Siempre nos medimos, nos aproximamos, nos acostumbramos a medir con la vista, no con la mirada, la mirada acusa siempre, la mirada señala, no es fija, en cambio la vista es mas cuidadosa, la vista observa, cuantifica, mide, se aproxima, llega a tocar la lejanía y vuelve con toda esa fortuna, la de haber visto. Se podría afirmar incluso que ha tenido tiempo de habitar en ese alcance, trayéndonos incluso “recuerdos” de ese viaje galáctico.
Así es la vista, tiene una vida: cuando solamente mira es corta, cuando observa es sabia.
La vista se presenta más inquieta cuando intenta zafarse de su adolescencia; mide todo lo que el destino desea que mires. Sin embargo, cuando se hace mayor, solo elije ver fijamente lo que ha decidido observar, sin contestar los miramientos ajenos, sin caer en sus distracciones: saber ver.
Solo a lo largo del tiempo se es capaz de identificar esas etapas, porque ya se han convertido en episodios, en distancias cronológicas. Solo hay que estar en ese momento justo de la vida en donde esa capacidad de observación es capaz de construir limites deseables, marcarnos esa distancia agradable con el horizonte, y, cómo todo ello es capaz de acercarnos al umbral de aquellas decisiones sin importar lo erróneas que puedan ser.
Solo medimos nuestro alcance, y solo seremos capaces de saber quienes somos cuando nos mesuramos, cuando el tiempo nos mesura, y todo ello en un mismo instante.