Decía Paul Scheebart en 1914 en el texto Glasarchitektur que la arquitectura debía cambiar y evolucionar adoptando el vidrio como paradigma de la modernidad y de una sociedad más elevada culturalmente. Las construcciones de muros de carga con pequeñas ventanas debían transformarse en edificaciones abiertas que introdujesen la luz del sol, de la luna y de las estrellas en los espacios del habitar. Scheebart en definitiva propugnaba una arquitectura que permitiese la relación de un nuevo hombre, del hombre moderno con la naturaleza y con el entorno. La arquitectura del movimiento moderno se hizo caso de relación entre transparencia y modernidad. Al fin y al cabo la ventana es un elemento comunicativo de la arquitectura, un elemento que relaciona el interior con el exterior, sin la cual la arquitectura sería mera construcción. El muro de carga se convertía en cristal y no únicamente el entorno pasaba a formar parte del espacio de la vivienda sino que la propia arquitectura se diluye en el espacio natural.
Un ejemplo paradigmático de la historia de la arquitectura es el de la casa Farnsworth construida por Mies Van der Rohe en 1949, en una magnífica parcela junto al río Fox. La temible época de crecidas del río inundaba parcialmente la parcela de forma cíclica, lo que hizo necesario que la vivienda se separase físicamente del terreno sobre el que se implantaba, levantándose sobre un basamento ligero de metro y medio de altura. El proyecto mantuvo los árboles de la parcela, situando la casa cuidadosamente entre los impresionantes arces centenarios que ocupaban el solar. Los cantos blancos de los forjados del suelo y de la cubierta delimitan un espacio horizontal cerrado por planos de vidrio que se abren de manera ilimitada integrando la naturaleza en la vivienda.
Sesenta años después los proyectos de viviendas unifamiliares de Sou Fujimoto y Ryue Nisihizawa reinterpretan este concepto de transparencia pero en un contexto similar el del paisaje urbano. Nisihizawa acaba de inaugurar una pequeña vivienda de cuatro plantas en un estrecho solar para dar respuesta al deseo de sus clientes, un publicista y una escritora que querían vivir en el centro de la ciudad y cerca de su ámbito de actividad profesional. Entre dos altos edificios, el solar se abre a través de una escueta fachada a la concurrida calle principal del barrio, por lo que el proyecto sirve de soporte a plantas y flores que construyen una suerte de jardín vertical para apoyar la privacidad de la vivienda.
La casa no posee algo que pueda denominarse fachada, el edificio podría más bien calificarse de estructura, de una sucesión de plantas que dan cabida como un botellero a los diferentes usos que requiere la vivienda. El estar y la cocina ocupan la planta baja, una primera habitación se encuentra en la planta superior seguida de un baño y la lavandería. La segunda planta alberga otra habitación que conduce a la terraza de la cubierta, ocupada también por un pequeño habitáculo que puede ser usado como estudio o como habitación para invitados.
Todos los paramentos son de vidrio, fijos o móviles, matizados con cortinas y con vegetación, la casa se convierte en un soporte que diluye los límites entre interior y exterior, un espacio continuo carente de cierres físicos. Únicamente la naturaleza artificial creada por la vegetación de las terrazas se configura como un límite espacial.
En este espacio único de planta libre incluso el detalle constructivo de las escaleras expresan esta idea de ligereza y fluidez. El interior se define sobre todo por la sombra de los planos superpuestos, y los cerramientos acristalados. El tema de la casa es por lo tanto el de un espacio que fluye y la naturaleza a la que es devuelto el hombre, de forma completa no asilándolo de ella.
Por el contrario este tipo de arquitectura presenta una contradicción en sí misma. La arquitectura tiene en su origen una idea intrínseca de protección frente al medio, una idea de seguridad y también de privacidad.
Cuentan que la señora Farnsworth abandonó la casa construida por Mies en cierto modo obsesionada por que los arboles la observaban, víctima de la excesiva exposición de su persona al entorno natural. Puede que el paisaje de la ciudad de Tokio no contenga arboles, pero por el contrario posee cientos de miradas que peinaran la casa diseñada por Nisihizawa. Sin duda un buen reto que comprobará si el proyecto desarrollado por el arquitecto japonés ha encontrado al hombre que seis décadas antes Mies no tuvo la suerte de tener como cliente.
íñigo garcía odiaga. arquitecto
san sebastián. septiembre 2011
Publicado en ZAZPIKA 17.01.2012