Es común que los arquitectos midamos las obras a ejecutar en m2.
Solado con pavimento aislante y drenante con losa filtrante de 60x40x5 cm, sentada en seco sobre membrana impermeabilizante, i/p.p. de recortes y piezas de borde, en cubierta plana transitable invertida. 180 m2.
Es igualmente común que midamos las demoliciones en m3.
Demolición de cimentaciones de hormigón en masa o armado, con compresor, incluso excavación, limpieza y retirada de escombros a pie de carga y relleno con las mismas tierras, sin transporte al vertedero y con p.p. de medios auxiliares, sin medidas de protección colectivas. 300 m3.
Es común, y de tan común, nadie repara en ello. La construcción es superficie, mientras que la demolición es volumen, como si entre ambas se produjese un proceso de alquimia por el cual, de forma ignota, se adquiere esa tercera dimensión.
Decía Miguel Fisac1 que la arquitectura no son cuatro paredes y un techo, sino el aire que queda dentro. Y algo de eso debe haber, porque el aire contenido en nuestros edificios no es superficie sino volumen. Sólo puede medirse en m2 cuando apenas es un proyecto básico o de ejecución; sin embargo, para su demolición ya sólo concebimos la medición en m3. En volumen.
Si cuando se edifica se mide en m2 es tan sólo porque cuando se construye no se está haciendo propiamente Arquitectura, sino mera edificación. Y la Arquitectura, de este modo, es el aire, el sedimento y el poso que queda en los edificios después de haber vivido en ellos, tras la lenta maduración de habitarlos y domesticarlos. Sólo cabe considerar la Arquitectura como volumen, resultado de una transmutación cuyo proceso ontológico nos está vedado, pero que sólo puede surgir cuando las ideas y preocupaciones que se nos evaporan se depositan en el aire, densificándolo.
La Arquitectura, así, no es superficie, sino volumen. Y tiempo. Porque es a través del tiempo que las superficies se metamorfosean, y mudan de edificación a Arquitectura. Aparece, de este modo, una cuarta dimensión; y realizar mediciones y presupuestos, considerando 4 dimensiones, comienza a ser un proceso tan tedioso y desagradable, que decidimos descontarlo, fingiendo desconocer su existencia. Simulamos que sólo es real lo que aparece grafiado o medido en nuestros proyectos, con la misma habilidad y ligereza con la que simulamos disfrutar del verano.
Pero una crítica honesta no puede eludir estos principios, irrenunciables por otra parte. Y si consideramos la Galería de las Colecciones Reales es donde más patente se hace todo esto, porque estamos ante uno de los pocos casos donde la Arquitectura surge de manera simultánea a la edificación. Proyectar para albergar el legado artístico de una sociedad -o de varias sociedades que nos vamos superponiendo-, sólo puede hacerse si el material empleado es el aire, y más concretamente, el aire que ha ido respirándose a través de los siglos y que ha acabado por impregnar esas obras expuestas.
De este modo, Emilio Tuñón y Luis Moreno Mansilla construyen una membrana para contener ese aire incontinente, para modelarlo, o, por mejor decir, para amansarlo y hacerlo visitable. Lo que se construye, por tanto, es volumen; Arquitectura ya desde su ejecución, porque no necesita esperar a pigmentarse a través del tiempo, con ese aire vivido, sino que las propias colecciones reales precipitan ese proceso, como el acelerante de un incendio.
Y la arquitectura de Tuñón y Mansilla tan sólo debe ser la pipeta donde se produzcan esas reacciones químicas. No es, sin embargo, esto sencillo, porque exige una humildad desusada en los arquitectos, ser conscientes de todo ese proceso y ponerse al servicio de él, eludiendo protagonismos innecesarios y absurdos. Tuñón y Mansilla (éste a través del tiempo), se mimetizan con los ritmos y verticalidad de las pilastras del Palacio Real, confiando pacientes en que el hormigón adquiera su color atemporal que lo emparente con la piedra de aquél, y ni siquiera se cuestionan entorpecer la vista de la Catedral de la Almudena, por más tentaciones que puedan surgir.
Que corra el aire… Tan sólo una galería tamizando la entrada de luz, un leve gesto, porque desde Dalí2 sabemos que lo importante es el aire, y más específicamente el aire contenido en Las Meninas, que es el aire de mejor calidad que existe. Pero el aire, como los vampiros, sólo puede atraparse -o jugar a atraparlo-, con la complicidad de la luz.
Así, sin dejar nada en el aire, plantean un edificio orientado a la luz del oeste, de modo que al atardecer la luz que penetre en el edificio convertirá en dorado todo cuanto se ponga a su alcance. Pero mientras que el plomo tiene 82 protones, el oro tan sólo cuenta con 79, por lo que para convertir el plomo en oro, éste debe perder 3 protones. Y así es como proyectan Tuñón y Mansilla: no a través de la adición, sino dejando por el camino todos los elementos superficiales que no aportan al proyecto, y que de hecho impiden su transmutación áurea.
