Se cuenta la historia de un joven artista que, a finales del s. XIX entró hambriento a una brasserie de Montmartre -con ese hambre infinita que sólo tienen los artistas-. Pidió varios platos y nada dejó de ninguno de ellos; pero a la hora de pagar, sin dinero en los bolsillos -con esa pobreza infinita que sólo tienen los artistas-, propuso al dueño pagarle con un dibujo. El dueño de la brasserie, quizá para no discutir, aceptó a regañadientes y acto seguido expulsó a aquel joven. Sin embargo, contra todo pronóstico, guardó el dibujo, acaso para dar credibilidad a la historia cada vez que la contara a algún nuevo parroquiano. Años después, ese dibujo, firmado por un imberbe Toulouse-Lautrec, valdría varios miles de francos más que lo que consumió aquella noche el adolescente Toulouse-Lautrec.
Son los recovecos de la vida…
Hace unas semanas se celebró la clausura de una exposición Sair do tempo. Dúas exposições que, organizada por la Casa das Artes y la Facultad de Arquitectura, ha tenido lugar en Oporto, y en la que se han expuesto las obras más representativas del arquitecto Miguel Fisac. La exposición se nutría con fondos procedentes del Ayuntamiento de Daimiel y con fondos propios de la Fundación Fisac, cuyo presidente (el notable y preclaro Diego Peris), dio una charla a modo de colofón de la exposición. A esa conferencia de cierre acudimos una representación del Colegio de Arquitectos y un numeroso grupo de estudiantes de la Facultad de Arquitectura de Oporto.
A menudo, a Fisac no se le ha valorado en España conforme a su verdadera dimensión y a la transcendencia de su obra, y eso hace que homenajes como este de la Casa das Artes de Oporto supongan un fuerte respaldo al orgullo que sentimos por nuestro paisano, al tiempo que deben servir para situarlo adecuadamente en el lugar que le corresponde. Es una lástima que su figura, sin la que no podría entenderse la arquitectura española e internacional de la segunda mitad del s. XX, haya quedado tristemente relegada y olvidada.
Pero al tiempo, esta exposición supone una indescriptible satisfacción al ver expuestas en un entorno tan culturalmente relevante como la Casa das Artes, fotografías y planos de las obras más singulares de Fisac, recorriendo todos sus periodos de experimentación. Asistir a ese acto y comprobar cómo los jóvenes estudiantes de arquitectura portugueses se extasiaban ante los planos del Instituto Laboral de Daimiel o contemplaban con delectación desmedida las imágenes de la Parroquia de Santa Ana –por poner algún ejemplo no conclusivo-, es una sensación que combina el orgullo -algo infantil- por el éxito de un paisano (¡cómo si el genio se contagiara por compartir el mismo aire!), con la toma de conciencia de la necesidad de revalorizar a Fisac y su obra, situándolo en el contexto que le corresponde, al nivel de los arquitectos más significativos del s. XX, aun tratándose de un siglo especialmente nutrido de arquitectos históricamente relevantes.
Por otra parte, cabe recordar que Miguel Fisac, con la renovación artística que introdujo, contribuyó al debilitamiento de la Dictadura y a la apertura de España al mundo. Pero, a su vez y paradójicamente, nunca terminó de adaptarse a la Democracia, cuando ésta llegó. Son las contradicciones de la vida, que nos impiden hacer una lectura lineal de la Historia, pero que son la esencia misma de la existencia y sus recovecos. A menudo me gusta fantasear con la idea de que Robert Venturi pensara en Fisac cuando puso título a su canónico “Complejidad y contradicción en arquitectura”, porque ese enunciado bien podría resumir por sí mismo la vida y obra de Miguel Fisac.
En su pueblo natal, Daimiel, tienen la suerte de contar con algunas obras de Fisac que abarcan casi todos los periodos artísticos de su carrera, y ahora no puedo evitar pensar en el tabernero de Montmartre que, a finales del s. XIX dio de comer a Toulouse-Lautrec y recibió, a cambio, un tesoro artístico en forma de dibujo. Quizá Fisac, cuando se empecinó ante el Ministro de Educación Nacional, José Ibáñez Martín, en que el primer Instituto Laboral de España se construyese en Daimiel, estaba pensando en la anécdota de Toulouse-Lautrec y en pagar de aquel generoso modo todo lo que había recibido de su pueblo durante su infancia.