En una ocasión acepté la invitación de dar una charla monográfica en el lejano Budapest sobre la «piedra en la arquitectura española actual». Era, al menos para mí, un extraño cometido, pero lo tomé como un ejercicio de análisis. Elegí algunos edificios ejemplares, realizados todos teniendo como protagonista el uso de la piedra, y empecé a buscar un hilo conductor para mi exposición.
Piedra, …. pensé de modo un tanto lúdico.
¡Piedra, papel, tijera!
Me sorprendió la ocurrencia y me puse a indagar en el significado de cada término.
Pronto descubrí un método bastante nítido de ordenar aquel conjunto de proyectos. Reconocí en cada palabra, más que su objeto literal, una actitud. Un modo de ser.
Hice una lista de los edificios y vinculé cada uno de ellos con cada uno de los términos.
Así, todos los edificios ordenados en la columna «piedra» tenían características ligadas con la estabilidad y la sustentación, destacando como protagonista la sección se valían de la fuerza del volumen, la masa y la vertical gravitatoria. En definitiva, tenían que ver con lo tectónico.
Los clasificados bajo el término «papel» tenían como invariante una extrema funcionalidad, derivada del enfático valor de las pautas de distribución en planta, de lo extenso y horizontal. Estaban fuertemente ligados a lo planimétrico.
Por último, los destacados en el apartado «tijera» apostaban de manera inequívoca por la búsqueda de la presencia, por el valor primordial de sus envolventes y alzados. Por la silueta, la línea y el problema de lo perimetral. En definitiva, por el orden estereotómico.
Más allá del uso del material concreto de la piedra, lo que los clasificaba era una determinada estrategia de utilización del material. Descubrí que todo material puede tener un modo «piedra», un modo»papel» y un modo «tijera» de ser. De ser y estar en la arquitectura. Que todo edificio puede proyectarse teniendo como origen estas tres maneras alternativas de disponer la materia. Y que la buena arquitectura conduce convenientemente sus diversas combinaciones.
El ancestral juego de manos de origen chino, basado en la existencia de los tres reinos de la naturaleza, es decir, lo mineral, lo vegetal y lo animal, nos lleva al mundo de las tríadas universales. Podríamos retrotraernos a otros ámbitos, a los mitos de Osiris, Isis y Horus y sus sucesivos paralelismos históricos. Pero también al tratado secular de «firmitas, utilitas y venustas» y sus reinterpretaciones clásicas y modernas. Y otras muchas tríadas dialécticas. Y en todos los casos recurrir al mismo juego de oposiciones jerárquicas.
Es un juego que nos plantea frente al problema del tres, en términos de cantidad, que los enfrentamientos se producen dos a dos. Con resultados cíclicos. Antagónicos. Polares.
Nos previene del difícil arte de la elección. Y de la intuición. Vence el que adivina. El que tiene la estrategia más psicológica (es inútil además de aburrido jugar frente a una máquina). No cabe la duda o la ambigüedad. Prevalece la virtud de lo instantáneo, de lo inmediato.
Sin duda, es un buen juego. Un juego que está también en lo arquitectónico.
Y es que, como decía LC,
«Sólo los tipos serios juegan».
Sergio de Miguel, arquitecto
Madrid, febrero 2010