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VAD 08. Call for Papers. La estética

2022-07-14

Call for Papers. VAD 08. La estética

La estética, en tanto que reflexión sobre la imagen, no se puede entender como una disciplina inmutable. La percepción de los valores estéticos, sean estos relativos a la belleza o la fealdad, a la armonía o al desequilibrio, han venido determinados históricamente por condicionantes sociales, científicos o filosóficos.

Aunque el concepto es tan antiguo como la humanidad, la primera vez que se utilizó el término como tal en un título fue en Aesthetica (1750) de Alexander Baumgarten, quien delimitó la disciplina y la diferenció del resto de ramas de la filosofía que tienen que ver con la teoría de la sensibilidad. En los prolegómenos de esta obra, se definía la estética como la

«Teoría de las artes liberales, gnoseología inferior, arte del pensar bellamente, arte análogo a la razón, [en definitiva, como la] ciencia del conocimiento sensible».

Baumgarten presentaba la estética como la filosofía del arte bello, y la belleza como la perfección percibida a través de los sentidos en lugar de a través del puro intelecto:

«El fin de la estética es la perfección del conocimiento sensible como tal. Esta perfección es la belleza».

Aunque Baumgarten tituló su libro con el término latino, los filósofos griegos ya se referían a la aisthetike como aquello que estaba dotado de sensibilidad, y vinculaban la palabra directamente con la percepción de la belleza y el influjo que ejerce sobre nuestra mente. Pero, su entendimiento de lo bello iba mucho más allá. El ideal de virtud griega se basaba en el Kalos-kai-agathos, es decir, la unión entre la belleza física y lo bueno, entendiendo esa bondad como la colaboración del ente en la consecución de su propio fin. En definitiva, para que algo fuese considerado bello, debía ser también útil, es decir, conveniente y adecuado a su función.

Cuatro siglos más tarde, y refiriéndose concretamente a la arquitectura, Vitruvio no sólo añadió la solidez como una tercera condición a considerar, sino que separó de nuevo lo bello y lo útil, y acuñó así la famosa tríada que marcaría a partir de ese momento una buena parte de las reflexiones teóricas en torno a la disciplina: firmitas, utilitas y venustas. Cuando Leon Battista Alberti escribió De re aedificatoria (c. 1450), utilizó el modelo vitruviano de los diez libros y volvió sobre la tríada, aunque introdujo algunos cambios en su significado, entre ellos que la belleza, además, debía provocar deleite. Así, se recuperó a un actor que había perdido protagonismo, el usuario, pues el deleite entroncaba directamente con la percepción o disfrute del entorno edificado a través de nuestros sentidos y, por tanto, dependía, de la respuesta subjetiva que suscitaba en los individuos.

La importancia de este último agente disminuyó sensiblemente a principios del siglo xx, cuando algunos arquitectos, como Hannes Meyer, presentaron el deleite como el resultado de la obtención de la máxima funcionalidad de uso y de la manifestación externa de la estructura. Según Leland Roth:

«la fórmula vitruviana había cambiado para siempre, de manera que utilidad más solidez equivalía a deleite».

Así, muchas de las propuestas de las primeras vanguardias tendieron a obviar no sólo los valores estéticos tradicionales, sino la idea de la estética en sí. Como afirmaba Antonio Fernández Alba, se pretendía:

«formalizar racionalmente el espacio […] de manera tal que se pueda llegar a un todo conforme, donde los hábitos del ser humano queden excluidos».

Este hermético planteamiento dejaba fuera de la discusión aspectos como la relación de la arquitectura con la tradición y la naturaleza, o con el símbolo y la representación. Es decir, supeditaba los valores humanos a una pretendida superioridad de la función sobre la forma. Probablemente en esa inflexible búsqueda de respuestas desde el uso y la tecnología radiquen buena parte de los motivos de las viscerales reacciones de oposición al Movimiento Moderno surgidas a partir de 1965.

Medio siglo después cabe cuestionarse muchas vicisitudes de ese momento, entre otras, si ese debate sigue vigente. ¿Qué importancia tienen los criterios estéticos en la arquitectura del siglo xxi? ¿Se ha superado el debate entre forma y función? ¿Cómo influye el cambio de valores de la sociedad en lo que se demanda de una obra arquitectónica?

Invitamos a presentar trabajos que reflexionen sobre el concepto de estética no solo desde posturas conceptuales –donde tradicionalmente se ha situado el debate–, sino también desde el análisis de ejemplos concretos, históricos o contemporáneos, que permitan acotar la relevancia de lo sensorial en la arquitectura; textos que ayuden a entender si se ha superado la tradicional dicotomía entre forma y función y, más aún, si esta discusión sigue siendo hoy pertinente.

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