Luego de mis comentarios de las semanas anteriores aclaro que no estoy en modo alguno estableciendo parentescos directos entre arquitectos como Louis I. Kahn (1901-1974) y Óscar Niemeyer (1907-2012), quienes, siendo contemporáneos, siguieron rumbos antagónicos. Lo que sí he dicho es que ambos, junto a otros, y cada uno con su especificidad, son ejemplos del esfuerzo por ampliar y reinterpretar la tradición moderna.
Y su legado es disímil, un aspecto que no admite comparación. La contribución de Kahn al pensamiento sobre arquitectura es única. Sus aportes respecto a la organización del edificio y los fundamentos del diseño, que son técnicos (como lo de los espacios servidos y sirvientes, las juntas, el valor de la luz natural, la primacía de la estructura como origen de la forma) porque pueden ser utilizados como conocimiento compartido; sus elaboraciones de corte filosófico sobre su universo estético; su obra construida y propuesta; su labor docente, forman un corpus que llevó a nuestra conciencia aspectos que dormían en la tradición. Mientras que Niemeyer es un arquitecto que mira hacia sí mismo, para quien la obra es una experiencia estrictamente personal, sin que sea importante darle a ésta fundamentos susceptibles de ser asumidos por otros. En cierto sentido, si nos atenemos a la frase de Le Corbusier “nada es trasmisible sino el pensamiento“, de raíz Kantiana, lo que podemos aprehender para apropiárnoslo de un arquitecto como Niemeyer no es lo que dijo sino lo que su obra muestra. Y lo mostrado depende del observador, del que reflexiona sobre lo que ve; y en esa misma medida puede ser llamado subjetivo, íntimo, personal. No conocimiento.
Kahn trató siempre de trasmitir las razones que lo orientaban. Lo hizo revistiéndolas de un aura poético-filosófica muy coherente con su personalidad que manejó con enorme acierto. Su discurso era extraordinariamente atractivo y de hecho se convirtió, en esos tiempos de fuertes auto-cuestionamientos de la sociedad norteamericana (surgimiento del espíritu hippie), en una figura que en cierto modo se oponía también al status del mundo arquitectónico del momento. Surgió como pionero de una aproximación a la arquitectura menos dogmática, más tolerante, más abierta a motivos e impulsos que él incluía en la palabra inspiración y que se habían mantenido sepultados por el pudor racionalista. Eso capturó la imaginación y también un tipo de adhesión que tuvo rasgos militantes por parte de muchos que lo veían como intérprete del desencanto con las rigideces de la modernidad. Desencanto que desde los años setenta del siglo veinte en adelante tomó cauces muy diversos que en algunos casos condujeron a una especie de restauración de las banderas de la Academia decimonónica. Se hizo fuerte el revisionismo post-modernista y proliferaron de un modo extraordinario textos críticos que sentaron las bases para una visión más madura del tema urbano (por ejemplo los de Aldo Rossi) y una apertura hacia la diversidad que venía a ser como viento fresco que desmontaba prejuicios que, más que modernos, lo he escrito en otra parte, se debían a la expansión de una visión práctica, que si bien era parte del conjunto de ideas que definieron la nueva aproximación a la arquitectura, se basaba en principios que fueron simplificados interesadamente en provecho de los aspectos cuantitativos de la producción del edificio.
Como compensación de ese proceso de simplificación fue haciéndose intenso el deseo de ampliar las referencias que regían el trabajo de los arquitectos, de expandir su visión y hacerla más abierta a la complejidad. La obra de Kahn madura en ese escenario, donde ya habían hecho su aparición modos de ver que señalaban un desarrollo más diverso.
Kahn va planteando en su obra de un modo original una nueva forma de asumir la ordenación geométrica del edificio. Las plantas de las Torres Médicas, de los Baños de Trenton o de la Iglesia Unitaria de Rochester, muy asociadas a su concepción de los espacios de servicio y sirvientes, tuvieron un impacto decisivo porque fueron el origen de una síntesis formal nacida del orden del edificio y no del capricho expresivo. De allí en adelante fueron afirmándose en él preocupaciones nacidas del deseo de controlar la luz solar (en el Anteproyecto de la Embajada de EUA en Angola) planteando abiertamente el tema del control del deslumbramiento (glare en inglés), asunto no resuelto por los quiebrasoles de Le Corbusier, además del impacto en el calentamiento de la superficie de techo, un aspecto del mismo proyecto que fue muy publicitado.
