El síndrome de “obediencia debida”.
En estos tiempos convulsos de leyes demoledoras y esclavos disfrazados de falso autónomo, permitan a este minúsculo blog relajar el ambiente intentando contestar a una de las grandes preguntas de la humanidad: ¿por qué es mala la mala arquitectura?
Dice un famoso corolario, atribuido creo yo a todos los profesores de la escuela de arquitectura, que “sobre gustos hay mucho escrito, el problema es que a la gente no le gusta leer”. En esta serie, dedicada a los más variados espantos arquitectónicos intentaremos huir de argumentos manidos y fobias preconcebidas. Simplemente vamos a intentar explicar, desde nuestro humilde punto de vista, cuales son algunos de los males de esta profesión nuestra.
Y hablando de corolarios, es importante evitar ver la paja en el ojo ajeno, sin que a uno le moleste la viga en el propio. Así que empecemos por la autocrítica. El artefacto de la foto que sigue es obra (al menos en parte, de un servidor). Y sí, es malo. Malo con ganas. Pero, ¿por qué es malo?
La explicación (que no excusa) viene por lo que podemos llamar síndrome de “obediencia debida”. Se mezclan un arquitecto joven y con ideas poco claras, con uno de aquellos jefes de estudio de colmillo retorcido y, sobre todo, con un cliente de planteamientos algo “caprichosos”. El resultado: una mezcla de esquemas funcionales basados en el fascinante mundo oriental del feng-shui (tan apropiado para un edificio en la mancha), con modificaciones “al vuelo” del programa, los acabados, los usos previstos y el presupuesto de la obra y, para rematar el pastel, la intervención a última hora de un prestigiosísimo estudio de interiorismo que terminó por decidir que el espíritu de la obra necesitaba una decoración de estilo tailandés. Estoy convencido de que, el hecho de que el otro negocio del ínclito decorador fuera una empresa de importación de muebles orientales no tuvo nada que ver.
En tan propicio caldo de cultivo, la labor de aquel joven y desubicado arquitecto era, básicamente, decir que sí. Las visitas de obra consistían en pasear por aquel secarral manchego con la propiedad y el jefe del estudio anotando las últimas ocurrencias de ambos, para ponerlas en práctica a la mayor brevedad, sin importar la viabilidad técnica, ni por descontado, el correspondiente desfase presupuestario. Obvia decir que el mencionado desfase presupuestario se volvió algo más importante cuando desapareció la financiación antes de terminar la obra, pero ese es otro tema.
Aquel joven y desubicado arquitecto nunca se decidió a decir en voz alta que aquello le parecía una barbaridad. Y tragó. Y firmó. Y nunca llegó a defender que su criterio, acertado o no, debía tener importancia en el proceso de construcción de aquel, o cualquier otro, edificio. Y durante un tiempo se indignó cuando escuchaba a alguien criticar al arquitecto responsable de algún otro espanto porque seguro que el pobre no tuvo la culpa, que fueron las presiones, que él quería hacer algo estupendo pero apareció algún decorador desalmado que lo estropeó todo…
Pero el joven y desubicado arquitecto tenía (y tiene) una responsabilidad, aunque no le hayan preparado para ella. Una responsabilidad hacia su cliente al que, por muy caprichoso que este sea, a veces hay que decir no. Una responsabilidad hacia la sociedad (en este caso la de aquel adorable pueblito manchego) que tendrá que sufrir o disfrutar sus edificios. Y una responsabilidad hacia su profesión. Que ya sabemos que en este país todos somos críticos de arte y seleccionadores de fútbol y todos los arquitectos posamos para las fotos con foulard y tenemos palco en el open de tenis.
Alberto Ruiz. Arquitecto, docente e investigador
Madrid. Mayo 2013
P.D. La redacción de este blog quiere hacer notar que ningún decorador fue maltratado durante la redacción de este artículo.
el color alberto (he escrito albero, por cierto) le da un aire a plaza de toros muy de nacional IV, alberto (ahora sí quería escribir alberto, alberto), y el re-marco rojo lo sitúa cerca de lo muy patrio y por tanto de ese monumento a lo español que es el casa pepe. perdón por el comentario, es lo que me apetecía decir sin más. alberto, no te fustigues, hombre. seguro que las plantas son cojonudas, a que sí?
El mamoneo del novato. Al no haber ningún sitio donde ampararse esto sucede una y otra y otra vez…
PD: Se habla mucho del feísmo gallego, pero al feísmo manchego hay que ir abriéndole ya la cartilla, eh.
«Maldita belleza»…..http://goo.gl/JJwTIu
Pues yo no lo veo tan malo…