La polisemia de la palabra fuente ahonda sus raíces en la voz latina fons, que significa manantial u origen. Su definición queda vinculada simultáneamente tanto a la existencia de un soporte constante como al fluir y variabilidad del agua que emana de él, siendo en esta última condición de liquidez donde bebe el quehacer investigador.
La discusión de la naturaleza cambiante de las fuentes de conocimiento es fundamental para entender los procesos de formación de los enunciados en relación con cualquier disciplina. En el caso de la arquitectura, su historia más tradicional se dedicó a transformar los monumentos del pasado en documentos, textualizando todo aquello que su materialidad y composición eran capaces de transmitir tácitamente. Con los avances de la imprenta, los primeros documentos alfabéticos o alfanuméricos pasaron a estar acompañados de imágenes con dibujos, y su copia mecánica masiva introdujo el cambio de paradigma que llevaría a uno de los personajes de la decimonónica novela de Víctor Hugo a pronosticar la muerte de la arquitectura.
Ciertamente, la herencia ilustrada había asentado las fuentes escritas tipográficas como puntos cardinales en la construcción del conocimiento, desplazando las demás. A este respecto, Michel Foucault señaló cómo la historia moderna había convertido todos aquellos documentos en los nuevos hitos y propuso la transformación metafórica de esta en una “arqueología del saber” que propiciase el encuentro crítico con aquel acervo documental monumentalizado.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, otras formas de aproximarse al pasado alentaron el cuestionamiento de esta hegemonía y, a los cambios radicales introducidos por las temáticas y las metodologías de investigación posmodernas, se sumó la búsqueda de fuentes alternativas a las escritas, demostradas insuficientes para abordar otras corrientes historiográficas, estudios culturales y enfoques intersectoriales. El fenómeno, calificado inicialmente por el historiador francés Jacques Le Goff como “la revolución documental”, permitió la consideración de la pintura, la fotografía, la oralidad, etc., como fuentes con información fidedigna sobre cualquier objeto de análisis en cuestión, incluida la arquitectura.
Esta mutabilidad de las fuentes, cuantitativa y cualitativa, siempre ha estado íntimamente relacionada con la complejidad del ecosistema mediático en el que surgen. Por ejemplo, en el ámbito del arte, primero Aby Warburg, con su Atlas Menmosyne, y después André Malraux, con su idea de Museo Imaginario, desarrollaron la capacidad de pensar la historia más allá de los relatos preestablecidos mediante imágenes fotográficas. En este sentido, en el campo de la arquitectura, Beatriz Colomina, recurriendo a la tesis de Reyner Banham sobre los imaginarios industriales, argumentó que el Movimiento Moderno había sido el primero en basarse en “evidencias fotográficas” antes que en la experiencia personal o en documentos impresos convencionales.
No obstante, Colomina fue aún más lejos al presuponer que, desde entonces, el lugar de producción y conocimiento arquitectónicos quedó emancipado de la construcción e irreversiblemente desplazado hacia escenarios más inmateriales, como exposiciones o revistas de arquitectura, que también quedaron convertidas en fuentes históricas. Esta virtualidad fue exacerbada por el impacto del giro digital de finales del siglo XX, el cual transformó en bits la condición material tanto de todas aquellas imágenes fotográficas como de las publicaciones en las que se difundían.
Mario Carpo ha demostrado la influencia de los cambios de las tecnologías de la comunicación en el pensamiento arquitectónico occidental, desde la imprenta hasta lo que denominó el salto
“del alfabeto al algoritmo”.
Mas recientemente, Carpo ha puesto su énfasis en el viraje algorítmico que está introduciendo la inteligencia artificial en sus versiones de machine learning y deep learning. Efectivamente, en el contexto actual, existe una infinidad de fuentes de datos que ‘alimentan’ o ‘entrenan’ distintas IA generativas para producir contenidos (textos, gráficos, imágenes, vídeos, etc.). Sin embargo, esta disparidad de fuentes, cuyo origen muchas veces es opacado, puede proporcionar datos desactualizados, erróneos e incluso portadores de sesgos y prejuicios sistemáticos, como segregación de género, edad, racial u otros tipos de discriminación que, inevitablemente, contaminan los resultados.
Si el conocimiento se deriva de la información y esta, a su vez, de los datos, hoy más que nunca es urgente preguntarse acerca de las fuentes que han nutrido y/o nutren la lógica de este sintagma. Este nuevo número de VAD invita a reflexionar sobre el valor y la oportunidad de dichas fuentes, la fiabilidad que nos brindan y los desafíos que plantean la inconsistencia y volubilidad de sus nuevos soportes, pero también —no lo olvidemos— a pensar el modo en que todas ellas sostienen sus vínculos con la arquitectura, nuestra fuente primaria por excelencia, porque en tiempos de tanta incertidumbre parece conveniente recordar lo obvio.
La pasión es un elemento necesario para la investigación,
particularmente para la investigación de archivo.
¿Por qué alguien lo haría de otra manera?
¿Por qué sumergirse en el oscuro y polvoriento espacio interior del archivo?Beatriz Colomina
SUMARIO
Entrevista
– Entrevista a Giovanna Borasi. José Luis Oliver
Prólogo
– La fuentes. Asunción Díaz García
Editorial
– Tejer las fuentes. Ana Gilsanz Díaz
Artículos de investigación
– La dramaturgia del paisaje: Una reflexión sobre “The Russian Ending” de Tacita Dean. Daniela V. Di Bella
– El archivo vivo: Documentación de las arquitecturas efímeras en el Arte Escénico. Juan José González Ferrero
– El Archivo de la Biblioteca de la E.T.S.A. (UPM): Notas sobre la historia de su compromiso con la docencia y el patrimonio. Margarita Suárez Menéndez
– Una revisión crítica del Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife, obra del arquitecto Andrés Perea Ortega. Antonio Estepa Rubio
– Las fuentes documentales de Regiones Devastadas y Reparaciones en León: La producción arquitectónica de Moreno, Barrenechea y Miralles. Javier Caballero Chica
– El poblado del Esla (Zamora): Arquitecturas para la industria energética a partir de sus fuentes documentales. Rafael Ángel García-Lozano
– Fuentes múltiples para el estudio del patrimonio local: Reconstrucción histórica y herramientas de gestión del Molino Tassara en Junín, Buenos Aires. Melina Yuln
Artículos de crítica
– Coyunturas: ¿Qué están pensando los arquitectos en Perú? Cristina Dreifuss Serrano
– El Archivo de los archivos: Una figura genérica. Alejandra Celedón Förster | Martín Bernales Odino
– Aquella eterna fuente está escondida. Daniela Arias Laurino
– De los monumentos a los algoritmos: La transformación de las fuentes de conocimiento en la arquitectura. Diana Maján Quinto
– Los archivos de empresa: Fuente para el estudio de la arquitectura. Cristina Souto Pita
Reseñas
– Las paradojas de Sigurd Lewerentz. Del Clasicismo al estilo tardío. José Ignacio Linazasoro. Héctor Navarro Martínez
– Mujer y espacio doméstico: retratos de la desigualdad de género en la arquitectura y ciudad modernas. Rodrigo Almonacid Canseco (coord.). Raquel Martínez Gutiérrez
– Anna Bofill Levi. La arquitectura como contracanto: 1977-1996. Mª Elia Gutiérrez Mozo, José Parra Martínez, Ana Gilsanz Díaz y Joaquín Arnau Amo. María Fernández Hernández
– Sin arquitectura. Francisco de Gracia. Aurora Herrera Gómez
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