La necesidad de maestros.
En el vigésimo aniversario de la muerte de Alejandro de la Sota.
En el año 1966 acude al estudio de Alejandro de la Sota el marqués de Alta Gracia, presidente de la Diputación orensana y del consejo de la Caja de Ahorros provincial. El motivo de la visita era el encargo de un gran complejo formativo y residencial para esa entidad, y quería que lo proyectara aquel joven arquitecto de Pontevedra con el que había coincidido en el Congreso Regional Agrícola de 1944, ahora asentado en Madrid con una importante trayectoria a sus espaldas. La presentación del proyecto, que nunca llegaría a hacerse realidad, se acompañó de fotografías de construcciones tradicionales tomadas en la aldea de Balcaide, requeridas por el arquitecto a uno de los colaboradores del estudio.
La vida de los maestros está llena de tentativas, de pruebas, de propuestas sin materializar, son huellas que marcan un recorrido, que parecen borradas por la lluvia y que después reaparecen en otros lugares, trazando una trayectoria coherente y continua a pesar de los vacíos. A su lado encontramos ayudantes, colaboradores, discípulos atentos que se pueden convertir en nuevos maestros.
En 1976 Alejandro de la Sota finaliza otro proyecto para Galicia, un encargo muy distinto del antes comentado. Se trata de una vivienda en las proximidades de su ciudad natal. Todo es más familiar: el lugar, los clientes, la escala, la arquitectura. Hace poco se mostraba en un programa de televisión como una casa amable, vivida. El vacío aséptico transmitido por algunos paradigmas domésticos de la modernidad se tornaba aquí en hogar acogedor. Cuatro décadas después de su realización, no había perdido su esencia original. De la Sota, que había escrito sobre la desaparición de los principales maestros del Movimiento Moderno, sobre aquella grande y honrosa orfandad, se reencontraba con ellos en el proyecto: desde la interpretación gráfica de la génesis de la casa hasta su magistral construcción integrando naturaleza y geometría.
En los maestros, teoría y práctica van de la mano. Se aprende de lo hecho, pero también de lo ideado, de lo ensayado, de lo rechazado. Cuando recordamos a los maestros de la modernidad lo hacemos además porque trabajaban en todas las escalas de la arquitectura: del diseño a la ciudad, del poblado al enrejado, del muro viejo al tubo nuevo.
En el verano de 1986, después de mucho tiempo sin acudir a la ciudad donde se había creado la Escuela de Arquitectura de Galicia, de la Sota regresa a La Coruña para impartir una conferencia en el curso Alternativas periféricas al Movimiento Moderno, organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Es ya un maestro reconocido y elogiado, como queda patente en la presentación que hacen los introductores de la conferencia. A la convocatoria, acuden antiguos colaboradores del estudio, profesores y numerosos estudiantes de la joven escuela gallega, que años después pondrá su nombre al aula magna. En el comienzo de la intervención habla de su manera de trabajar, defendiendo el valor que tiene hacer las cosas con sentido, navegar alejado de las corrientes, atravesando los pequeños temporales que puedan acontecer, procurando una arquitectura simple y, sobre todo, razonable. Y recuerda que le resulta más grato hablar a los alumnos que a los profesores pues aquellos tienen los oídos más abiertos. En 1991 volverá la ciudad para inaugurar una exposición sobre su obra. Ya no podrá hacerlo en 2002, cuando una nueva muestra monográfica se exponga en el museo proyectado por su antiguo colaborador.
Los maestros crean escuela. No un mundo cerrado, de aulas y exámenes, sino un universo abierto, donde discípulos, alumnos y seguidores se reconocen y se reflejan. No hay un maestro sin una escuela donde resuenen esas lecciones sin horarios, transformadas en sugerencias, en orientaciones, en guías para un aprendizaje. Y no deberían existir escuelas sin maestros.
El 14 de febrero de 1996, Alejandro de la Sota fallece en Madrid a los 82 años. Sobre la mesa del estudio tenía el encargo de la ampliación de una de sus obras más emblemáticas: el gimnasio Maravillas. Se suceden las muestras de homenaje y reconocimiento de compañeros y colaboradores. Entre ellas, la del autor de las fotos de Balcaide, quien destaca su cercano magisterio,
«en donde la vida, la pasión por la arquitectura, la razón y la sensibilidad se entrecruzan tanto y son tan difíciles de separar. Los que le hemos tratado y hemos sido sus alumnos sabemos de su poder de seducción, difícil saber dónde termina el hombre y dónde empieza la obra. Quizás por ello su legado más importante sea precisamente su actitud ante la arquitectura. Su ausencia deja un vacío. Pienso que se llenará con el estímulo de su recuerdo».
Los maestros perduran, son atemporales. Sus enseñanzas trascienden su propia existencia. Ignoran al tiempo en sí mismos, ajenos a modas y tendencias, repensando cada opción tomada, volviendo al origen de cada planteamiento, haciendo del comienzo, de sucesivos comienzos, un baluarte creativo.
En el año 2006, después de una década de catalogación y digitalización del archivo del arquitecto, la Fundación Alejandro de la Sota publicó el primer libro monográfico sobre una de sus obras recopilando los planos, dibujos y fotografías que se conservaban, materiales en gran medida inéditos hasta entonces. La elección del poblado Fuencarral B respondía al deseo de mostrar un ejemplo del patrimonio arquitectónico que podría estar en riesgo de demolición, recordando las palabras del arquitecto acerca de
«proteger el patrimonio no con ordenanzas sino con sensibilidades».
La publicación incluyó también algunos fragmentos de una conferencia contemporánea al proyecto del poblado, impartida en Santiago de Compostela dentro del ciclo «La arquitectura y nosotros» y que comenzaba diciendo que España era un país atrasado en arquitectura. Medio siglo después, seguía teniendo vigencia.
El legado de los maestros es un patrimonio colectivo. Su conservación y divulgación es una tarea necesaria para que pueda llegar a futuras generaciones. Aunque las obras se mutilen o desaparezcan nos quedará como herencia los documentos de proyecto, los escritos, los dibujos, las imágenes… que nos permiten mantener vivas sus enseñanzas.
El 28 de enero de 2016, se defendió con un excelente resultado una tesis doctoral en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Valencia. Se trataba de un completo análisis sobre los criterios y estrategias con los que Alejandro de la Sota abordó el proceso de proyecto del habitar, tomando como referencia central la propuesta residencial para la bahía de Alcudia, en Mallorca. La autora escogió un título precioso: Proyectar para la vida, y comenzó con una cita de de la Sota recogida por otro maestro «periférico» de la arquitectura:
«Creo más en la convivencia con quien sabe, que cuando éste enseña. La enseñanza instituida no me parece tan eficaz. Mejor cuando uno busca, encuentra, convive con el maestro».
A lo largo de la investigación fue buscando, encontrando, las trazas de Alcudia en los distintos proyectos, descubriendo y disfrutando del aprendizaje, y transmitiéndolo hacia el futuro.
Los maestros son necesarios, no como apóstoles ni metas. Son necesarios en el camino, en la duda. Para empezar de nuevo, para cuestionarse el propio camino, para encontrar nuevos caminos. Hoy, como hace veinte o cincuenta años, son necesarios para seguir aprendiendo.
Antonio S. Río Vázquez . Doctor arquitecto
A Coruña. Mayo 2016