1924 H. P. Lovecraft escribe La Casa Maldita (The shunned house), publicado 13 años más tarde en Weird Tales. En su texto, y como es tradicional en el escritor, se nos presenta una narración en primera persona de un personaje del que apenas podemos saber mucho más que ciertos intereses científicos, enfocados, en este caso particular, en una casa del vecindario de Providence, y motivados, en gran parte y a su vez, por las investigaciones previas que había realizado su tío, el Dr. Elihu Whipple, sobre la misma.
En la historia, los dos hombres, nuestra voz en off y su ya mencionado tío, se deslizan poco a poco más y más en los lúgubres espacios de la casa, salpicada hasta el exceso de excrementos, manchas, humedades, pestilencias, hongos, polvo, moho y demás sustancias aparentemente malsanas que parecen formar parte de la casa tanto como la madera y la piedra con la que está construida. Los diversos intentos de limpieza— a través de fumigaciones de alquitrán o azufre — que han sido realizados sobre el espacio doméstico no consiguen impedir que la aparente toxicidad que invade la casa se subsanen.
¿Qué es lo que provoca está naturaleza insalubre? En un principio, poco se conoce, y sólo hay conjeturas. Se sabe que sus distintos residentes o han fallecido o han enfermado de una extraña enfermedad, similar a la anemia. A la luz de estos acontecimientos, surgirá en el barrio una leyenda en torno a la casa: que, bajo la misma, enterrado en su subsuelo, yace un vampiro que succiona la sangre de todos aquellos que moran allí.
El ansia de conocimiento, de desvelar lo que realmente se esconde tras la superficie de la casa, lanzará a los dos investigadores de lo extraño —aficionados a lo esotérico y lo paranormal, pero con estudios universitarios — a ocupar la casa durante una noche, gracias al apoyo de su dueño, que durante años ha visto cómo alquilarla es cada vez más difícil. Nuestros protagonistas irán cargados con diversas herramientas e instrumentos científicos para la lucha paranormal, con los que, si fuera posible, puedan “destruir el mismo horror de la casa”. Lo ocurrido en esa noche pasará factura para siempre al protagonista, que verá cómo su tío es licuado y absorbido por “una anomalía” hasta hacer de él “un demonio y una multitud, un matadero y una procesión”: una masa viscosa formada a su vez por todos los habitantes de la casa — descripción similar a la que ofrece el monstruo de la película The Blob.
Viéndose incapaz de detenerlo, nuestro héroe sin nombre huye de la casa hasta la mañana siguiente; regresa para entender y enfrentar qué ha pasado. Entendiendo que la monstruosidad había surgido desde los hongos del suelo del sótano, comienza a cavar, primero hincando su pala sobre dichos hongos, de los que fluirá “un viscoso zumo amarillo”, hasta dar con una pieza extraña: un cilindro de superficie semitraslúcida y vidriosa, cercana a la gelatina,
“algo semejante a un gigantesco tubo de chimenea doblado cuya parte más gruesa mediría dos pies de diámetro”.
El narrador entenderá que eso, y no un vampiro, es lo que provoca todas las anomalías de la casa. Dispuesto a destruirlo, verterá seis garrafones de ácido sulfúrico sobre él provocando un incesante humo amarillo que afectará a toda la ciudad de Providence. Después, la normalidad se establecerá entre las paredes de la casa: “uno de los terrores más ocultos de la tierra había desaparecido para siempre, y si hay infierno, al fin había ido a parar a él el alma diabólica de un ser maldito”.
La arquitectura ha sido exorcizada.
El mismo año que el protagonista del cuento de Lovecraft destruía el enigmático mal que asolaba la casa, hasta volverla apacible y llena de nueva vida, el principal ideólogo de la arquitectura moderna, Le Corbusier, presenta la primera versión de su radical propuesta urbana: la Ciudad Radiante, un conjunto destinado a modelar la nueva urbe: limpia, clara, de geometría sencilla y blanca, llamada a sustitutir la vieja ciudad de París, demasiado desordenada y sucia para el hombre nuevo que aspira a diseñar el siglo XX.
La historia de la modernidad, por aquellos tiempos, es la lucha contra las sombras y la oscuridad. La arquitectura de Le Corbusier, de vidrio, acero y hormigón, anuncia una arquitectura que ha de sanar no sólo el espíritu, sino el mismo cuerpo, que pasará a ser el gran terreno de combate, como darán muestra el establecimiento de sanatorios antituberculosos por todo el continente europeo tras la Primera Guerra Mundial, y que, también en 1924, Thomas Mann describiría en La montaña mágica.
Antes de ello, la arquitectura no ofrecía las condiciones necesarias: lúgubre, mal ventilada, llena de polvo, miasmas y ácaros; el hogar tradicional es un nido de enfermedades para sus habitantes, que viven contaminados, incapaces de mantenerse sanos. La arquitectura es tóxica, y la nueva industria material y los nuevos espacios, con ventanas más grandes, más sol y mejor ventilación, permitirá establecer garantías de unas mejores condiciones sanitarias.
La blancura de la arquitectura, de sus paredes, tendrá entonces una función determinada: mostrar la limpieza de los espacios, garantizar que no hay ni manchas, ni humedades, ni polvo. De la misma manera, la geometría esencial y simple de la arquitectura de Le Corbusier y demás modernos, ofrecerá un mundo mucho más plano y superficial, que impida la presencia de espacios pequeños o recovecos donde la suciedad se pueda acumular.
En este sentido, Will Wiles en su texto El rincón de Lovecraft y Ballard, publicado en español en Arquine y, previamente y en inglés en Places Journal (The Corner of Lovecraft and Ballard), da cuenta de cómo Lovecraft usará el rincón, la esquina de la casa doméstica, como una fisura: si es allí donde el polvo y la suciedad encuentran su espacio, será través de él que lo inhumano, lo siniestro y el horror se podrán colar desde las más oscuras dimensiones del cosmos en la apacible normalidad del hogar. Así, y para evitar que este otro mundo material invada la apacible vida del hombre que aspira a enaltecer su espíritu, la modernidad, centrada si se quiere en la figura de Le Corbusier, actuará como el héroe de la novela de Lovecraft: destruyendo lo insalubre con violencia, si es necesario.
Será ésta la razón por la que ma arquitectura moderna atacará el rincón, “el más sórdido de todos los paraísos” en palabras de Gaston Bachelard1, como uno de sus principales enemigos:
“hábitat visible de microorganismos invisibles que podían causar enfermedades e incluso la muerte”.
En el nuevo mundo que apenas empieza a comienzos del siglo pasado, urge reivindicar un mundo sin esquinas, de superficies lisas y más higiénicas:
“en lugar de la vieja mirada exagerada, la moda casera del comienzo del siglo XX ofrecía materiales más ligeros, más fáciles de limpiar, incluyendo mimbre, metales y vidrio, que habría sido rechazado como demasiado frío y estéril en el hogar victoriano (…) El cuarto de baño de azulejos blancos y cocina esmaltada; la sala de estar amueblada con suelo de parqué, alfombras, escasas cortinas, paredes pintadas, sin molduras y muebles desgastados y el escaso uso de artículos decorativos, todo eso rindió tributo a las nuevas normas sanitarias”.2
La arquitectura ha sido exorcizada.
Pedro Hernández · arquitecto
Madrid. Febrero 2019
Notas:
1 La poética del espacio, Gaston Bachelard.
2 The Gospel of Germs, Nancy Tomes. Citado en El rincón de Lovecraft y Ballard, de Will Willes.