Hoy, nos queremos centrar en uno de los trasfondos que subyace en muchas situaciones que se dan el día a día de nuestras ciudades: el miedo. Así, intentaremos analizarlo desde una perspectiva un poco diferente de lo habitual y esperamos os resulte interesante la reflexión.
El miedo es una emoción primaria que juega un papel decisivo en nuestras vidas. Según Peter Sloterdijk, incluso
“está al comienzo del intelecto, el miedo hizo de alguna manera al hombre”.
Por ello, cuando hemos sido capaces de vencerlo, generalmente, hemos dado pasos de gigante, pero cuando nos hemos dejado abrazar por su asfixiante presencia, hemos vivido situaciones de pánico y terror que nos han marcado profundamente. Aun así, es curioso que, estos miedos a veces son imaginarios, pero en otras ocasiones son realmente ciertos y estando atentos a ellos, nos podemos librar de situaciones muy complicadas.
Aprender a lidiar con el miedo y mantenernos en alerta es decisivo para tener una vida tranquila, activa y positiva. Así que, hoy, llevando esta “temible” emoción a nuestro terreno, nos quisiéramos preguntar qué papel ha jugado el miedo para que tengamos las ciudades que tenemos. Desde la antigüedad, el miedo a ser atacados ha sido uno de los principales motivos que ha condicionado la ubicación de muchas ciudades e incluso su posterior agrupamiento. Este temor fue situando las poblaciones en lugares protegidos, muchas veces en lo alto de cerros o colinas, donde a la vez se levantaban grandes murallas para evitar posibles ataques. Con el paso de los siglos, estos sistemas defensivos se han convertido, como le gusta recordar a Rafael Moneo, en nuestras M30s o M40s. De esta forma, nuestras modernas ciudades han crecido condicionadas por el vehículo privado y las antiguas murallas conviven con nosotros en el interior de las mismas como recuerdos del pasado. Para bien o para mal, conviene recordar que la arquitectura siempre ha sido fiel reflejo de la época que le tocó vivir. Parafraseando a Octavio Paz “es ese testigo insobornable” que da fe de cómo el hombre ha ido habitando nuestro planeta a lo largo de los siglos.
Sin embargo, mientras estas antiguas fortificaciones acogen hoy, en muchos casos, diferentes zonas ajardinadas de la ciudad, otros muros se levantan para defendernos de supuestas nuevas amenazas. Otra vez, la ciudad esta reflejando lo que, para bien y para mal, somos como sociedad. Estos muros, por un lado son inmateriales y tienen que ver con los prejuicios y ausencia de valores de gran parte de esta sociedad y por otro (o como consecuencia de ello), son muros físicos que encierran amplias zonas semiprivadas que buscan protegerse de infundadas amenazas. Sobre ello reflexiona Rodríguez Chumillas y López Levi al afirmar que,
“el miedo que se refleja en la fortificación genera una simulación. Un entorno amurallado lleva a la creación de un mundo diferente al que se encuentra del otro lado de la reja o del muro. El imaginario urbano de la criminalidad queda oculto ante la vista y, con ello, se promueve la fantasía de que no existe dentro de su cotidianidad y que, por lo tanto, no representa amenaza alguna. Desde el punto de vista físico y psicológico, el aislamiento segrega a un número cada vez mayor de espacios para la vida pública y privada”.
Es decir, ojos que no ven, corazón que no siente.
También es cierto que en muchas ciudades el miedo impera en ellas. Éste es un miedo objetivo y palpable, derivado de la extrema pobreza y la violencia callejera que existe en sus calles y, en numerosas ocasiones, el urbanismo por sí mismo poco puede hacer para atajarlo. Pero otras veces, acciones arquitectónicas ligadas a políticas sociales de gran calado (con políticos lúcidos y valientes), pueden hacer que ciudades como Medellín, den vuelcos significativos y que gran parte de ese miedo se transforme en un sentimiento de orgullo por parte de la ciudadanía.
Pero no siempre es así, hay veces que el miedo no es tal, sino que es un rechazo a todo aquello que es diferente. Nuestra sociedad del bienestar ha hecho un dudoso cambio de acepciones, transformando la idea de miedo por la de la evaluación de riesgos. El miedo no es medible, pero los riesgos son aparentemente objetivables. Por lo tanto, desde la mayoría de nuestras urbes se ha decidido que ciertos sectores de población que pudieran suponer un riesgo (y como consecuencia poner en peligro la calma y tranquilidad de la clase media y alta), fueran desterrados al extrarradio o condenados a ocupar los peores reductos de la ciudad. Como bien apunta Bauman,
“Dicho de otra manera, los marginados son el punto de reunión de riesgos y temores que acompañan el espacio cognitivo. Son el epítome del caos que el espacio social intenta empeñosamente (…) sustituir por el orden”.
Siguiendo con el sociólogo polaco,
“Esas áreas residenciales, los barrios cerrados en los que no se puede entrar salvo que se haya sido invitado, que disponen de vigilantes armados las veinticuatro horas y circuitos cerrados de televisión, son el reflejo de los ghettos involuntarios a los que se ha arrojado a los desclasados, los prófugos y los inmigrantes recientes. Estos ghettos voluntarios son el resultado de la aspiración de defender la propia seguridad procurándose sólo la compañía de los semejantes, y manteniendo alejados a los extranjeros”.1
Cámaras de seguridad que nos acompañan también en el espacio público y que hacen que perdamos, nuevamente, nuestra libertad a cambio de una más que dudosa seguridad. Conviene tener claro que, como afirmaba Benjamin Franklin,
“Cualquier sociedad que renuncie a un poco de libertad para ganar un poco de seguridad no merece ninguna de las dos cosas”.
Así que, buscar la seguridad por medio del exceso de control y la antigua idea de que si hay fuerzas del orden cerca, nada nos puede suceder, se debe cambiar por nuevos protocolos de actuación. Éstos debieran estar basados en crear ciudades que favorezcan la cohesión de la ciudad, que respeten la identidad de cada barrio y que fomenten el sentimiento de pertenencia.
Estos mecanismos invisibles, estamos convencidos de que son mucho más útiles para garantizar que nada ocurra. O mejor dicho, que nada malo ocurra, pues lo que sí que sucederá es que surgirán oportunidades para que se den diferentes acontecimientos, que fortalezcan la vecindad y el conocimiento del vecindario, en ese espacio público, hoy aborregado y aburrido.
Y para terminar esta reflexión, nos vamos a permitir retomar nuevamente a nuestro admirado Zygmunt Bauman cuando dice que
“promover la seguridad siempre exige el sacrificio de la libertad, en tanto que la libertad sólo puede ser ampliada a expensas de la seguridad. Pero seguridad sin libertad equivale a esclavitud; mientas que la libertad sin seguridad equivale a estar abandonado y perdido».2
Es decir que, todo no se puede tener y siempre debemos renunciar a algo. Pero olvidarnos de nuestra libertad por garantizar una supuesta seguridad, ha hecho más daño del que pudiera parecer.
Stepienybarno_Agnieszka Stepien y Lorenzo Barnó, arquitectos
Estella, Octubre 2017
Notas:
1 Bauman, Zygmunt. Confianza y temor en la ciudad. Vivir con extranjeros. Barcelona, Arcadia, 2006 (p. 61-75)
2 Bauman, Ziygmunt. Ética post moderna, Siglo XXI, Argentina, 2004, p. 171.