Las cosas pequeñas
Empezaremos por una confesión, hola, me llamo Jorge y me gustan las cosas pequeñas. Si, lo admito, me gustan las cosas pequeñas y los hechos pequeños. Las pequeñas cosas. En el fondo creo que a todos nos gustan, de una u otra manera. Además, dicen que es por las pequeñas cosas por las que el mundo se mueve, será verdad. Los comienzos son siempre pequeños y son siempre importantes, así que…
La clasificación de lo pequeño, como diría Bachelard, es, al contrario de lo que su nombre parece indicar, muy amplia, casi infinita, casi todo ha sido pequeño alguna vez, y tan variada como cualquiera de aquellas clasificaciones o categorías con las que el bueno de John Wilkins pretendía ordenar el mundo allá por el siglo XVII. Borges nos lo recuerda en su texto El idioma analítico de John Wilkins, en el que también aparece esa magnífica referencia a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos que, cierta o no, es tan sublime como inútil era intento de Wilkins.
Pero mi interés por lo pequeño no nace por un afán de catalogación, tampoco tiene que ver con la fabricación íntima de los objetos, ni con la filigrana de su detalle o aspecto, ni está asociado a objetos determinados. No, mi interés por lo pequeño nace por lo abarcable de su naturaleza. Si hacemos caso de la definición que de abarcar hace el diccionario de la RAE tenemos:
1. Ceñir algo con los brazos o con la mano.
2. Rodear, comprender.
3. Contener, implicar o encerrar en sí.
4. Percibir o dominar con la vista, de una vez, algo en su totalidad.
Entonces comprendemos hacia donde quiero llegar, estamos ante aquello que se puede comprender, además de abarcar, aquello que se puede percibir en su totalidad. Percepción y comprensión, o mejor dicho comprehensión, si se me permite ir un paso más allá en la abstracción del concepto. Así pues lo pequeño radica en su proporción y escala, y por ello, también con su relación respecto a otras cosas con las que se le puede comparar, y sobre todo, con la percepción que tenemos de él. Pero también lo pequeño es una categoría intima que está fuera de toda escala y proporción, es una categoría interior y personal. La percepción nos sitúa ante nuestro entorno y el entorno aprehensible es el entorno controlable por nuestros sentidos y sensaciones.
La pequeña escala ofrece un campo de experimentación más controlado, permite una génesis más directa, una percepción más cercana. Una sensación cercana. Lo pequeño permite, por su abarcabilidad, si se me permite el palabro y ya llevo unos cuantos, una relación personal, directa e íntima. Son objetos, piezas, o espacios abarcables, manipulables y habitables, que podemos hacerlos uno con nosotros. Y todo ello tiene mucho que ver con el espacio y la percepción del mismo, tiene que ver con la arquitectura, esa gran palabra a la que tan a menudo se vacía de contenido para se utilizada para cualquier fin.
La pequeña arquitectura, esa de la pequeña escala, suele ser nuestro primer paso en la profesión. Generalmente se llega a la arquitectura práctica, esa del encargo más o menos remunerado, de la mano de la pequeña escala, del pequeño encargo. La primera obra, tiene mucho que ver con la contención, tanto de medios como de programa. Son ejercicios limitados, y está bien que lo sean, al fin y al cabo la confianza hay que ganársela, la de los demás y la de uno mismo… Pero también tiene que ver con la autocontención.
¡Ay de aquel que comienza desplegando todo su extenso repertorio amontonado con ansia de primerizo nervioso! ¡Ay de aquel que no ha aprendido el valor de la contención, de esa autocontención, esa que viene de la mano de la reflexión y la autocrítica!.
Todo aquello, en lo pequeño, rebosa y se desborda, se vuelve grosero e inútil. En lo pequeño se delata el exceso. Exceso y falsa complejidad que se confunden con profundidad de pensamiento y mensaje, “lo que sólo resulta complejo es equivocadamente confundido con lo profundo”, decía Edgar Allan Poe por boca de uno de sus personajes en Los crímenes de la calle Morgue. Menos es más, decía don Ludwig, y dar liebre por gato era la máxima de don Alejandro. Ambos hablaban de calidad y no de cantidad.
Las pequeñas cosas, los pequeños hechos, detalles de la vida como en la novela de la india Arundhati Roy, El dios de las pequeñas cosas, o como en el tan famoso como maltratado y malentendido efecto mariposa, son aquellas que cambian el curso de los acontecimientos; en ellos está la posibilidad de la diferencia, así en la vida como en la arquitectura. Ya decía Mies “Dios está en los detalles”, una frase robada a Flaubert por cierto… Nadie es perfecto.
jorge meijide . arquitecto
a coruña. septiembre 2013