En la arquitectura reciente encontramos un recurso recurrente de transgresión figurativa. Su objetivo no es otro que poner en valor, enfatizar, los edificios que por su carácter y finalidad han de destacar en su entorno.
Es sabido que la principal virtud de la arquitectura es controlar la fragmentación. En definitiva, las cantidades. Existen numerosas leyes que vienen a definir las pautas frente a ésta cuestión básica.
Los estilos, las modas, han podido desarrollarse gracias a determinadas actitudes frente al problema de la fragmentación.
O la falta de ella.
Y es que, como si de faltas de ortografía se tratara, muchos edificios en los últimos tiempos han acudido a modificar intencionadamente el orden aprendido (y transmitido) de fragmentación con el único propósito de mostrarse diferentes. Con una presencia alterada.
Para provocar el extrañamiento
Es un procedimiento bastante eficaz pero, para tener éxito, ha de contemplar una gran dosis de pericia técnica.
Históricamente, la fragmentación de la arquitectura ha venido de la mano de los sistemas técnicos utilizados. De los modos de construir. La fragmentación de la piedra nada tiene que ver con la fragmentación de la cerámica, del hormigón o del acero. Y, de modo más reciente, la inclusión de materiales compuestos ha dado como resultado un sin fin de nuevas alternativas.
Construir un volumen extremadamente grande y continuo es complejo. No sólo por cuestiones prácticas sino porque en realidad a nadie se le escapa que en realidad sí necesita una fragmentación. Lo que sucede es que no se muestra. Es decir, supone conseguir un premeditado engaño a la percepción.
Del mismo modo, construir una pieza exageradamente fragmentada, supone un esfuerzo constructivo en resolución de juntas un tanto inverosímil. Lo que hace entender, de nuevo, que no estamos ante una fragmentación cierta sino ante una figurada.
Por ésta razón en la mayoría de los casos se cruzan estas intenciones. Lo muy grande se conforma con un sumatorio incontable de piezas pequeñas. Y viceversa, lo muy pequeño se consigue de manera práctica con imperceptibles piezas grandes.
La escala es siempre humana. Debe ser humana.
Explorar los límites es tarea de la buena arquitectura.
Y la búsqueda de una «nueva fragmentación» es parte del juego…
Sergio de Miguel, arquitecto
Madrid, marzo 2010