Se fueron sumando además sus aportes en el uso de los materiales, el valor esencial de la luz natural, que ya mencioné, el rechazo al uso de plafones para enmascarar (uno de los mayores absurdos que hoy plagan la arquitectura del espectáculo) todos principios con consecuencias directas en el edificio que pueden llamarse éticos porque actúan como contención, como delimitación respecto a lo que puede hacerse.
Y también fueron apareciendo en su obra elementos puramente expresivos, por ejemplo una cierta obsesión con el círculo, el arco, el dintel tradicional; el muro ciego, masivo; la experimentación con formas geométricas que se intersectan como en las plantas de recintos amurallados. Interés especial en las viejas ruinas buscando claves formales que comparo con las que fascinaron al pintor francés Hubert Robert (1733-1808) llamado por sus contemporáneos “Robert des ruines“. Interés que motivó búsquedas sobre las tradiciones constructivas trasladadas, reinterpretándolas, a su arquitectura tardía, particularmente en sus experiencias de India y Bangladesh.
Seguiremos con el tema.
Óscar Tenreiro Degwitz, Arquitecto.
Venezuela, julio 2014,
Entre lo Cierto y lo Verdadero
Fotografías.
Las fotografías que semuestran en primer lugar parte de la fachada del Instituto de Gerencia de Ahmedabad, India (1962-74), de Luis Kahn, e inmediatamente un cuadro de Hubert Robert que resulta útil para ilustrar lo que digo sobre la fascinación de Kahn con las ruinas. A continuación, incluyo un dibujo de Kahn que ya publiqué anteriormente (11 de Septiembre 2008) que puede compararse con la foto siguiente, de Internet, que muestra el conjunto de la Catedral de Albi y el Palacio de la Berbie (hoy Museo Toulouse Lautrec) desde el mismo punto desde el cual Kahn hizo su dibujo en 1959. Albi no es una ruina pero sí, hasta cierto punto una fortificación (ese fue uno de los orígenes de la configuración del conjunto), y como fortificación tiene una presencia que remite a arquitecturas primordiales. Los dibujos de Albi (se conservan varios que han sido publicados) nos conectan con el interés de Kahn por las formas masivas de la construcción de mampostería de ladrillo, interés que se abre hacia asuntos centrales de la psique humana que trató de entender buscando incorporarlos a su arquitectura.
En Albi la ley del material, ladrillo, se manifiesta de modo rotundo definiendo una estética que aparte de ser única en la arquitectura medieval de catedrales se emparenta con esas arquitecturas anteriores que eran parte importante del mundo de referencias que Kahn evocaba.
Vale la pena hacer notar que el dibujo es de 1959, cuando Kahn ya era un hombre maduro, de 58 años. Se puede decir pues que esos apuntes muestran un interés que venía gestándose sin expresarse directamente en las arquitecturas que construyó. Sin embargo, en los esquemas preparatorios de esas arquitecturas, así como en los proyectos de mediados de los sesenta en adelante, pueden observarse huellas de la búsqueda hacia atrás en el tiempo que alimentó su lenguaje.
Siguen fotos del proyecto (dibujos y maqueta) de la Sinagoga Mikveh Israel de 1962, que nos llevan a la “figura” de la Bastilla de Robert, y al fragmento de fachada del Instituto de Gerencia. La penúltima (14) en la serie de imágenes es la de los primeros esquemas de ese Instituto, que datan de 1968-69, y son reveladores del proceso de maduración que habría de expresarse como lenguaje barroco, exuberante, en la Asamblea de Dacca, de la cual van (última foto) unos esquemas. De esa suerte de explosión formal en Dacca me ocuparé en entradas sucesivas.