Se llega a un espacio desnudo, rozado suavemente por la luz para poner de manifiesto el aire contenido. Y surge así la Arquitectura, de la conjunción magistral de aire y luz, quizá los dos materiales constructivos esenciales, pero que por accesibles apenas son considerados.3
Tuñón y Mansilla levantan castillos en el aire, y nos demuestran -quizá de un modo definitivo- que nada hay más cierto como que los verdaderos artistas viven del aire.
Notas:
1 “Volviendo a lo mío, una frase atribuida a Lao-Tse, «Cuatro paredes y un techo no son arquitectura, sino el espacio que queda dentro», y que leí no sé si en algo referido a Wright, me puso en la pista del concepto espacial y esencial de la arquitectura.
El pensamiento de Lao-Tse del Tao-Te-Kin no es exactamente éste, pero el resultado práctico de su paradójico lenguaje filosófico sí puede considerarse muy aproximado.”
Fisac Serna, Miguel. Carta a mis sobrinos. Demarcación de Ciudad Real del Colegio de Arquitectos de Castilla-La Mancha, 2007, p. 27.
2 “Durante una de sus visitas al Museo del Prado, Jean Cocteau se hizo acompañar por Dalí2, y tras el recorrido, en conversación con los periodistas, uno preguntó: «¿Si se hubiera quemado el Prado qué se hubiera llevado usted?» Cocteau, con afán surrealista, respondió raudo: «Me hubiera llevado el fuego.» A continuación, los periodistas plantearon a Dalí la misma cuestión, y éste, concentrándose escenográficamente, hizo una pausa teatral -como un Panenka literario- y dijo: «Dalí se llevaría el aire, nada menos que el aire, y específicamente el aire contenido en Las Meninas de Velázquez, que es el aire de mejor calidad que existe».”
García-Manzanares Vázquez de Agredos, David. Fisac. Obra completa. Colegio Oficial de Arquitectos de Ciudad Real, 2023, pp. 80-81.
3 “Cuando, por fin, un arquitecto descubre que la LUZ es el tema central de la Arquitectura, entonces, empieza a entender algo, empieza a ser un verdadero arquitecto.
No es la LUZ algo vago, difuso, que se da por supuesto porque siempre está presente. No en vano el sol sale para todos, todos los días.
Sí es la LUZ, con o sin teoría corpuscular, algo concreto, preciso, continuo, matérico. Materia medible y cuantificable donde las haya, como muy bien saben los físicos y parecen ignorar los arquitectos.
La LUZ, como la GRAVEDAD, es algo inevitable. Afortunadamente inevitable, ya que en definitiva, la Arquitectura marcha a lo largo de la Historia gracias a esas dos realidades primigenias: LUZ y GRAVEDAD. Los arquitectos deberían llevar siempre consigo la BRÚJULA (dirección e inclinación de la LUZ), y el FOTOMETRO (cantidad de LUZ), como siempre llevan el metro, y el nivel, y la plomada.
Y si la lucha por vencer, por convencer a la GRAVEDAD, sigue siendo un diálogo con ella del que nace la Arquitectura, la búsqueda de la LUZ, su diálogo con ella, es la que pone ese diálogo en sus niveles más sublimes. Se descubre entonces, precisa coincidencia, que la LUZ es la única que de verdad es capaz de vencer, de convencer a la GRAVEDAD. Y así, cuando el arquitecto le pone las trampas adecuadas al sol, a la LUZ, ésta, perforando el espacio conformado por estructuras que, más o menos pesantes, necesitan estar ligadas al suelo para transmitir la primitiva fuerza de la GRAVEDAD, rompe el hechizo y hace flotar, levitar, volar ese espacio. Santa Sofía, el Panteón o Ronchamp, son pruebas tangibles de esta portentosa realidad.
¿Podríamos entonces considerar ahora que la clave está en el entendimiento profundo de la LUZ como materia, como material, como material moderno? ¿No podríamos entender que ha llegado el momento de la Historia de la Arquitectura, tremendo y emocionante momento, en que debemos enfrentarnos a la LUZ. ¡Hágase la LUZ! Y la LUZ fue hecha. El primer material creado, el más eterno y universal de los materiales, se erige así en el material central con el que construir, CREAR el espacio. El espacio en su más moderno entendimiento. El arquitecto vuelve así, a reconocerse una vez más como CREADOR. Como dominador del mundo de la LUZ.”
Campo Baeza, Alberto. La idea construida. La arquitectura a la luz de las palabras. Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, 1998, pp. 55-56.
David García-Manzanares logra siempre emocionar con sus escritos
Garcia-Manzanares logra, como siempre en sus escritos, no solo dar una opinión sobre un edificio, sino reconstruirlo con palabras.