Un artículo en La Ciudad Viva, titulado Sociedad de tránsito de nuestros amigos StepienyBarno, desencadena como siempre una cadena de ideas. Iba a dejar un comentario en la web (me he propuesto dejar de usar blog por parecerme casi despectivo…) pero prefiero desarrollar un poco más el tema y así ser red un poco más.
Con el artículo solo estoy parcialmente de acuerdo. Lourdes y yo estudiamos a Augé a finales de los ’90 y ya entonces nos pareció que no llevaba razón. Para nosotros en ese momento de inocencia y esponjamiento intelectual había espacios que Augé llamaba “no lugares” y que sin embargo para nosotros están cargados de significación y sentido.
El vestíbulo del aeropuerto de Schipol en Amsterdam que siempre significaba una ruptura en el limbo espacio temporal que para nosotros era el periodo Erasmus. El Burger King que había al lado de casa de mis padres, con el que se fueron muchos momentos entrañables de mi infancia. Los asientos de cualquier avión, que permiten un momento de reflexión e introspección muy productivo…
Si lo hilamos con el axioma que escribíamos la semana pasada, nos damos cuenta de que lo importante en esta hipermodernidad no son los espacios si no las personas. Es lo que cataliza el enorme desarrollo que las redes sociales han tenido. Y ahí es donde deberíamos entonar el mea culpa.
Si la red ha acogido a las personas y sus acontecimientos, lo ha conseguido a base de darles sitio. Google no tiene ruido, ni adornos superfluos. FaceBook es una colección de acontecimientos, ordenados en una estructura flexible y de un colores azules y celestes suaves y amables.
Los espacios en la red, los lugares en los que las personas se relacionan e interactúan están despojados de significación. El sentido de esos espacios lo dan únicamente los acontecimientos que en ellos tienen lugar.
Este es el argumento que nos lleva a dirigir nuestro trabajo a lo que llamamos hipoarquitectura. Una arquitectura con minúsculas, que se convierta en espacio para los acontecimientos y que ella misma se plantee como usable y no como funcional, que sea herramienta y no fin. En definitiva una arquitectura que sirva a las personas y no a sí misma.
Miguel Villegas, arquitecto
Editor en arquitextónica
Sevilla, febrero 2010