Durante estos días los escenarios del Kursaal y del Victoria Eugenia recibirán la edición del festival internacional de cine de San Sebastián. Desde otro punto de vista más alejado, será la propia ciudad donostiarra la que sirva de escenario al propio festival. La arquitectura y el urbanismo de la ciudad configurarán el espacio humano en el que se debatirán las películas, se perseguirá a los actores y se discutirán los premios.
El urbanismo de San Sebastián es uno de los ejemplos más valorados en las escuelas de arquitectura de todo el mundo. La forma en que los crecimientos del centro urbano supieron respetar el casco histórico, mientras potenciaban la relación de la ciudad con su entorno natural, la bahía, el río y los montes lejanos son todavía hoy motivo de estudio continuado.
La arquitectura contemporánea de la ciudad ha respetado este ideal de implantación urbana. El Kursaal de Rafael Moneo reinterpretaba la desembocadura del Urumea y su relación con los montes Urgull y Ulía a través de la metáfora de dos rocas varadas en la playa de la Zurriola, lo que le supuso el premio Mies Van der Rohe, el premio a una obra arquitectónica más importante otorgado en Europa.
La recientemente inaugurada obra de rehabilitación y ampliación del museo San Telmo, realizada por los arquitectos Nieto y Sobejano, vuelve a incidir en la relación de la arquitectura con los elementos naturales y articula en su fachada de fundición de aluminio todo un discurso sobre esta temática. La piel de la nueva ampliación se perfora planteando una relectura de los orificios naturales que la erosión del mar crea en los bloques de arenisca del monte Urgull y en los que crecen pequeñas plantas y hierbas. Un riego por goteo integrado en la fachada permite el crecimiento de plantas que se sirven de los orificios del nuevo muro de aluminio para ver el exterior de la plaza Zuloaga.
Si la ciudad es el marco, el entorno en el que se desarrolla la vida de sus habitantes, el cine necesita de esos mismos escenarios para poder contar mediante los fotogramas impresos en el celuloide historias de todo tipo. Han sido múltiples las ocasiones en las que espacios de nuestro entorno próximo han sido utilizados para formar parte, como un actor más, de películas de todo tipo.
Un buen ejemplo es «Papillon» del director Franklin J. Schaffner, estrenada en 1973, ubicó el inicio de la historia en el casco antiguo de Hondarribia. Steven McQueen y Dustin Hoffman desfilan junto a una compañía de prisioneros custodiados por el ejército francés de camino a las prisiones de la Guayana francesa embarcando en Hondarribia y ante la atenta mirada de cientos de ciudadanos que ocupan su concurrida Alameda. El espacio urbano de ocio que configura la Alameda, ocupado por niños que juegan y ancianos pescadores que descansan a la sombra de los plataneros en el centro del casco de Hondarribia contrasta con la dureza del tránsito de los reos hacia su prisión que para muchos será su final. De alguna manera el cine busca no sólo la imagen de la ciudad, sino su esencia y los sentimientos que esos espacios generan para introducirlos en la película.
Al igual que Donostia pondrá a través del público sus ojos sobre lo que acontezca en el festival, el cine también ha visto la ciudad desde su propia y particular óptica. Cuando en 1968 los productores de la «Batalla de Inglaterra«, decidieron rodar una escena con un bombardeo sobre la ciudad de Berlín, pensaron que la famosa avenida Unter den Linden debía ser la localización ideal para esas tomas. Sus pretensiones chocaron con las autoridades comunistas que controlaban la zona este de la ciudad, por lo que tras una gran búsqueda de escenarios seleccionaron la Avenida de la Libertad donostiarra para rodar esas escenas. El aire burgués y elegante del ensanche de la ciudad reproducía a la perfección la vida urbana de la capital alemana, con el único inconveniente de que los actores que en la película se protegían de las bombas entrando en el metro berlinés, debían entrar agachándose poco a poco en unas falsas bocas de metro de cartón piedra colocadas en las aceras de la avenida.
Más allá de la imagen de apariencia de ambas ciudades, son su escala, su ambiente y su elegancia manierista lo que decidió el escenario, llenando de esvásticas y uniformes del III Reich las aceras de la Avenida.
Pero tal vez si hay una película que pueda resumir esa simetría contradictoria entre albergar el festival y salir en sus pantallas, esa pueda ser «27 horas«, el segundo largometraje de Montxo Armendariz, rodado íntegramente en la ciudad donostiarra. La película se exhibió en el Zinemaldi de 1986, mostrando las 27 horas de vida de unos personajes que ocupan el puerto, el puente del Kursaal o la parte vieja donostiarra en su vida cotidiana. La isla aparece como un punto de ruptura. Si en la vida cotidiana de los ciudadanos es un referente visual permanente desde gran parte de la ciudad, su alejamiento y la imposibilidad de ser alcanzada le confiere siempre un aire misterioso. Es esa cualidad la que Armendariz aprovecha para rematar su película y establecer la metáfora de que una vez dado el paso de llegar a la isla, ya no habrá vuelta atrás.
La utilización de la ciudad, de sus espacios en el cine es algo natural y sin lugar a dudas enriquecedor al demostrar que esos espacios poseen nuevos significados que incluso en ocasiones pasan desapercibidos para sus habitantes. Durante este Zinemaldi esta relación entre ciudad, arquitectura y cine se verá en cientos de películas y como casi siempre la realidad superará a la ficción.
Íñigo García Odiaga. arquitecto
San Sebastián. Septiembre 2011
Publicado en ZAZPIKA 21.09.2011