Como fácilmente puede deducirse, encajar proviene etimológicamente, de meter en cajas, como una acepción especial de embalar, es decir de introducir en una bala o fardo. Al fin y al cabo se trata de disponer o colocar objetos convenientemente en el interior de cubiertas o envoltorios para que puedan ser transportados. Pero encajar también es regular, meter en orden, ajustar o estar de acuerdo con unas reglas.
De hecho al comenzar un dibujo se encaja, se trazan las cajas que albergarán las formas o las diferentes partes que construyen la estructura general. Mediante ese procedimiento la materia se ordena, se regula y se mete en el orden del papel. Al encajar la forma, el ojo y la mano han impuesto la geometría, la medida para poder abarcarla, abrazarla y representarla.
Pero del mismo modo la arquitectura puede también encajarse y ordenarse a priori. Le Corbusier lo intento con los trazados reguladores al igual que los griegos, los egipcios, Miguel Ángel o Blondel. Le Corbusier definió el trazado regulador como una satisfacción de orden espiritual que conduce a la búsqueda de relaciones ingeniosas y armoniosas. Relaciones que han servido para hacer cosas sólidas y de utilidad, cosas bellas que lo son a causa de esas mismas relaciones. Al igual que en la música en la que el ritmo mide y unifica, un trazado regulador construye y satisface.
Ordena con proporciones matemáticas sensibles a la vista, los vínculos entre las partes, y entre las partes y el todo, garantizando la armonía que acompaña a la belleza. A fin de cuentas los trazados reguladores no buscan otra cosa que asegurar que todo encaje.
Íñigo García Odiaga. Arquitecto
San Sebastián. Marzo 2017