En 1876 se publicaba por primera vez «The Hunting of the Snark«, un poema de Lewis Carroll con ilustraciones de Henry Holyday. Entre una serie de dibujos cargados de tinta, aparece como una revelación la carta de navegación «Ocean Chart», una suerte de mapa que incluye las orientaciones preceptivas o la escala, pero sin información visible en su interior: sin vestigios de tierra, sin marcas ni señales, sin coordenadas terrestres, sin referencias. Tan solo el mar.
Respetado el formato convencional, pero suprimidos los signos de fondo, el mapa se convierte en un verdadero instrumento fenomenológico: en él se encuentra el oleaje de las tormentas, el viaje saltarín de los delfines, la batalla naval de nuestros antepasados, el vuelo migratorio de las aves, el fondo marino del abismo virgiliano, o el reflejo de las nubes en el agua. En palabras de Fernando Pessoa
«Es muy difícil ver solo lo que es visible».
Como si los paisajes no pudieran explicarse tan solo por su realidad física, sino por su condición cambiante, su metamorfosis, su metafísica
«entendida en el sentido dinámico»1.
Es entonces cuando los mapas convencionales pierden su utilidad al configurar documentos acotados en torno a certezas geográficas o ecológicas, reductos incapaces de ofrecer una respuesta a las preguntas del tiempo. Por eso algunos mapas nos advierten e interrogan desde la claridad de lo incontinente, desde el espacio de todo lo sucedido o desde la inmensidad de aquello que aún está por suceder:
Algo todavía ocurrirá, pero dónde y qué.
Alguien saldrá a tu encuentro, pero cuándo
(y quién)
Wislawa Szymborska
Mapas en blanco.
Miguel Ángel Díaz Camacho. Doctor Arquitecto
Madrid. Diciembre 2014.
Autor de Parráfos de arquitectura. #arquiParrafos
1. Alain Roger, Breve Tratado del Paisaje, Madrid, Gallimard, 2007, pág. 13.