En los últimos doce meses se celebró, en la mayoría de las ciudades del mundo y con distintas acciones, el centenario del nacimiento de Jane Jacobs, genial urbanista y activista social que con su libro “Muerte y vida de las grandes ciudades” (1961) cambio definitivamente la forma de mirar y analizar los fenómenos urbanos.
Jane Jacobs nació el 4 de mayo de 1916 en un pequeño pueblo de Pennsilvania en los EEUU y en su juventud emigro a Nueva York, atraída por la vibrante y multitudinaria vida urbana de esa mega-ciudad. Allí comenzó a interesarse por las cuestiones urbanas, se caso con un arquitecto, formo su familia en un sencillo departamento de Greenwich Village y consolidó su vocación por el periodismo. Sin tener ningún título universitario ni estudios específicos llego a ser editora de la revista Architectural Forum. Desde sus artículos polemizo duramente con las tendencias urbanísticas dominantes en la década del 50 en Norteamérica, aquellas que propiciaban el crecimiento de los suburbios extendidos con casas individuales, el culto al automóvil particular y las autopistas, junto con la des-valoración de los centros urbanos tradicionales, la preferencia por las torres y las demoliciones sistemáticas de los antiguos edificios y sus barrios en nombre del progreso y la modernización.
Inicialmente ridiculizada por los tecnócratas del urbanismo moderno, ella nunca se dio por vencida, supo pasar de las ideas a la acción y medio siglo después es reivindicada y citada en sus discursos hasta por el propio ex presidente Obama. Jane Jacobs fue la primera voz de resistencia y participación ciudadana ante los excesos de un urbanismo autoritario y deshumanizado impuesto de arriba hacia abajo y que aun hoy prefiere las decisiones cerradas, rápidas e inconsultas sobre cambios y obras que afectan la vida cotidiana de miles de personas.
En su libro “Muerte y vida de las grandes ciudades” va a rescatar las ricas preexistencias de la ciudad multifuncional, compacta y densa donde la calle, el barrio y la comunidad son vitales en la cultura urbana.
“Mantener la seguridad de la ciudad es tarea principal de las calles y las veredas”.
Para ella una calle segura es la que propone una clara delimitación entre el espacio público y el privado, con gente y movimiento constantes, manzanas no muy grandes que generen numerosas esquinas y cruces de calles; donde los edificios miren hacia la acera para que muchos ojos la custodien. Ideas absolutamente innovadoras para su época como la mezcla de usos, la densidad equilibrada, la protección del patrimonio arquitectónico y urbano, la prioridad de los peatones, las identidades barriales o el cuidado diseño del espacio público son parte de un cuerpo doctrinario de enorme vigencia.
Jacobs logra demostrar que antes de cambiar una ciudad o intervenir en ella hay que conocerla a fondo y eso implica entender donde está su vitalidad, como la usan los vecinos, que aprecian de ella, que actividades realizan en sus calles, como juegan los niños, que parques son buenos y porque tiene más publico que otros, cuales son las buenas dimensiones y porque; en definitiva entenderlas y aprender a vivirlas. Para ello hay que bajar a sus calles, hablar con la gente, deducir el maravilloso entramado de relaciones, vínculos y contactos que una ciudad genera entre sus habitantes. Sus textos serán extraordinarias y minuciosas observaciones de estas relaciones y vivencias.
Jacobs defiende la densidad y la vida en comunidad, sostiene que allí está la cura de la inseguridad y la violencia; conocer al vecino, conformar redes, mezclarnos con los diferentes, saludarnos y volver a reír en el espacio público. Su mirada de mujer también será decisiva. Recuperar la vitalidad de calle es la clave de sus enseñanzas. La calle, a diferencia de lo que plantea Le Corbusier y el urbanismo moderno, no es un mero vacio para la movilidad, la calle es para Jacobs una autentica y compleja institución social donde desde niños aprendemos a socializar y construir comunidad. Si la calle termina privilegiando al automóvil por sobre el peatón, la calle se muere y allí comienza el fin de la ciudad. Su lucha sistemática contra las prepotentes autopistas que ingresan en la ciudad y arrasan con todo logro salvar en los años cincuenta al bellísimo Village primero, su propio barrio en New York, y años después a Toronto, en Canadá, donde había emigrado para evitar que sus hijos fueran enrolados como soldados en la guerra de Vietnam.
Allí murió en 2006, semanas antes de cumplir 90 años. En muchas ciudades, para esta época del año, distintas ONGs invitan a homenajearla realizando caminatas urbanas para vivenciar y aprender a valorar nuestros entornos urbanos. Caminar y disfrutar la ciudad era tal vez su mayor pasión.
Jan Jacobs fue una teórica y una activista polémica, muchas veces tildada de ingenua en sus planteos urbanos. Pero hoy sus libros y enseñanzas han cobrado renovada vigencia visto los fracasos del viejo urbanismo tecnocrático, autista y arbitrario. El futuro de la humanidad y del planeta depende de tener mejores ciudades. Sabemos que replegarnos al espacio privado, o huir al insustentable urbanismo difuso de las periferias no es solución y agrava el problema.
Nuestra “calidad de vida” no puede depender de ghettos custodiados por murallas, alarmas y ejércitos privados. Por eso debemos volver a mirar el espacio público como el corazón de la vida moderna; su diseño, su uso, su gestión y nuevas funciones. Repensar la calle, la plaza, el parque; el arbolado y el paisaje urbano, aquello que nos permita humanizar el espacio público y experimentar el encuentro, el intercambio y la diferencia. Para ello Jane Jacobs sigue siendo una referencia ineludible, para pensar pero también y fundamentalmente para hacer mejor ciudad.
Martin Marcos. Arquitecto, urbanista, Director MARQ-SCA (Museo de Arquitectura y Diseño de Buenos Aires) y Profesor Titular FADU UBA
Buenos Aires. Mayo 2018