Cuesta imaginar un mundo sin color. Pero Raoul Servais lo hizo y, dando un paso más, convirtió esta ocurrencia en una rotunda parábola antimilitarista, en una síntesis de las ideas que le rondaban la cabeza desde su infancia en Ostende.
Raoul Servais, nacido en la Europa convulsa de entreguerras, creció rodeado de exiliados tras la Segunda Guerra Mundial. Tras estudiar en la Escuela de Arte de Gante, y de manera autodidacta, comenzó a explorar las potencialidades del cine de animación. Hubo de hacerlo progresivamente, a medida que lograba acceso a más recursos: 8, 16, 35mm. Y finalmente lo consiguió: sus dibujos adquirieron movimiento y sonido, sus ilustraciones se transformaron en cine.
Hoy, cortometrajes como Chromophobia (1966), Siréne (1968) o To Speak or not to Speak (1970) son consideradas piezas clave en la historia de la animación. Y aunque su estética recuerda a populares obras producidas por grandes estudios americanos en los años 40 y 50, a diferencia de estos Servais nunca subestimó el potencial subversivo de los dibujos animados.