«He observado el corazón de esta isla… y lo que he visto es hermoso»
Locke en el capítulo «El conejo blanco» (2004)
En el prólogo a la novela de Adolfo Bioy Casares, La Invención de Morel (1940) —una historia de amor ambientada en una isla y protagonizada por un hombre y una mujer que viven existencias incompatibles en espacios y tiempos rivales—, comenta Jorge Luís Borges las dificultades de los autores contemporáneos para lograr historias de aventuras que interesen a sus lectores. Borges cita a Ortega y Gasset, quien en La deshumanización del arte afirma que
«es muy difícil que hoy quepa inventar una aventura capaz de interesar a nuestra sensibilidad superior».
La serie Lost (2004-2010), también ambientada en una extraña isla, es la prueba de que, en un mundo cada vez más pequeño y explorado, todavía es posible interesarse por la aventura. La originalidad de la propuesta no radica tanto en el qué contar, sino en el cómo y sobre todo en el cuándo. Los elementos misteriosos, que vamos descubriendo a pinceladas y en tiempos superpuestos, logran causar en el espectador el mismo interés por explorar lo desconocido que provocan en los protagonistas de la serie.
Posiblemente en el mundo que nos ha tocado vivir, los únicos lugares que permanecen aún desconocidos sean el espacio más lejano y el interior de la mente humana. Lost se basa en esta atracción bipolar; por una parte, se ambienta en un lugar distante, desconectado totalmente del resto del mundo —recurriendo nuevamente al mito eterno de la isla— y por otra muestra unos personajes complejos e interconectados cuyo interior vamos descubriendo capítulo tras capítulo.
En cuanto a la arquitectura, sucede que Lost es una serie —prácticamente— sin edificios. Aunque con pequeñas concesiones inevitables, se plantea la inserción de unos habitantes en un medio natural, hostil, contra el que se enfrentan con relativa facilidad hasta llegar a convertirlo en su nuevo hogar. Es en la segunda temporada de la serie dónde comienzan a aparecer algunas construcciones subterráneas, cuyo diseño tiene mucho que ver con las cúpulas geodésicas inventadas por R. Buckminster Fuller. Algunas de estas cúpulas estaban pensadas para albergar grandes hábitats artificiales, como el pabellón americano en la Exposición Universal de 1968 en Montreal, planteando una curiosa ironía: la arquitectura da forma a un hábitat artificial dentro de un escenario ilusorio mayor, como si fuera una isla inventada dentro de la Nave Espacial Tierra.
Asuntos en serie IV: Del mito a la historia | Antonio S. Río Vázquez
Una primera versión de este texto se publicó en el blog El tiempo del Lobo en agosto de 2006 y está incluido en el libro Textos compartidos. Apuntes y artículos breves 2004-2019 (2020)