lunes, diciembre 23, 2024
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Le Corbusier y Todo llega al mar (IV) | Óscar Tenreiro Degwitz

Le Corbusier y Todo llega al mar (III) | Óscar Tenreiro Degwitz

Hoy comento el último párrafo de la carta de Le Corbusier que inició todo el episodio1 que culminó en su invitación a Venezuela. En la cual adjuntaba el pequeño gouache que daba color al dibujo del Delta del Ganges que había hecho desde un avión. Se le había pedido un texto para los jóvenes y esto escribió:

«Para el texto, le agradezco que se refiera al libro aparecido en francés, en las Ediciones Vincent et Fréal en París (4, rue des Beaux Arts) titulado: «Le Corbusier-L’Atelier de la Recherche Patiente». Allí usted encontrará en la página 21 un texto que es el mensaje más objetivo que puedo dirigir a los jóvenes. Podría traducirlo al español y, eventualmente, hacerlo preceder del dibujo de la página 20, en color y en negro. Bien cordialmente de usted. Le Corbusier.»

Corbu y el dueño del tarantín «L’Etoile de Mer», junto a su cabaña mediterránea. Se lee «reina la amistad», «Robert» (su amigo) y «San Andrés de los Erizos». Fragmento de un mural en la pared externa del tarantín.
Le Corbusier y el dueño del tarantín «L’Etoile de Mer», junto a su cabaña mediterránea. Se lee «reina la amistad», «Robert» (su amigo) y «San Andrés de los Erizos». Fragmento de un mural en la pared externa del tarantín.

En el cual Le Corbusier a partir de la narración de su trayecto vital iniciado en su más temprana adolescencia, «de los trece a los dieciséis años«, y luego de resumir sus experiencias en el mundo europeo destacando al final su viaje hacia el Este que lo llevó hasta Turquía y del cual salió su primer libro Viaje a Oriente, esencial para asomarse a su personalidad, culmina con una frase que es sin duda el resumen de lo que quería trasmitir. La motiva su estancia en Grecia, en la Acrópolis, junto al Partenón con sus columnas

«[…] Aún acostadas sobre el suelo. Con los dedos se toca, se acaricia, se aprecia el modelado de la obra. Estupefacción: la realidad no tiene nada en común con los libros de enseñanza. Aquí cada cosa es un grito de invención, una danza bajo el sol…Grande, definitiva admonición: no hay que creer sino después de haber visto y medido…y tocado con el dedo!».

Y concluye más adelante:

«[…] Quedarse joven…VOLVERSE joven».

II

Son palabras asociadas a valores trascendentes. En cuanto a que hacen un llamado hacia un modo de vivir, una visión de las responsabilidades del hombre, asociado a valores; a lo que coloquialmente llamamos mundo espiritual. Es una visión ética, que en otro tiempo intenté calificar como humanista sin percatarme del peso que esa palabra tiene en otros lugares y específicamente en los Estados Unidos donde se vio en un tiempo no muy lejano como beligerante, antagónica con cualquier perspectiva religiosa.2

Y sea como sea que la califiquemos, contrasta de un modo drástico con los mensajes de quienes hoy disfrutan de notoriedad como arquitectos y toman gran cuidado de alejarse de los confines materiales en los que se mueve la disciplina, respondiendo así a la tendencia actual de evitar consideraciones referidas al mundo moral. Hay miedo (justificado en parte) a las moralinas. A los jóvenes de hoy se prefiere hablarles de destrezas, de capacidad de superación basada en la tenacidad y el esfuerzo, sobrecargando el mensaje con una obsesión por el éxito que propone como objetivo central destacarse sobre los demás, ser nombrado, halagado, ser centro de atención. Se trata de tener Poder. Poder que puede ser y generalmente es el económico derivado del éxito profesional, como el que hace a tantos arquitectos del espectáculo pasearse por el mundo repitiendo sus artilugios, los trucos que les han conferido notoriedad. O Poder en el sentido político caracterizado por un cuestionamiento del juego de intereses predominante que se agota en la inconformidad, el desencanto o el desaliento frente al establishment.3 Un cuestionamiento que se vuelve esquemático, en el que anidan los lemas políticos insustanciales que se diluyen en las manos de los que una vez fueron contestatarios cuando asumen posiciones de Poder. Como ha ocurrido por ejemplo, aquí en Venezuela.

