En los muchos procesos de indagación que llevamos a cabo encontrar las verdaderas posibilidades de actuación depende de nuestra capacidad de identificar y distinguir. De ejercer esa iteración, ese volver al conocimiento desde la atención y la intención en busca de nuevos campos de interpretación. Desplegando un examinar intenso, un ascender al saber ver con el máximo de expectativas.
A menudo nuestra búsqueda se enfrenta a comparar imágenes con realidades que no pueden ser otra cosa que llaves al entendimiento. Que además de ser siempre significan. Y saber descubrir su ser y significación sólo depende de que seamos capaces de re-conocer todo aquello que es y puede llegar a ser.
Instruirse en esa habilidad de volver a extraer significados y respuestas de las ideas y las cosas, incluso de lo invisible e inefable, supone intensificar y evolucionar los campos de expresión y manifestación.
Reconocer es siempre una acción pura. Dinámica y aguda. Capaz de diferenciar, a través de valientes acercamientos y elecciones, lo insignificante de lo característico. Más allá de su supuesta racionalidad el acto de reconocer moldea la experiencia, la emoción y la alteración perceptiva. Evoca y provoca. Y manifiesta una condición ineludible para conseguir el buen hacer.
En consonancia con su atractivo circular como palíndromo la labor de reconocer supone un deambular aproximativo que converge en el núcleo activo de la interpretación, cotejando sucesivamente la definición con la memoria.
Conlleva por tanto una actitud de indagación eficiente cuyo principal vehículo es el tiempo. Ese tiempo esencial y detenido, más cerca del cualitativo kairós que del cuantitativo cronos, que proporciona el criterio necesario para vislumbrar aquello que deviene en importante. En sintonía con ese duende que proporciona el momento adecuado y oportuno.
Sabemos que estamos en el feliz estado de reconocer porque, desde ese preciso momento, todo lo que acontece se convierte en algo difícil de olvidar. Despierta el impacto. Y en su perspicacia proliferan aquellas emociones y sensaciones que trasladan a nuevas realidades posibles. Es un conocimiento instantáneo, a menudo inexplicable, pero extraordinariamente conectado con aquello que sabemos positivamente que puede llegar a ser.
Si de reconocer depende porqué no acostumbrarnos en insistir en revisar de manera crítica lo ya aprendido. No vaya a ser que lo que se vuelve a conocer, aquí y ahora, sea en realidad lo que estamos buscando.
Sergio de Miguel, Doctor arquitecto Madrid, octubre 2016 Publicado en Grupo docente y de investigación para la arquitectura Grupo 4! de la ETSAM.