Estoy construyendo una casa. Esta, y una pequeñísima nave, es lo único que me queda ahora, tras años de frenesí.
Construir una casa: En aquella penúltima etapa de mi vida hacía tantas que casi se me había olvidado lo que significaba.
Es magia. Independientemente de la mayor o menor calidad arquitectónica, es un milagro. Se toman los planteamientos funcionales, los gustos, las necesidades, los caprichos, etc, del cliente y se cruzan con la forma del solar, la ordenanza, la normativa técnica, e, inevitablemente, también con los gustos, las necesidades, los caprichos, etc, del arquitecto. (El arquitecto se dice a sí mismo que no debe meter sus gustos en este cóctel, pero no puede evitarlo).
De ese revuelto salen cosas a medias: Lo que se ha pensado como solución de un problema agrava otro diferente. Hay momentos en que no se ve ninguna solución. Hay días en que todo sale mal.
Sin embargo, siempre, siempre, se acaba resolviendo (mejor o peor) el proyecto. Las cosas encajan más o menos como se quería y todo cuadra (más o menos, ya digo).
Y, con todo ello, el proyecto no es la arquitectura. El proyecto es una declaración de intenciones, que intenta prever los problemas y las soluciones, pero que no está preparado para todo lo que viene.
Y lo que viene es lo bueno. La arquitectura en papel no es arquitectura. La arquitectura hay que construirla. En papel se pueden dibujar muchas cosas, pero hay que hacerlas realidad, mojarse, pringarse. Ahí empieza la arquitectura. Ahí está la arquitectura.
Comienza la obra y al arquitecto, para empezar, le dan un juguetito que vale mucho dinero. Excavadoras, camiones, encofrados, y, sobre todo, muchas personas, están pendientes de lo que sugieras, de lo que aportes, de lo que indiques. (Menos mal que la mayoría de las veces son gente muy profesional y son ellos los que te sugieren, te aportan, te indican).
Sale una cueva inesperada, un imprevisto del tipo que sea o un aspecto que no se pensó en el proyecto, y hay que tomar una decisión. Y allí, en la obra, tienes que aparentar una seguridad que estás lejos de tener. Con todo, das una solución. No sabes si es la mejor, pero es una solución. Y con ella tiran para alante.
Y en casa (sobre todo de noche, sobre todo de madrugada) tienes la certeza absoluta de que esa solución «A» que has dado es mala, y que habría que haber hecho la «B».
(Una cosa es segura: Si hubieras decidido la «B», esa madrugada te habrías despertado igualmente con la certeza absoluta de que la decisión había sido mala y que tendrías que haber tomado la «A». Eso es así siempre, y no tiene remedio).
Y te vas por la mañana temprano a la obra, a ver si llegas a tiempo de contradecirte, pero ya han hormigonado.
De todas formas, la obra sigue progresando, y se termina, y queda ahí, y casi siempre bien. Y uno no se explica cómo ha sido posible.
El afán de construir, la fuerza de construir, el orgullo de construir. Qué placer.
Decía Mies van der Rohe que la arquitectura empezaba cuando se colocaba un ladrillo con esmero, y decía un amigo mío que nunca había experimentado mayor placer (con los pantalones puestos) que cuando un muro o un tabique (o lo que fuera) iban por donde él había pensado cuando los dibujaba. Ver a un albañil hacer lo que uno previó, o a un cerrajero soldar las piezas que uno imaginó, es una sensación indescriptible.
En la época excesiva, llevaba en la guantera del coche una esponja limpiazapatos, para quitarles el polvo y darles algún brillo cuando volvía de las obras. Ayer, viniendo de mi obra, miraba orgulloso mis zapatos sucios. Pero ya me quedo sin obras. Qué mono presiento, qué nostalgia anticipada. Cuando tenga los zapatos inevitablemente limpios llevaré en la guantera del coche una bolsita de polvo, para echarme un poco, por lo menos en las punteras, y sentirme a gusto.
José Ramón Hernández Correa · Doctor Arquitecto
Toledo · marzo 2012
Alteridades para una vivienda biopolítica
Artículo en 12 post sobre la vivienda contemporánea y cómo podría
pensarse para sustituir la máquina actual, a la cual podríamos definir
como preparatoria para el trabajo y la reproducción, por una que
posibilite otros modos de enfrentarnos a nuestro día a día como seres
autónomos pero políticamente activos. Estas reflexiones se comparten con
el objeto de ser debatidas y apropiadas.
[…]
josé laulhé
http://goo.gl/g8Q4dI
CONCIERTO DE ARQUITECTURA · SAntiago de Molina
La ciudad es el instrumento musical por antonomasia de la modernidad.
Esto ha sido probado antes incluso de que la modernidad existiese como
tal. Los “intonarumori” (entonaruidos), fueron los inventos de Luigi Russolo y Ugo Piatti para recrearlos.
Esto bastaría para probar la constante relación de la arquitectura con
la música, más allá incluso de la equivalencia “congelada” entre ambas.
Esa música arranca desde la construcción de la arquitectura, donde ya
provee interesantes conciertos. El lento ascenso de la cubierta de la
Galería Nacional de Berlín, fue atendida como una sinfonía por Mies Van
der Rohe y toda una multitud que acudió a escuchar los quejidos de la
estructura al elevarse. El esfuerzo de la losa negra de acero ascendida
por majestuosos gatos hidráulicos fue un acto con más efectos musicales
que constructivos o formales, pues en realidad a Mies sólo le importó
siempre una precisa distancia del suelo a techo y no sus gradientes.
El concierto allí presenciado debió estar a la altura de alguno de los mejores de Stockhausen.
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