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Arquitecturas inclasificables: el “Goetheanum” (R.Steiner, 1926-28) | Rodrigo Almonacid

Interior del Goetheanum (c) Rodrigo Almonacid [r-arquitectura]

Inclasificable. Incalificable. Inabarcable. Inaprensible. In-”no-sé-cuántas-cosas”…

El GOETHEANUM es una de esas obras de Arquitectura Moderna que desestabiliza al espectador , ya sea éste profano o docto en Arquitectura. No en vano, estimado lector, es esta una de esas grandes obras ignoradas por los grandes popes de la Historiografía del Movimiento Moderno como Giedion, Pevsner, o Hitchcock, para quienes haber incluido esta obra en sus magníficas “Historias de la Arquitectura Moderna” hubiera supuesto no solo una anomalía sino una inadmisible erosión a su concepto de Modernidad mesiánica que pregonaron con audacia en el período de entreguerras. Tampoco autores más recientes como Frampton o Benévolo siquiera mencionan de pasada a este edificio ni a su autor; tan solo William Curtis le hace mínima justicia con una imagen y una frase lapidaria, diciendo que es “otra omisión capital de la primera historiografía del movimiento moderno“, al referirse al Expresionismo en el que esta obra queda etiquetada.

El edificio es verdaderamente sorprendente y revelador, viva representación de la Antroposofía, rama de pensamiento escindida de la Teosofía de H.Blavatsky, a la que se suele definir como un movimiento científico-filosófico-espiritual que abrazaron pintores tan fantásticos como vanguardistas de la talla de Kandinsky o Mondrian. A Rudolf Steiner (1861-1925), impulsor de ese movimiento a medio camino entre lo esotérico y lo religioso, debemos la construcción del “Goetheanum”, tanto en su primera versión de doble cúpula (pasto de las llamas en la Nochevieja de 1922-23) como en la definitiva, la segunda versión que Steiner empezó a construir el año de su muerte (1925) y terminada en 1928. Cronológicamente es coetáneo de la villa Stein (Le Corbusier), del Pabellón de Rusia en la expo de París (Melnikov) o de la Weissenhofsiedlungen de Stuttgart (Mies…), y anterior al Sanatorio de Paimio (Aalto), al rascacielos neoyorkino Chrysler (Van Allen) o a la exposición internacional de Estocolmo (Asplund…). Sin embargo, cualquiera podríamos adscribirlo a la arquitectura brutalista de la posguerra; o, por el contrario, interpretarlo como el sedimento de otros experimentos proto-racionalistas como el Werkbundtheater de Henry van de Velde (1914) , ciertas obras industriales de Hans Pöelzig. En fin, como anunciaba al principio, una auténtica rara avis para cualquier ejercicio taxonómico de cierto rigor.

Acceso principal al Goetheanum en el invierno de 2004 (c) Rodrigo Almonacid

Pocas veces un arquitecto construye un sueño, así, literalmente. En las primeras décadas del pasado siglo XX, los anhelos de transgresión dieron lugar a episodios notables de arquitecturas fantásticas, nunca completadas. Quizá porque, en el fondo, nunca tuvieron la voluntad de ser proyectadas para acabar convirtiéndose en materia edificada. Uno intuye que siempre hubiera sido menos interesante la construcción terminada que los dibujos del proyecto que se conservan de obras por todos conocidas: las ciudades futuristas de Sant’Elia, las utopías constructivistas de Tatlin o Lissitzky, los sueños expresionistas de Mendelsohn o incluso propuestas de lugares de culto simbólicos como el “Danteum” de Terragni (todo un elogio a Dante para mayor gloria del fascismo patriótico de la Italia de Mussolini). Rudolf Steiner no lo quiso así, quiso trascender al plano de las ideas, ordenando una única materia para lograr darle su corpus físico: el hormigón armado.

El edificio, de escala monumental a todas luces, pierde su rigidez y simetría programática al cobrar vida en sus elementos. Pórticos sin columnas, ventanas trapezoidales (nunca hay dos iguales juntas), vidrieras con trampantojos y de gran intensidad cromática, escaleras que parecen no llevar a ninguna parte, una cubierta tan facetada como un caparazón de un crustáceo o tan dura como una costra de basalto… Cuando lo visité hace ya casi 10 años me quedé perplejo tras la visita, acaso como aquel viajero que acabó conmocionado al quedar atrapado en el castillo de Nosferatu. Y más aún tras pasear entre las arquitecturas que acompañan al Goetheanum de Dornach, donde creció una colonia repleta de las más extrañas piezas que uno pueda imaginar, elogio sin duda a la figura de ese Fausto que despierta en la segunda parte del texto escrito por Goethe donde el pathos personal de la primera parte trasciende a uno más universal, verdaderamente trágico, al que uno se enfrenta sin tapujos pues ha vendido el alma al diablo antes. Tienes aquí, querido lector, un vídeo a modo de visita virtual por el edificio (acompañado por la música de Beethoven), pues intentar describir los espacios y detalles de este edificio con fotos fijas se hace tarea imposible:

Quizá Rudolf Steiner vio perdida su alma al ver incendiadas las delicadas cúpulas de madera de su primer Goetheanum, y la decidió vender su alma al diablo en forma de inexpugnable roca de hormigón para liberarse a él mismo y a cuantos seguían la antroposofía por entonces (no pocos, y muy influyentes). Yo me quedo aquí, en lo terrenal, allí donde mis ojos se quedan pasmados imaginando la complejidad de los encofrados de tablones para el hormigón o boquiabierto ante un inesperado baño de luz coloreada (basta ver la imagen del final de este post), verdadera ablución espiritual para el alma de un arquitecto irreverente e inconformista como yo, lo admito.

Vestíbulo principal del GOETHEANUM (c) Rodrigo Almonacid
Vestíbulo principal del GOETHEANUM (c) Rodrigo Almonacid

Rodrigo Almonacid [r-arquitectura] · doctor arquitecto
valladolid. noviembre 2013

Rodrigo Almonacid Canseco
Rodrigo Almonacid Cansecohttps://rarquitectura.wordpress.com/
(Teruel, 1974). Licenciado en Arquitectura (1999) con premio extraordinario y Doctor “cum laude” en Arquitectura por la Universidad de Valladolid (2013), compagina su actividad académica como profesor doctor de la E.T.S. de Arquitectura de Valladolid con la profesional al frente de su propio estudio [r-arquitectura]. Es autor de dos libros: Mies van der Rohe: el espacio de la ausencia (2006); y El paisaje codificado en la arquitectura de Arne Jacobsen (2016). Colaborador habitual en blogs de actualidad y crítica arquitectónica.
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