones para la playa de Bellevue en el sitio de Klampenborg. Situado a muy pocos kilómetros de la capital de Dinamarca, el lugar había sido recientemente alterado al haber desviado el trazado del Strandvejen, la carretera que discurre por el litoral oriental de la isla de Sjælland. El espacio liberado entre la orilla del mar y el nuevo Strandvej iba a convertirse en un nuevo parque urbano diseñado por el maestro paisajista C.Th.Sørensen.
El ayuntamiento se proponía dar servicio a 12.000-15.000 personas cada día en su nueva playa, y más tras el impulso de la conexión de Klampeborg-Copenhague a través de nuevos barcos de mayor tamaño y de la nueva línea de tranvía. Para su diseño, Jacobsen debía considerar albergar unas instalaciones de vestuarios, aseos y algún puesto de venta, aunque acabaría diseñando muchos más edificios e incluso hasta los tickets de acceso al recinto acotado de la playa.
En apenas unos 6 años más acabaría completando todo un conjunto arquitectónico que aún hoy sigue siendo admirado y disfrutado por los ciudadanos daneses. Yo pude visitarlo ya hace más de una década para completar la investigación para mi tesis doctoral sobre Arne Jacobsen, y por eso sé que no me equivoco al recomendarte que lo visites sin vas a Dinamarca, querido lector.
Las nuevas instalaciones para el baño se ubicaron resolviendo el desnivel entre la pradera de césped del parque y la arena de la playa, cumpliendo así la exigencia del concurso acerca de no entorpecer las vistas desde cualquier lugar, al quedar semi-enterradas. Un muro de contención paralelo a la orilla del mar serviría de apoyo a las dos piezas de vestuarios, resueltas con un largo vestuario común junto al muro y una serie de 6 cuerpos cada uno para cubículos individuales rematados con una ducha en su testero. Los pabellones de aseos completaban el conjunto, situando los femeninos junto al acceso en descenso desde el parque, y los masculinos cerrando el recinto de baño por el lado norte. Hábiles decisiones sujetas a unos principios funcionalistas claros que Jacobsen había podido conocer de primera mano al visitar algunas instalaciones similares en el norte de Alemania recientemente.
Pero así frente al rígido formalismo funcionalista, Jacobsen encontró aquí la ocasión de mostrar una versión mucho más amable para esa estética moderna que acababa de ser institucionalmente aceptada en los países nórdicos tras la celebración de la Exposición Internacional de Estocolmo de 1930 dirigida por E.G.Asplund, con quien Jacobsen mantenía una fluida relación profesional y una amistad personal como discípulo aventajado que el maestro sueco reconocía en él. La alegría de aquella exposición pareció trasladarse a Bellevue, y Jacobsen ideó un repertorio formal donde el rígido Sachlichtkeit se plegaba a fórmulas más joviales y espontáneas mediante colores y formas igualmente limpias pero sin esquematismos. Los formas respondían a su función eficazmente, sí, pero su expresión reflejaba esa joie de vivre de las vacaciones estivales, ese gozo relajante de del sol y el mar. Aquella ironía y espontaneidad con que había impregnado a sus modernas creaciones efímeras para la “Exposición de Construcción y Vivienda” en el Forum de Copenhague en 1929 (el bar C.L.O.C. y su “Casa del Futuro“) se respiraba en Bellevue por doquier, haciendo cómplices de ellas a sus usuarios.
El color blanco aludía a ese estallido de la vanguardia arquitectónica pero también a la luz del verano, y fue así usado como fondo común de todas las composiciones en Bellevue. Franjas de azul cobalto convertían a las paredes en materia textil, y ayudaba a reforzar ese anhelo de las virtudes del alejado clima mediterráneo. Pronto el blanco y los colores intensos darían pie a los matices pálidos del clima nórdico, pero antes de madurar esas ideas los colores mostraban la juventud un arquitecto que entonces apenas contaba con 29 años cuando empezó a proyectar Bellevue.
Desde las franjas onduladas del pabellón de control del acceso (incluido hasta en el propio diseño del ticket), el visitante quedaba ungido por esos colores y formas, que posteriormente iría descubriendo en quioscos, en puestos de venta de helados y frutas, en las colchonetas de los vestuarios y hasta en las cabinas cilíndricas del socorrista.
Las formas eran tan variadas como la naturaleza y aludían a ella con una frescura inusitada. El arquitecto se divertía dando forma a ese sueño de verano, construyendo un paisaje de cierto surrealismo. El puesto de helados no era sino una ola levantada en medio de la arena; el carrito de souvenirs usaba el sistema de ruedas-oruga de un tanque pero su cañón era ahora una sombrilla; la cabina del socorrista quedaba abandonada en medio del mar, y solo se accedía a ella por barca desde una empinada escalerilla de barco que salvaba la altura de los 3 postes telefónicos con que se suspendía en el aire un liviano cilindro cubierto.