Discursos así nada tienen que ver con la rebeldía que señala Le Corbusier, la del sí mismo, la de quedarse joven la de VOLVERSE joven, que es cuestionamiento ético y moral. Una llamada a no olvidar el desinterés, el hacer las cosas por convicción y no por convención.

III

En ese preciso sentido la figura de Le Corbusier se agiganta. Se destaca entre sus pares y entre quienes la admiración general ha llevado a una notoriedad parecida porque su mensaje rebasa los límites de un saber específico, de la artesanía del oficio, y quiere abarcar a la persona en su totalidad. Un rasgo que en tiempos del todo vale le ha hecho centro de críticas y no pocos intentos de reducirlo al rol de una especie de predicador ingenuo, pero que ante el evidente fracaso de la visión práctica4 más bien frívola surgida de la opulencia, ahora en crisis, ha terminado por revalorizarlo como referencia fundamental.

Porque ya, con todo el tiempo transcurrido, lo más significativo de su legado es su propia vida, tal como pareció intuirlo al referirnos a la descripción de sus años juveniles plenos de descubrimientos en el texto que comentamos.5 Sobre todo en cuanto atañe a su progresivo paso de propagandista vivaz hacia una universalidad serena pero enérgica, que intenta comprender, de la cual su testimonio más relevante es la experiencia de Chandigarh nueva ciudad construida en la década anterior a la de su muerte, en el otro lado de su mundo geográfico y cultural. En ella demostró una capacidad de comprensión que, como hace muy poco me señalaba el colega Enrique Larrañaga la ha convertido en

«Una ciudad muy armónica, con todos los conflictos de la India en esos años (se refiere a una visita en 1995) pero con raíces para crecer sanamente, a diferencia de su contemporánea Ciudad Guayana, condenada al fracaso desde su ideación […].

La Ciudad Guayana venezolana, como sabemos, es la primacía de la razón práctica, de la técnica superpuesta, de la ausencia de aliento trascendente.

Óscar Tenreiro Degwitz, arquitecto.
Venezuela, Julio 2013

Notas:

1 Sigo con las secuelas de la carta de 1963 ahondando en algunas cosas vinculadas con lo que allí escribió Le Corbusier. Y me ocupo del mensaje que envió, el cual publiqué aquí, no es otra cosa que el relato de sus experiencias de vida, con lo cual afirma su convicción de que es desde la vida, en el sentido de la experiencia del hacer, de donde viene el conocimiento profundo, el que conforma la cultura individual y se convierte en cultura colectiva. Un mensaje que desconfía de lo libresco, congelado en libros, revistas o tratados y apela a la capacidad de cada quien para decir esto sí o esto no.

Es un mensaje que puede conectarse con otros que lo complementan, como el que acompañó a la publicación del Proyecto de la iglesia de Firminy por parte de estudiantes norteamericanos de la Universidad de Carolina del Norte en los primeros sesenta y dice así:

«Publicar los croquis del nacimiento de una obra de arquitectura puede ser interesante. Cuando una tarea se me confía, tengo la costumbre de meterla dentro de mi memoria es decir, de no permitirme ningún croquis durante meses. La cabeza humana está hecha de tal modo que ella posee una cierta independencia: es una caja en la que se arrojan sin orden los elementos de un problema. Se deja entonces «flotar», «marinar», «fermentar». Luego, un día, como una iniciativa espontánea del ser interior, se produce el click: se toma un lápiz, un carboncillo, creyones de color (el color es la clave del asunto) y se da a luz sobre el papel: La idea surge, el niño sale, vino al mundo, ha nacido».

