Todos los arquitectos que nombré la semana pasada y los que me faltó nombrar por razones de espacio son hijos del Movimiento Moderno pese a que sus desarrollos individuales, sus trayectos personales, puedan ser incluidos en categorías creadas ad-hoc por algún respetado historiador con la idea de destacar la especificidad de su obra. Categorías por cierto que muchas veces dependen de las raíces culturales, locales (un país, una tradición) que los nutren, y que por ello mismo tienen un carácter relativo.
Es innecesario decir pero lo hago, que todos somos hijos de nuestro tiempo histórico, y para quienes se acercaron a la arquitectura en las primeras décadas del siglo veinte los valores llevados a la conciencia por el Movimiento Moderno estaban allí mostrándose y marcando la sensibilidad de cada quien, independientemente de los caminos que habrían de seguir. No necesitamos que algún autor por ilustre que sea nos autorice a considerarlos así y tampoco tiene sentido que se nos llame a ser correctos en el uso de términos que en definitiva tienen múltiples significados. Porque habría entonces que escribirle pidiéndoles corrección a las decenas de críticos norteamericanos que usan el término modernista para referirse específicamente a los arquitectos cultores del “estilo” moderno. Y para ser más preciso invito a buscar en el New York Times los siguientes artículos, todos escritos a propósito del Arq. Paul Rudolph (1918-1997), los cuales seleccioné porque me fue sencillo llegar a ellos, aclarando que para ilustrar mi punto de vista hay decenas de ejemplos. El primero, fue escrito por Herbert Muschamp al morir Paul Rudolph en 1997; otro del 27 de Agosto de 2008 del crítico de arquitectura Nicolai Ouroussoff sobre el edificio de Rudolph para la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Yale, un tercero acerca de un edificio educacional de Rudolph en Florida que iba a ser demolido; y por último el de Robin Pogrebin, de Febrero 11 del 2013 sobre un edificio cercano a Nueva York que un socio de la firma Gwathmey-Siegel (de los New York Five de los ochenta) propone rescatar. En todos esos artículos y constantemente en la crítica periodística de los Estados Unidos se usa el término “modernista” para aislar a los arquitectos que no calzan en las corrientes a la moda.
Creo que la “Crítica-que-filosofa”, tal como lo digo en la nota de hoy, es un tipo de discurso de raigambre sobre todo académica con muy poca pertinencia respecto a las realidades del ejercicio de la arquitectura. Es en cierto modo un vestigio de usos filosóficos superados que se siguen practicando por aquello del “embrujo del lenguaje”, término que nos dejó un gran filósofo y que describe muy bien la eterna tentación de ir más allá de lo que puede decirse. Tampoco creo que aportan nada significativo sus ramificaciones y entre ellas particularmente la crítica ideológico-política, que ha proliferado enormemente en Latinoamérica gracias a que por estos lados del mundo seguimos aferrados a unas cuantas cosas del pasado. Es un modo de pensar la arquitectura que inevitablemente lleva a darle demasiado valor a las justificaciones morales o moralistas de la obra en su dimensión socio-política, oscureciendo o desdeñando los méritos disciplinares y la trascendencia cultural de la experiencia de construir. Es el tipo de crítica que inspiró por muchos años los debates de los Seminarios de Arquitectura Latinoamericana (SAL). Tal vez los sigue inspirando, pero no tengo información a mano para aseverarlo.
En Venezuela ese sesgo crítico tuvo excesiva vigencia durante un buen número de años y aún hoy pareciera que se niega a morir si nos atenemos a lo que se ha dicho en relación a la arquitectura pública durante la etapa política que estamos viviendo. Sobre la cual se ha escrito, lo quise hacer notar en un acto reciente en el Colegio de Arquitectos, principalmente desde una perspectiva cuantitativa (cifras y porcentajes en el caso por ejemplo de la Misión Vivienda) o haciendo alusión a las manipulaciones que se hacen desde el Poder. Habrá que esperar una maduración cultural que nos ayude a superar la resistencia a hablar de la arquitectura en términos propios de la disciplina.
Aclaro finalmente que me interesa el discurso crítico basado en la descripción o en la crónica y por supuesto el que lanza una mirada desde la historia.
Aunque en este último caso debo acotar que los historiadores cometen con frecuencia el error de pedirnos apego a sus puntos de vista. No soy historiador, tampoco crítico; soy un arquitecto que quiere construir, piensa la arquitectura y escribe sobre ello.
Óscar Tenreiro Degwitz, Arquitecto.
Venezuela, agosto 2014,
Entre lo Cierto y lo Verdadero