Historia Universal de la Infamia [I] | José Ramón Hernández Correa
Se suponía que esto iba a ser un espacio sobre teoría y crítica de arquitectura, pero al final también tiene cotilleos. Y es que yo soy muy fan y muy mitómano, y las vidas de mis héroes me interesan incluso más que sus obras.
(Creo que sería un estupendo colaborador en la sección de arquitectura de Telecinco, suponiendo que tal cosa pudiera existir algún día).
En mi sórdido recorrido por la ignominia de los más grandes, hoy me toca hablaros de Le Corbusier.
Pero antes os tengo que hablar de Eileen Gray, una decoradora irlandesa, experta en lacados, diseñadora de muebles y de tejidos, y que las escasísimas veces que tuvo que diseñar una casa lo hizo magistralmente, sin despeinarse, con una facilidad pasmosa.
Cada vez que leáis una reseña sobre Eileen Gray leeréis la palabra «lesbiana» para empezar. (Creo que el enlace que he puesto a la wikipedia es uno de los poquísimos sitios en que no se dice). A mí eso me duele. Yo tardé bastantes años y bastantes libros en enterarme, por casualidad, de que Louis Henry Sullivan era homosexual, pero con Eileen Gray basta que leamos una pequeña nota para que nos lo digan. ¿Por qué? Uno diría que hay alguien que piensa que ser lesbiana equivale a ser un marimacho y, por lo tanto, a una especie de pseudohombre, y que solo así se entiende que pueda haber habido una mujer en el Movimiento Moderno capaz de hacer casas tan buenas como las que hacían los hombres.
No sé. Tal vez haya algo de eso. Armémonos de paciencia, porque aún no hemos empezado a contar las humillaciones y vejaciones que tuvo que soportar esta mujer.
Eileen Gray fue una de las personas más sensibles y más innovadoras en el campo del «diseño total del espacio», entendiendo por tal cosa el mobiliario, la luz, las texturas, los colores, los tejidos… Abarcó un campo en el que los arquitectos del Movimiento Moderno apenas habían reflexionado por entonces, y llegó a logros prodigiosos.
Era un espíritu libre, que no quería estar atada a nadie ni a nada. Nunca quiso casarse, y vivió sucesivas historias de amor que a los pánfilos como Le Corbusier les dejaban estupefactos.
Una de estas historias la tuvo con Jean Badovici, un arquitecto rumano que…
-Espera, espera. ¿No habías dicho que Eileen Gray era lesbiana?
-Sí. Y repito que así lo dicen sus biografías.
-¿Y este Badovici?
-Pues eso, que la Gray debía de ser lesbiana pero menos. De todas formas, no apearéis del burro a quienes tienen ese puntito morboso. Lo más que conceden algunos es que fue «bisexual», que sabe Dios qué pretenden que signifique. Yo preferiría que a la gente se le dejaran sus gónadas y costumbres en paz, pero no puede ser. Telecinquismo puro. Menciono esto porque me parece fundamental para entender una parte de la obsesión del Corbu.
Sigamos. Jean Badovici era arquitecto de formación, pero sobre todo era crítico, y editor de la importantísima revista L’Architecture Vivante; y era amigo de Le Corbusier, de quien había publicado muchas obras.
Eileen y Jean estaban muy enamorados. Se construyeron una estupenda casa en la costa azul para vivir en ella su amor. La casa fue diseñada por ambos, aunque al parecer lo fue principalmente por Eileen, y Jean se limitó a poner la «profesión», solucionando detalles técnicos. Desde luego, tanto la elección del lugar como las ideas principales de la configuración de la casa, y todo el acondicionamiento interior fueron obra exclusiva de Eileen. (También fue ella quien costeó la obra).
A la casa la llamaron E.1027, que parece un nombre muy técnico y muy frío, pero que esconde el anagrama de sus iniciales. (E de Eileen, 10 de la letra J = Jean, 2 de la letra B = Badovici, y 7 de la letra G = Gray).
La casa fue construida entre 1926 y 1929. Por aquella época, como he dicho, Badovici tenía mucha relación con Le Corbusier, y le invitó varias veces a la casa.
El Corbu se quedó literalmente conmocionado tanto por la casa como por la autora. (Sabía que Badovici no era capaz de hacer eso). Jamás hasta entonces había visto tal integración del diseño de mobiliario, alfombras, tapices y cortinas con la arquitectura moderna en un todo fantástico. Por otra parte, el emplazamiento era de ensueño, las vistas magníficas, y la sensación de estar en esa casa era de alegría, de luz, de espacio, de amor, de felicidad en suma.
