El pabellón yugoslavo de la Exposición Universal de Bruselas de 1958 es una de esas obras en las que el flechazo resulta instantáneo. Su elegante diseño y su cuidada escenografía interior tenían como indisimulado objetivo epatar, subyugar al espectador. Solo así se comprende el rocambolesco desarrollo de la propuesta desde sus orígenes hasta su concreción final. Solo así se entiende que fuera necesaria la convocatoria de dos concursos de ideas para elegir el diseño definitivo.
Un comité preparatorio anunció en mayo de 1956 un concurso abierto y anónimo en la República Federativa Socialista de Yugoslavia para la redacción del edificio que se iba a levantar en la capital belga dos años después. Aunque fueron premiados tres proyectos, ninguno de ellos convenció realmente al jurado, bien porque no reunían suficiente calidad para representar al país, bien porque sus autores no poseían una trayectoria destacada en la configuración de espacios expositivos1. Había una excepción a este último aspecto, el arquitecto tras la propuesta denominada Diksi, ganadora de uno de los dos segundos premios otorgados: Vjenceslav Richter2, un proyectista croata conocido por su trabajo en el ámbito de la pintura y las artes gráficas que se había presentado al concurso en colaboración con Emil Weber, un diseñador de interiores.
Dado que no resultó seleccionado ningún proyecto para ser ejecutado, el comité preparatorio resolvió invitar a cuatro reconocidos estudios del estado socialista a tomar parte en la segunda ronda del concurso, convocada tan solo tres meses después, y en la que también se incluía a los tres premiados en la primera convocatoria. En esta ocasión, la propuesta escogida fue la aparatosa Diksi 2, una variación de la originalmente presentada por los mencionados Richter y Weber. Tal era el grado de complejidad del diseño, que fue necesaria una evaluación adicional para determinar su factibilidad, algo puesto en duda por los miembros del jurado.
El proyecto, atrevido, casi marciano, con cuatro cables que sostenían un cubículo de unos cuarenta metros de lado, causó serios dolores de cabeza a la comisión. Y aunque se consultó a expertos, se consideró que el viento podría convertirse en un verdadero inconveniente, ya que haría girar el pabellón sobre el mástil central de setenta metros de altura, de manera que la estructura se volviese incontrolable.
Después de numerosos debates y consultas, en los que incluso intervinieron destacados políticos, se decidió finalmente colocar el edificio sobre pilares de acero, adoptando un sistema de apoyos más convencional. La innovación y la audacia iniciales fueron pues abandonadas, aunque se mantuvieron la estética de los lucernarios, la planta baja abierta y las láminas de agua presentes en la misma.
La realización yugoslava quedó situada entre los pabellones de Suiza y Portugal, algo oculta tras ellos, en una zona boscosa y con fuerte pendiente en su entorno. De ahí que los balcánicos intentasen solventar este inconveniente, tanto desde el inicio mismo del diseño como posteriormente, con la inclusión de una fascinante estructura de 45 metros y medio de altura que actuaba como reclamo de su propuesta3.
Con todo, la reacción del público no fue la deseada, y hubo de celebrarse poco antes de su clausura una folclórica exposición de muñecas vestidas con trajes tradicionales, en un último intento a la desesperada por mejorar las cifras de visitantes4. Un reclamo que entraba en aparente contradicción con la esencia de lo ideado: un país completamente orientado hacia lo moderno, incluso en su arquitectura. De hecho, la funcionalidad de los espacios presentados se convirtió en un aspecto muy útil al terminar el evento.
Una vez finalizada la Expo58, el pabellón fue desmontado, trasladado e instalado de nuevo en la ciudad belga de Wevelgem para ser empleado como escuela católica, la Sint-Pauluscollege. En esa localidad es posible visitar hoy en día el antiguo edificio, albergando un programa para el cual no fue originalmente diseñado: el docente.
La arquitectura moderna, con sus trazados asépticos y ausencia de referentes nacionales, se adaptó perfectamente a dicho objetivo.
Silvia Blanco Agüeira, doctora arquitecta
Viveiro, diciembre 2015
1 El jurado, compuesto por Branislav Kojić, Drago Ibler, Oto Bihalji-Merin y Milorad Pantović, concluyó que el concurso no había brindado resultados satisfactorios. Y eso a pesar de que el primer premio fue otorgado a la propuesta 30556 de la que eran autores Vladimir Bjelikov, Branislav Simonović y Smilja Kanački. Y en vez de un segundo y tercer premio, se otorgaron dos premios compartidos a la propuesta con el lema Kubus, de Milan Pališaški, Slobodan Janjić, Zoran Petrović y Oskar Hrabovski, y al diseño Diksi, de Vjenceslav Richter y Emil Weber. Galjer, Jasna, Expo 58 and the Yugoslav pavilion by Vjenceslav Richter (Croatia: Horetzky, 2009), 288.
2 Vjenceslav Richter (1917/2002) fue uno de los fundadores del grupo de arte abstracto EXAT 51, conformado por arquitectos y pintores que abogaban por la síntesis creativa. Con una sólida reputación política, debida a su vinculación con los partisanos de Yugoslavia, había organizado diversas exposiciones tanto dentro como fuera del país desde 1947, entre ellas, la primera Trienal de Zagreb, en 1955. Zimmermann, Tanja, Balkan Memories: Media Constructions of National and Transnational History (Bielefeld: transcript Verlag, 2014), 131-133.
3 Zvonko Springer, calculista de la estructura del pabellón y del hito situado delante del mismo, narró esta experiencia en «World Exposition in Brussels 1958. The Yugoslav Pavilion», disponible en el siguiente enlace.
4 Kulić, Vladimir, «An Avant-Garde Architecture for an Avant-Garde Socialism: Yugoslavia at EXPO’58«, Journal of Contemporary History 47 (2012): 161–184.