Jan C. Rowan, en la revista Progressive Architecture, en 1961, escribió un encendido elogio sobre lo que se estaba fraguando en Filadelfia:
«En Filadelfia ha surgido un movimiento nuevo y vigoroso, armado con un poderoso evangelio… Hay allí un grupo de arquitectos que mira precisamente a esto: una nueva arquitectura, nueva en el sentido de que una vez más intenta ser esencialmente arquitectura. El líder espiritual del grupo es Louis I. Kahn«.
¿Un poderoso evangelio? ¿Líder espiritual? ¿Qué es esto? ¿Una secta? Podríamos pasarnos toda esta entrada comentando estas líneas. Fijáos solo en esto: En Filadelfia se está mirando
«a esto: una nueva arquitectura».
¿Por qué es nueva? Pues porque
«una vez más intenta…»
¿Una vez más? ¿No era nueva?
¿Y qué es lo que intenta?
«Ser esencialmente arquitectura».
Ya estamos con la tautología: una arquitectura que intenta ser arquitectura. (¿Y qué intentaba ser antes?). Suena tan chorra como eso de:
«sé tú mismo». (¿Y quién narices quieres que sea si no?).
«Yo soy el que soy».
«El espacio… es».
Pues sí que estamos bien.
Por lo tanto, agotados ya todos de tanta modernidad, «lo nuevo» fue volver a mirar al pasado. Lo nuevo fue olvidarse del pernicioso movimiento moderno y mirar hacia atrás, hacia la «auténtica arquitectura». Pues vaya. Así que eso era lo nuevo.
Sí que hay una novedad real en Kahn, una novedad interesantísima. Si el movimiento moderno pretendía cumplir el programa de la manera más eficaz, Kahn plantea que la arquitectura consiste en
«crear un espacio que evoque un sentimiento de uso».
(Puf: Con la rabia que me da la arquitectura metafórica: Espacios que no sirven para un uso, sino para evocar el sentimiento de ese uso). Y afirma que, para conseguir eso,
«el primer acto de un arquitecto debe consistir en cambiar el programa asignado, no ya para satisfacer sus exigencias, sino para sumergirlo en el reino de la arquitectura, es decir, en el reino de los espacios. El proyecto de un edificio se lee como una armonía de espacios en la luz».
Esto puede tener una lectura mezquina (la mía): El arquitecto se pasa el programa por ahí mismo y proyecta una armonía de espacios de luz, aunque, como decíamos en la entrada anterior, la zona de lectura sea incomodísima y ruidosa y los libros, desde las estanterías del archivo, sean los únicos que tienen unas vistas excelentes y mucha paz.
También tiene una lectura hermosa (la de alguien más generoso y más positivo que yo): La arquitectura no es la mera funcionalidad. La arquitectura es poesía. Si en la zona de lectura no se está todo lo cómodo ni todo lo silencioso que uno querría, sí se disfruta del espacio, se respira alegría excitante y se siente un «algo» inefable.
A pesar de que me hago el duro, también estoy de acuerdo con esta segunda lectura. Pero yo defiendo, y siempre defenderé, que el cumplimiento eficaz del programa es lo primero. Es una condición necesaria. No suficiente; de acuerdo. La arquitectura es más que el mero cumplimiento. Pero lo primero es cumplir el programa.
Este texto de Kahn significa que cuando el programa sea antipático y no te deje «crear» te lo tienes que saltar. Nos ha fastidiado. Para mí eso no es arquitectura. Eso es escurrir el bulto.
Con razón se dice que Kahn fue un pionero, y un apóstol, y un mesías. Como que su mensaje ha cundido, y así nos va.
Pero Kahn no es esa simplificación. Kahn nos hizo reflexionar sobre los «espacios de recorrido» y los «espacios de llegada», sobre los «espacios servidos» y los «espacios sirvientes», y verdaderamente supo organizar y jerarquizar los espacios, y bañarlos de luz natural, y pasar de una garganta angosta a una sala enorme, o de un lugar oscuro y con techo muy bajo a otro muy luminoso y con los techos altísimos, como solo sabe hacerlo un verdadero arquitecto, un creador de espacio, que lo sabe diseñar y controlar, y que lo hace funcionar emocionalmente. Y eso es la arquitectura.
Todo se caricaturiza: Ni los funcionalistas eran robots fríos incapaces de cualquier tipo de sentimiento ni Kahn es un zumbao que se salta los programas alegremente.
Kahn gustó de las simetrías, de las masas ciclópeas, de las geometrías. Buscó la monumentalidad y todo lo que ella significa, y tuvo ramalazos «romanos» y «medievales». Pero muchas de sus obras son excelentes y responden también a los presupuestos funcionales modernos.
Kahn tiene algunas magníficas viviendas unifamiliares. Pero, claro, las viviendas son unos especímenes siempre curiosos de la arquitectura, porque en ellas entran componentes de intimidad, de prejuicios, de obsesiones personales, y por lo tanto los presupuestos simbólicos (que Kahn desarrolló tan bien) son siempre válidos en ellas. Por lo mismo, también hizo notables edificios religiosos.
Pero, además de esto, hay para mi gusto dos proyectos magníficos (no digo que sólo haya dos), y que además llaman la atención porque, siendo su programa muy tecnológico y científico, fueron resueltos brillantemente, respondiendo perfectamente a la funcionalidad y creando espacios muy atractivos y llenos de evocaciones.
Me refiero, primero, a los Laboratorios Alfred Newton Richards, en Filadelfia:
No quiero analizar el proyecto (esto es sólo el blog de un viejo cascarrabias). Solo os señalo la geometría de la planta. Aunque las geometrías autoimpuestas y estrictas son en general poco funcionales, aquí todo funciona con bastante fluidez. También me gustaría que os fijarais en la limpieza de los paños, y, sobre todo, en los «tubos verticales», de comunicación y de aireación, que modulan perfectamente los ritmos compositivos y son expresivos y elegantes.
Y, en segundo lugar, menciono el Instituto Salk de Estudios Biológicos, en La Jolla.
En este espacio central es en el que patina el hijo de Kahn en su película My Architect, en una escena muy bonita. (El símbolo árabe-hispánico del canal de agua, que se va saltando el patinador, el horizonte al fondo…)
Una organización muy racional y elegante de laboratorios. (Precisamente se construyó el edificio más racional. En el resto de lo proyectado había ya un simbolismo que me gusta muy poco).
Si esta fuera la revisión del movimiento moderno, y de aquí hubiera nacido la arquitectura que lo había de suceder, me parecería muy bien. Estaría muy satisfecho con esta arquitectura post-moderna, que sería, efectivamente, post-moderna. Lo malo son los mamotretos simbólicos que se fraguaban tras todo esto, y que originaron una arquitectura anti-moderna y contra-moderna con la que nunca estaré de acuerdo y de la que, con dolor, pondré unas imágenes en la siguiente entrada.
José Ramón Hernández Correa · Doctor Arquitecto
Toledo · octubre 2011
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