Por otra parte, Le Corbusier era un paleto, y nunca había conocido a una mujer como Eileen.
(Yo juraría que no se enamoró de ella, pero sí que le obsesionó, incluso le debió de dar algo de miedo).
El caso es que Le Corbusier se hacía invitar a esa casa a menudo, e insinuaba que tal pared quedaría muy bien con uno de sus murales. Esas insinuaciones ponían frenética a Eileen, que había pensado cada detalle de la casa y que la quería justo como era, sin necesidad de que nadie viniera a meterle mano ni a pintarrajear.
Entre 1938 y 1939 Le Corbusier, por fin, pintó una serie de murales en la casa. Eileen, impotente, se desesperó.
El amor entre Eileen y Jean se había terminado hacía años. (Escribo como un redactor de ¡Hola!, ¿verdad?). Eileen se había marchado de allí, y la casa había quedado a nombre de Badovici. (Vaya chollo). Para colmo, Le Corbusier, que seguía obsesionado por la casa, se ofreció (otra vez) para pintar unos murales gratis. Le Corbusier era el arquitecto más famoso del mundo, y como pintor también era muy valorado.
¿A quién le amargaba el dulce de que regalara unos murales? (¿Que a quién le amargaba? A Eileen, ¿pero qué importaba Eileen?).
Traicionada por su antiguo amor, Eileen tuvo que enterarse de que el intruso estaba saliéndose con la suya, manchurreando las paredes de su casa, rompiendo todas sus ideas y todas sus intenciones y todos sus logros artísticos y espaciales.
Para más gracia, mirad cómo se hizo fotografiar Le Corbu, feliz y vencedor, pintando por fin las virginales paredes, violando por fin a la E.1027 y a Eileen.
Esto es de psicoanálisis. (Vamos, hasta yo me atrevo a hacer un diagnóstico).
Uno de los murales es precisamente una escena de desnudos femeninos, mujeres (¿lesbianas?) entregadas, receptivas, expectantes. (Me imagino al Corbu poniéndose como un choto).
Le Corbusier publicó los murales en su Oeuvre Complete, sin ni siquiera mencionar el nombre de Eileen Gray, y volvió a hacer lo mismo en la revista L’Architecture d’Aujour d´hui. Y aún se permitió escribir sobre el escaso valor de los muros inciales, que habían sido revitalizados y animados por su pincel. (Pero se preocupó de no mostrar las fotos de sus murales sin más, sino en perspectiva con los espacios de la casa).
Todo esto enfureció a Eileen. Pero todavía más: Uno de los frescos había sido pintado en la entrada, sobre uno abstracto geométrico de Eileen. Y, todavía más: Dada la fama y la trascendencia de todo lo que hacía el Corbu, mucha gente llegó a pensar que la casa era obra suya. Le Corbusier lo desmintió a medias, y acabó escribiendo que la obra era de Jean Badovici y de Helen (sic) Gray. Ni quiso escribir bien su nombre.
Luego, con la Segunda Guerra Mundial, la casa fue chabolizada por las tropas alemanas, que la dejaron casi destruida.
En 1952 Le Corbusier construyó una cabaña de vacaciones justo encima de la casa E.1027, a muy pocos metros. Dice que la diseñó como un regalo a su esposa, pero lo único que pensaba era estar encima de la casa que le obsesionaba, estar encima (una vez más) de Eileen.
Le Corbusier entraba a menudo en la casa, restauraba sus murales y reacondicionaba lo que le daba la gana.
Cuando murió Badovici, la casa pasó a ser propiedad de una hermana suya, monja, y Le Corbusier intentó comprarla, o que la comprara algún amigo, sobre todo para preservar los frescos. Cuando la casa fue adquirida finalmente por Madame Schelbert, ajena a toda esa historia y amiga de Le Corbusier (que manipuló la subasta engañando al mismísimo Onassis), este fomentó aún más su relación como buen vecino, y siguió opinando, manipulando y manoseando la casa hasta el mismo día de su muerte.
Parece ser que el 27 de agosto de 1965 Le Corbusier salió de su cabaña y desayunó en la E.1027 con la señora Schelbert, y desde ahí bajó al mar para nadar un rato. Es muy posible que al sentir el ataque al corazón su última mirada fuera a esta casa que le había vuelto loco durante décadas.
José Ramón Hernández Correa
Doctor Arquitecto y autor de Arquitectamos locos?
Toledo · mayo 2012
Historia Universal de la Infamia [III] | José Ramón Hernández Correa