Todo el mundo sabe que Londres es una ciudad magnífica. Pienso que, probablemente, la expresión más intensa y afortunada de la civilización occidental. Mejor que París, demasiado retórica; mejor que Manhattan, tan especial. Más que Berlín, más que Roma, más que Madrid, más que Barcelona, más que Buenos Aires. Y lo pienso no sólo, o tanto, desde el aspecto físico, urbano y arquitectónico. También desde el cultural y social. Desde su río, sus parques, sus monumentos, sus squares, sus casas,.. Pero también desde sus museos, sus teatros, sus universidades, sus instituciones. Todas esas ciudades que hemos citado se parecen, y Londres alcanza, creo yo, una condición de arquetipo entre ellas. Una condición que nos consuela, pues la supervivencia de Londres, la vitalidad de Londres, nos compete a todos. En buena medida, mientras Londres dure tal y como es, tal parece que la sociedad occidental sigue funcionando, que las crisis no son para tanto. Que no llegan a tanto.
Por eso resulta tan atractivo como tranquilizador visitar en Londres una buena exposición. Ayer vi una en la National Gallery sobre «Canaletto and his rivals», una auténtica maravilla. O ir a un concierto. El viernes estuve en uno en el Royal Festival Hall, en el South Bank de Waterloo, donde toca la London Philharmonic Orchestra. Un concierto de Berlioz, Elgar y Strauss. Magnífico. O pasear por un parque. O asistir a una clase en la universidad, donde, en primero de arquitectura, un experto invitado sintetiza para los bisoños estudiantes que fue la arquitectura romana. Un viejo mito, vigente aún, al menos en cuanto aún es explicado.
La sociedad occidental continúa, pues parece que tira. Aunque ¡ay!, en Londres, en Inglaterra, las cuentas ya no salen. Y no salen porque, aunque la ciudad y el país sean muy caros, explicando en gran medida el milagro, el welfare state inglés es demasiado bueno, y la vida, en general, demasiado buena. No podemos pagarla. O, mejor dicho, no la estamos pagando. Los conservadores y los liberales (algo así como la UCD, que quede claro, no como la pepería, que eso es otra cosa) tienen que poner el país más caro. En realidad, como en todas partes, y lo están haciendo, sin que aquí hayan aparecido protestas como las españolas o, sobre todo, como las francesas. Aquí tal parece, por ahora al menos, que la gente sabe que el dinero no viene de Dios, y que eso es una cosa muy seria.
Una de las cosas que se va a encarecer es la Universidad. A encarecer, porque pagar ya la pagan, y bien pagada. La Universidad estatal (aquí casi todas las universidades son estatales; evito la palabra «pública», porque en inglés, como en castellano antes de que se corrompiera, esa palabra quiere decir «abierta al público», como las tiendas) cuesta unas 3.000 libras al año académico. Casi nada. O sea, más o menos algo más de 4 veces lo que se paga en España. Pues bien, amigos, las cuentas de la Universidad no salen -como en España- y las van a pagar los estudiantes. Las matrículas van a subir a 7.000 libras al año académico. Eso sí, hay una buena política de becas y una buena política de préstamos para poder estudiar. Y, naturalmente, también hay que aprobar la selectividad. No estudia solo quien tenga dinero.
Fíjense ustedes. ¡Igual que en España! Todos los estudiantes y todos los padres quieren que la Universidad cueste muy poco, tal y como ocurre, y los políticos no quieren o no se atreven a hacer que paguen aquello que deberían. A la izquierda le parecería antisocial y a la derecha antipolítico. El resultado es el mismo, la Universidad a la caraja, sin medios suficientes y dando supuesta enseñanza a demasiados, a muchos que no quieren ni lo merecen, en realidad, convirtiendo la Universidad en una ficción, y destruyendo sistemáticamente las profesiones y la sociedad con ellas.
En España, en Italia, todos son universitarios. Como apenas cuesta nada (cuesta menos que un Colegio de bachiller), y todavía da prestigio, todos a por una carrera. Y las profesiones destruidas. Y la vida con ellas. Y ya no tiene remedio, pero si no se le pone freno, la degeneración futura será sencillamente insoportable.
Pero ¿a quien va a ayudar económicamente más el nuevo gobierno conservador británico? Me lo ha dicho hoy el catedrático con el que yo trabajo: a las ingenierías y a las lenguas modernas. Total que, como ven, en todas partes cuecen habas. Los conservadores británicos son lo que son y todavía creen en los ingenieros. Sería para morirse de risa si no fuera para llorar. Le he dicho al catedrático que yo creía que el mundo funcionaría mucho si no hubiera ingenieros, y que la mayoría de los disparates que hay en el mundo los han hecho ellos.
Él se ha reído, pero enseguida me ha dicho (estábamos en un café):
«Cállate, cállate; si te oyeran los políticos pensarían que eres comunista.»
Antonio González-Capitel Ma2rtínez · Doctor arquitecto · catedrático en ETSAM
Madrid · Octubre 2010