Todos estos irónicos acentos playeros del proyecto (1931-32) acabarían por consolidarse en el Teatro (y Restaurante) Bellevue, la última de las grandes piezas que completaría Jacobsen en ese conjunto de Klampenborg. Aunque la gran fantasía de Bellevue era el restaurante panorámico y giratorio ubicado en lo alto de un vertiginoso pilar hueco, es en el Teatro donde ese carácter onírico se expresan con más propiedad: hacia la carretera, su fachada cóncavo-convexa se convierte en un gran telón publicitario, con una marquesina dinámica que parece servir de cobijo a quienes llegan allí en un vehículo moderno; el patio de butacas se convierte en un mar con suave oleaje, haciendo una metáfora de las olas con las formas onduladas con que se trazan en continuidad los respaldos de las filas de asientos; las paredes se tapizan con textiles (de material ignífugo y fono-absorbente, eso sí) de franjas blancas y azules, sugiriendo un aire de acampada veraniega que se reforzaba por la posibilidad de disfrutar del cielo estival al construirse un techo corredizo motorizado sobre los espectadores. El efecto de perplejidad y la atmósfera veraniega debieron ser en su día verdaderamente impresionante.
El resto del conjunto de Bellevue lo completaban los apartamentos Bellavista, la escuela de hípica Mattsson, el club de piragüismo y la gasolinera Texaco. Cada uno de los edificios son resueltos con su propia lógica funcional pero con el mismo denominador común del resto del conjunto.
El edificio de apartamentos Bellavista persigue las vistas al estrecho del Øresund como leitmotiv a varias escalas: como bloque, pues se configura como una U orientada al mar con un patio central a modo de jardín estancial colectivo a una cota algo elevada respecto al Strandvej para evitar su ruido y poder disfrutar del mar sin obstáculos visuales; como serie de unidades agrupadas, pues en las 2 alas de la U perpendiculares al litoral los apartamentos se encadenan formando series de 3 parejas que se giran y escalonan para encontrar una solución que logre la intimidad de cada apartamento y disponga de vistas diagonales hacia el horizonte marino; y como apartamento, pues la terraza cubierta ose convierte en la pieza al aire libre fundamental que unifica espacialmente las dos estancias principales de cada piso.
La escuela de hípica Mattsson es un recinto rectangular cubierto con una bóveda de cañón de hormigón, creando un espacio diáfano que se iluminaba cenitalmente con un interesante lucernario de piezas de vidrio encastrados en el encofrado. El club de piragüismo se integra semi-enterrado entre el paseo peatonal junto a la carretera y la arena de la playa, con unas formas blancas que se acompañan de troncos de madera para el porche exterior y de petos de esquinas redondeadas defendiendo la terraza al aire libre, elementos que había usado Jacobsen en su propia casa de Gudmidrup Lyng y en la cercana casa Rothemborg en esos años. Y la gasolinera Texaco, con su marquesina de hormigón pintada en un blanco esmaltado reluctante, se erige como icono simbólico del universo formal que el visitante descubrirá poco después, al estar situada justo antes de llegar a la playa de Klampenborg.
Es cierto, querido lector, que describir con palabras y acierto este conjunto de Bellevue resulta harto complicado. Lo que sí podemos asegurar es que de su resultado quedó muy satisfecho su autor, Arne Jacobsen, pues tras su exilio a Suecia (obligado por la invasión nazi de Dinamarca en la II Guerra Mundial) acabaría instalando a su familia y a su estudio en una misma casa situada en el nuevo residencial Søholm que construiría a finales de los años 40 y principios de los 50. Allí, en un sencillo “adosado”, Jacobsen reuniría su oficina profesional, su vida familiar y su ocio personal, que transcurría principalmente en su jardín. Convirtió a este espacio en un laboratorio paisajístico y botánico, pero también en un maravilloso recinto al aire libre donde hacer sus fotografías y acuarelas de aquellas plantas que él mismo cultivó con devoción hasta el final de sus días.
Hoy, pese a los cambios y alteraciones del uso original (como ocurrió con el Restaurante), Bellevue sigue siendo un lugar simbólico del verano en Dinamarca y gracias a intervenciones recientes se han recuperado algunas instalaciones como el Teatro. Otras han desaparecido por su carácter efímero original (los puestos de acceso y de venta de la playa), pero la gran mayoría han pervivido estos 80 años desde que se construyeron (apartamentos, club de piragüismo, hípica, vestuarios playeros), y conservan esa atmósfera estival con que una vez Jacobsen las soñó.
Feliz sueño de verano, sin duda…
Disfruta de él, querido lector, con esta pequeña secuencia de imágenes de lo que fue originalmente Bellevue que he querido preparar a modo de vídeo para la ocasión. Espero que te guste…
Rodrigo Almonacid [r-arquitectura] · doctor arquitecto
Valladolid. julio 2017