Cae en mis manos un elaborado dibujo de Juhani Pallasmaa.
Sobre la planta de la villa Mairea (1939), de Alvar Aalto, se superponen unas líneas de orden. Unas trazas.
Aparece una radiografía.
La que ha sido calificada como «la planta más bonita del mundo»1 se muestra despojada de su secreto. La partitura geométrica de su armónica figura queda desvelada.
Y sorprendentemente, – no lo parecía -, todo encaja.
Ninguna línea queda al arbitrio del libre y experimentado trazo manual del arquitecto. Cada forma, cada perímetro obedece, de algún modo, a un estricto y ordenado guión numérico.
La parte y el todo se corresponden como si de una frase se tratara.
No podemos por menos imaginarnos el tablero del arquitecto con un papel, un origen, y unas primeras y sencillas líneas. Cuadrados, diagonales, cantidades….
Y por encima la planta, la forma, la vida de la casa. Las decisiones.
La verdad, reconozco que el hallazgo me ha dejado frio. Prefiero el deseo a la pertenencia. La duda a la certeza. El hambre a la saciedad.
Cuántas veces se disfruta de mirar con admiración lo que provoca la belleza oculta. La indescifrable e inexplicable grandeza de las cosas.
La villa Mairea, y junto a ella las más importantes piezas de nuestra cultura, no deberían ser mostradas mediante radiografías.
Supone una obscenidad.
Sergio de Miguel, arquitecto
Madrid, marzo 2010
Nota:
1 Mítica clase de Gabriel Ruíz Cabrero en la ETSAM.