La arquitectura a diferencia de otras obras artísticas, arrastrada por su propia definición funcional se ha presentado muchas veces a lo largo de la historia como una suma de piezas, de estancias o de partes. Este sistema compositivo reaparece en la arquitectura más vanguardista, que contradictoriamente hace alarde de huir de la composición. Que de alguna manera el funcionalismo, es decir la proyectación de arquitecturas mediante la unión de piezas, donde cada una de ellas cuenta con un uso específico, generó un método de proyectar que a recorrido y determinado la historia de la arquitectura, es una de las conclusiones que rápidamente se puede extraer de la lectura del reciente libro de Antón Capitel «La arquitectura compuesta por partes«.
Este sistema que se originó en el final del renacimiento, se convirtió en un verdadero método con la arquitectura neoclásica y académica, y participó en gran medida en la revolución del movimiento moderno y en su desarrollo posterior.
El libro describe así un recorrido por la historia de la arquitectura tocando arquitectos tan dispares como Palladio o Kahn, pasando por Le Corbusier, Alvar Aalto o Hans Scharoun. Arquitectos todos ellos influenciados por los grabados renacentistas de Piranesi que describen por ejemplo la villa Adriana como una amalgama interconectada de edificios dispares superpuestos para formar un conjunto con un significado nuevo.
Tal vez lo más curioso de este planteamiento proyectual resida en su total vigencia, ya que arquitecturas como la japonesa lo utilizan reiteradamente, haciendo gala de una arquitectura que parece no preocuparse de su aspecto exterior y que intenta narrar su preocupación por temas más contemporáneos como la sostenibilidad, la funcionalidad o el paisaje, precisamente desde esa negación de la representación del edificio.
De alguna manera estas arquitecturas, resultado de la conjunción de elementos autónomos muy estudiados y elaborados según su uso, presentan esquemas abiertos en los que el edificio aparenta estar inacabado o por lo menos abre la puerta a su crecimiento mediante el añadido de nuevos elementos.
Esto sucede en edificios como el centro de arte Towada en Aomori, Japón, obra del arquitecto Ryue Nishizawa, en el que las diferentes estancias del programa se van acomodando en volúmenes independientes que parecen estar arrojados de forma aleatoria sobre la parcela y que incluso presentan extrañas relaciones entre ellos al aparentar darse la espalda unos a otros. De esta sugerente manera el espacio «en negativo» que dejan estos elementos es decir, los intersticios que se generan entre las piezas así como sus conexiones, cobran un nuevo interés y se convierten en espacios funcionales o narrativos del edificio. Estos espacios entre las diferentes cajas se convierten en patios de exposición, descanso o trabajo al aire libre del propio centro de arte, mientras que la conexión entre los volúmenes resuelta con la geometría de un serpenteante sendero acristalado deja claro el recorrido a seguir a cualquier visitante y se convierte en el espacio de relación de todo el centro.
Estos mismos esquemas ya habían sido ensayados por SANAA, es decir por el propio Ryue Nishizawa junto con Kazuyo Sejima en obras como la ampliación del Museo Louvre en la ciudad de Lens o el nuevo Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York donde el sumatorio de piezas ofrece nuevas variables al llevarse en esta ocasión a una disposición vertical.
Aunque los arquitectos defienden el modelo adoptado para el museo newyorkino desde la óptica de la optimización de los espacios interiores, ya que les permitió introducir luces cenitales, terrazas, variaciones de superficie y de proporción en las diferentes salas, es innegable a tenor de las decenas de maquetas de la volumetría exterior desarrolladas por la oficina, el interés de este apilamiento irregular de prismas en su condición compositiva.
La geometría amontonada del edificio resuelve además de la funcionalidad, la imagen exterior de la propuesta que permite la inserción urbana del edificio en el conjunto de Manhattan como si de una escultura maciza se tratase.
Otro ejemplo aún en construcción de esta arquitectura que podríamos denominar por partes, es la desarrollada por el estudio FRPO Rodrigues & Oriol en la casa MO. El proyecto resuelve un amplio programa de vivienda unifamiliar mediante una colección de piezas prismáticas que se apoyan en el terreno de forma casual, sorteando de manera inteligente todos los árboles del bosque de pinos en el que se inserta la vivienda.
En esta ocasión este sistema de piezas autónomas permite además un alto grado de prefabricación al incorporar en su construcción paneles de madera contra-laminada especialmente rentables en la construcción de unidades de dimensiones escuetas y prismáticas.
La elegancia y sutileza de la inserción de este programa en el lugar y el paisaje que lo rodea se debe sin lugar a dudas al esquema adoptado que minimiza el impacto hacia el terreno y la vegetación, restando masa a la volumen construido mediante su fragmentación.
A pesar de que la arquitectura de vanguardia parezca en ocasiones ensimismada en planteamientos futuristas y en plantear siempre nuevos retos, existen arquitecturas con nuevos discursos que son de alguna manera deudores de esquemas y composiciones ya muy antiguas, y que tal vez por no hacer del salto mortal un valor mantienen una altísima calidad.
íñigo garcía odiaga . arquitecto
san sebastián. enero 201o
Artículo publicado en MUGALARI 17.12.2010