2 Hoy, es verdad, ya trabajamos poco con la mano sobre el papel de croquis. A menudo, al menos a mí me sucede desde que tuve que reducir drásticamente mi espacio de trabajo y sólo tengo cerca computadoras y unas mesas llenas de objetos diversos, los primeros esquemas son rápidos y muy pequeños en hojas sueltas de papel: y de inmediato el corte se va perfilando dibujado en la pantalla. Por más que uno se empeñe en insistir en lo contrario, ya es esa pantalla la que ocupa el lugar de la hoja de croquis. Sin que por supuesto deje de ser muy necesario, indispensable, comprobar a mano con el esquema rápido. Poco importa sin embargo. Los instrumentos cambian con los tiempos como ha sido siempre. Lo que interesa señalar es que el proceso de «marinación», de «flotación» y «fermentación» es esencial. ¿Y cómo surge? No tiene demasiado que ver con la voluntad, sino con lo que hay dentro de la «caja» a la que alude Le Corbusier. Nuestra cabeza, que no es otra cosa que nuestra experiencia personal, la de vivir, la de observar, la de ilustrarnos, la de enriquecernos, la de «tocar con el dedo». Esa es la cuestión. Que nos remite, es sorprendente, al mensaje de Le Corbusier en la carta, el del texto sobre sus primeras experiencias de vida. Que recalca la inmensa importancia que para el arquitecto tiene ese trayecto que pudiéramos llamar sensorial sobre las cosas del mundo que alimentan a la arquitectura.

3 Hablé del «corte» dibujado en la pantalla de la computadora. Y esto me lleva a un maestro más cercano, más inmediato a nuestra geografía cultural: Carlos Raúl Villanueva. Porque «el viejo» insistía de modo enfático en la importancia del corte como definición de la idea arquitectónica. Y cabe aquí recordar que prácticamente todas las nociones espaciales de cualquier arquitectura del pasado o del presente se resumen en el corte, no necesariamente en el envoltorio externo. Y también en la estructura, en el esqueleto, en el soporte, al cual también Villanueva daba enorme importancia en la etapa de «fijación» de la idea, como me comentó una vez el colega Óscar Carmona quien colaboró estrechamente con él en un par de trabajos pocos años antes de la muerte. Al tocayo Óscar, cuando sepa donde se encuentra, es indispensable, por cierto, entrevistarlo. Si de él sabe alguno de los lectores caraqueños de este blog estimaré me lo comuniquen.

4 Y es posible deducir de lo dicho: experiencia de vivir, de experimentar y tocar, cultura y sabiduría personal; capacidad de convertirlo todo en vida interior, en «caja de sorpresas¨ donde las cosas se sumergen en la sustancia de lo vivido; utilización adecuada y tempestiva de los instrumentos; definición y configuración de la idea en corte y estructura; en todo eso, en la vinculación orgánica de todas esas cosas hay un modo específico de aproximarse a la arquitectura que «nada tiene que ver con los estilos» como también decía Le Corbusier.

Es ese el mejor antídoto frente a la inundación de frivolidades o costosas excentricidades de las cuales ha estado llena mucha de la arquitectura exitosa de las últimas décadas.

5 Así, del modo sencillo expresado en textos reflexivos, del impulso de comunicación para sumar a las personas a la tarea de «ir juntos», es como se construye un legado destinado a permanecer. Tal vez allí, como digo en la nota de hoy, es donde más se hace perdurable el mensaje de Le Corbusier. Eso, además de su visión de artista expresada en la pintura, la escultura y su fervor literario que lo llevó a escribir profusamente como muy pocos arquitectos de su tiempo e incluso posteriores; escritura que permite conocer motivos, sentimientos, episodios, observaciones, asimilar mejor lo que trató de trasmitir.

Óscar Tenreiro Degwitz
Óscar Tenreiro Degwitzhttps://oscartenreiro.com/
Es un arquitecto venezolano, nacido en 1939, Premio Nacional de Arquitectura de su país en 2002-2003, profesor de Diseño Arquitectónico por más de treinta años en la Universidad Central de Venezuela, quien paralelamente con su ejercicio ha mantenido ya por años presencia en la prensa de su país en un esfuerzo de comunicación hacia la gente en general de los puntos de vista del arquitecto acerca de los más diversos temas, entre los cuales figuran los agudos problemas políticos de una sociedad como la venezolana. Tenreiro practica así lo que el llama el “pensamiento desde y hacia la arquitectura”, insistiendo en que lo hace como arquitecto en ejercicio, para escapar de los estereotipos y cautelas propios de la “crítica arquitectónica”. Respecto a la cual no oculta su desconfianza, que explica recurriendo al aforismo de Nietzsche sobre el crítico de arte “que ve el arte desde cerca sin llegar a tocarlo nunca”.
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