El siglo XX y el Movimiento Moderno
¿Qué ocurrió con la llegada del siglo XX? La necesidad de implantar una fórmula higienista y humanista dentro de un concepto igualitario de fondo, sobre todo, a partir del final de la guerras mundiales, hizo que arquitectos y urbanistas tuvieran el afán de comenzar desde el principio, -entre otras cosas tenían que reconstruir lo derribado- y se reunieran en distintos Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM) entre 1929 y 1941.
Necesitaban establecer las bases para transformar la manera de habitar las ciudades, donde los ciudadanos, antes y durante las guerras, se hacinaban en lúgubres habitaciones dentro de edificios poco ventilados, sin servicios higiénicos y con escasa luz natural. Ciudades que carecían de parques y de arbolado y cuyos habitantes sufrían los estragos de numerosas enfermedades debido a la suciedad del entorno y a la escasez de infraestructuras urbanas. Hablo de la llamada “ciudad industrial”, polucionada e insalubre que hacía urgente la creación de una ciudad nueva para un ser humano nuevo. Se establecieron entonces los postulados de la “Carta de Atenas” (1933) en el IV Congreso de la CIAM, firmada, entre otros, por Le Corbusier que más tarde los utilizó para su ciudad ideal “La Ville Radieux”. He aquí sus objetivos básicos:
-Residencias bien ventiladas y soleadas cercanas a los espacios verdes. (HABITAR)
-Separación de las viviendas de los lugares de trabajo, con las industrias situadas fuera de la ciudad. (TRABAJAR)
-Espacio exclusivo para las actividades culturales. (CULTIVAR EL CUERPO Y EL ESPÍRITU)
-Separación de la circulación de vehículos de la de los peatones. (CIRCULAR).
Se incluyeron las exigencias que estaban estudiándose en ese crucial momento: la unidad mínima de habitación, los estándares higiénicos y habitables, la construcción a base de pilotes y de hormigón, la ventilación cruzada, la utilización del vidrio, la línea recta y sin ornamentos, el uso de las azoteas planas y la creación de espacios superiores con vegetación, la fachada y la planta libre, la ventana sesgada, el brise soleil o parasol, la implantación de jardines y arbolado dentro de la ciudad o la estricta separación de funciones (residencia, trabajo y ocio). En cuanto al planeamiento, éste comenzó a ser más libre de acorde con el “espíritu moderno de la época”.
Parecía que una era nueva comenzaba, repleta de ideas, de espíritu creativo y de síntesis, lejos de las aberraciones de las ciudades anteriores.
“Una gran época acaba de comenzar”,
proclamaba el arquitecto Le Corbusier.
Pero como todo lo que comienza con esa necesidad acuciante de partir de cero, tuvo grandes fallos. Uno de ellos fue hacer tabla rasa con los “anticuados” modelos de las ciudades del pasado cuyos elementos debían de ser anulados por completo. Una planificación excesivamente compacta que no permitiría variaciones posteriores, una división estricta de funciones dentro de la urbe y el entendimiento de las calles como “un camino muy pisado por el eterno caminante, una reliquia de los siglos o un desarticulado órgano que no puede funcionar” y su sustitución por el jardín inglés, son conceptos excesivamente rígidos para planificar una ciudad, un organismo vivo en constante desarrollo y mejora, a pesar de sus conflictos e inevitables tensiones.
De esta amalgama de contradicciones que unen presente, pasado y futuro, nace Brasilia, a la que André Malraux llama “la ciudad de la esperanza”. Y nace con un deseo político importante: llegar a ser una ciudad ideal acorde con los principios socialdemócratas, igualitarios y libres del momento. Y sin clases sociales. Además debía de albergar a la sede del Gobierno Federal, hasta entonces en Río de Janeiro. Era realmente una esperanza y un estímulo clave para el desarrollo de un nuevo país latinoamericano, como lo era Brasil, independizado en 1822, con un índice de subdesarrollo y de pobreza considerables pero con una capacidad creativa, sensual y arrolladora que cualquiera que haya visitado el país puede confirmar.
Las enormes extensiones de terreno en el interior, donde se iba a asentar la nueva ciudad, conseguirían que el país “deje de mirar fascinado al mar, como si estuviera siempre a punto de emprender un viaje”, según las palabras del Presidente de la República y artífice de la idea, Juscelino Kubitschek. Cuando en 1956 ganó las elecciones quiso que su período presidencial se distinguiera por una obra pública muy especial.
¡Y vaya si lo consiguió!
Construiría Brasilia, la ciudad soñada y lo haría en un tempo record de menos de 5 años. Una capital en el centro del territorio, en la zona del Distrito Federal, dentro de un ecosistema especial llamado Cerrado, semejante a la sabana. Una capital que contribuiría al desarrollo de las regiones vírgenes interiores que durante tanto tiempo habían preocupado a Brasil.
El lugar elegido: un altiplano suavemente ondulado en el estado de Goiás. El equipo de planeamiento estuvo a cargo de Lucio Costa, ganador del concurso de ideas convocado, gracias a sus esquemas ilustrativos dibujados a mano alzada y a su ejemplar memoria explicativa, a la que más tarde volveremos. Las principales construcciones corrieron a cargo del genio creador de Oscar Niemeyer, así como la supervisión del diseño de resto de los edificios. Los espacios públicos y jardines fueron obra del paisajista Roberto Burle-Marx. Los tres, arquitectos brasileños. Era, sin ninguna duda, la oportunidad tanto tiempo ansiada por los urbanistas y arquitectos de todas las épocas de hacer realidad un utópico sueño.
En los años anteriores a esta importante decisión, Brasil había desarrollado con entusiasmo su nueva arquitectura. Se habían proyectado y construido edificios en Río de Janeiro (el Ministerio de Educación y Sanidad, cuyos autores fueron los arquitectos Oscar Niemeyer y Lucio Costa, en consulta con Le Corbusier), Sao Paolo y Pampulha (la ondulada y rítmica Casa do Baile de Niemeyer) siguiendo las directrices del Movimiento Moderno y de las vanguardias. Le Corbusier había visitado el país en varias ocasiones para impartir conferencias. Y Gropius, fundador de la Bauhaus, se complacía con la original manera que tenían los brasileños de adaptar las nuevas formas internacionales al clima y a las costumbres vernáculas, aunque también hubo quienes las tacharon de excesivamente formalistas.
En 1942 el Museo de Arte Moderno de Nueva York organizó una exposición, recogida en el libro “Brazil Builds”, que consolida e impulsa la fama de la arquitectura brasileña. Estamos pues dentro de un clima muy favorable para que las últimas tendencias de planeamiento se desarrollen en la nueva capital, con un concepto nuevo de ambiente urbano y de arquitectura, de difícil adaptación a las ciudades ya existentes.
Cristina García-Rosales. Arquitecta
Madrid. Abril 2012