«Elegimos estudiar Las Vegas y Levittown porque eran arquetipos del paisaje suburbano en expansión que rodea cualquier ciudad estadounidense. De cualquier manera, la intención era arrojar luz sobre lo cotidiano»
– Denise Scott-Brown

Lo cotidiano, lo banal, lo ordinario.
Aquello que está ahí, que forma parte de nuestra realidad común pero que la disciplina tiende a excluir como caso de estudio.
El ruido de fondo, lo que escapa de una primera mirada, pero que tiene potencial como para cuestionar los propios límites disciplinares.
¿A qué nos referimos exactamente? ¿Cuáles son esos elementos rechazados en un principio por la arquitectura académica?
Si es aquello que nos rodea en nuestro día a día y forma parte natural de nuestra cotidianidad, tiende a pasar desapercibido. Es tan propio que se mira de forma distraida.
¿Y cómo trabajarlos entonces? Quizá todo sea la mirada. La mirada que ejerzamos a la hora de observarlo. Una mirada, en cualquier caso, de extrañeza
La disciplina (de la arquitectura) ha dado casos numerosos de esas miradas: ha sabido volver a mirar a lo vernacular, al pop, a los carteles, a los aparcamientos o a los ascensores… elementos que, al ser incorporados a la alta cultura de la disciplina, permiten desarrollar nuevas cuestiones sobre sí misma.
El libro Lo ordinario, de Enrique Walker es uno de los mejores casos para entender ese término: es un recorrido (histórico) por el sentido de la palabra misma, al tiempo que se deteniene en una serie de casos-libros-estudios que, por su manera de mirar, han acabado por convertirse en paradigmáticos.

En Lo ordinario nos detenemos junto a Denise Scott-Brown y Robert Venturi por el strip de Las Vegas, y observamos cómo la dispersión urbana dificultaba las tradicionales de representación de la arquitectura (plantas, alzados, secciones) para comenzar a pensar en movimiento, desde el coche y a alta velocidad; la solución será el uso de la fotografía como medio de representación.

En Lo ordinario paseamos también por una (delirante) Nueva York, que Rem Koolhaas imagina como un manifiesto retroactivo, y descubrimos que un rascacielos es como un parque de atracciones: la negación del mundo para fundar un mundo (muchos mundos).

En Lo ordinario recorremos Tokio de la mano de un estudio local, Atelier Bow Wow, fascionado por espacios diseñados adhoc, sin mucha reflexión a priori, consecuencia de necesidades cambiantes y adaptaciones posibles, crando una multirud de espacios híbridos hiperconectados en la densa ciudad japonesa.
En todos estos casos, el viaje, sea lejos o a tu propia calle, representa una excusa para establecer otra mirada. Con ella llega el hallazgo y, de ahí, la teoría y su formulación proyectual.

Por que ese, parece, el propósito, volver a mirar para volver a proyectar: experimentar nuevas definiciones de la arquitectura que no habían sido atendidas de forma disciplinar.
No se trataría de irse lejos, sino de ver lo ordinario como extraordinario, replanteándose la cotidianidad a través de un ejercicio de mirada excentrica que cuestione todos los precedentes.

Landa Hernández Martínez · arquitecto
Ciudad de México. Diciembre 2020