Hoy, queremos terminar de centrar esta bajada a tierra de nuestras “celestiales” ideas arquitectónicas. La sencillez en el lenguaje y el uso y abuso de metáforas para explicar la arquitectura serán la guía para de este pequeño texto.
Carlos Puente nos recuerda,
“Es bien sabido, que resulta más fácil usar un lenguaje complicado para explicar las cosas sencillas, que explicar con palabras sencillas lo que es complicado.
Por el prestigio que la oscuridad, como residuo del poder ejercido por la cultura, ostenta frente a la claridad, ¡es incluso difícil encontrar la sencillez explicada de manera sencilla!”
Esta debilidad a hablar para que no se entienda, no nace de manera espontánea, sino que se va fraguando de manera progresiva durante los años de escuela. Allí existe una tendencia casi esquizofrenia por contar enrevesadas historias.
De esta manera, se intenta respaldar la idea que se lleva entre manos, con el consiguiente peligro de que el proyecto quede convertido en una historia más o menos ingeniosa y compleja, sin nada más sustancioso donde poder hincarle el diente.
Ya lo decía San Agustín,
“en la sencillez está la virtud”.
Y esto lo podemos aplicar a la arquitectura y cada paso que damos en la vida. En el lenguaje no podía ser diferente, pero con la particularidad que muchas veces nos creemos con cierto dominio de las palabras, y en general los arquitectos no estamos especialmente dotados para ello (aunque a más de uno esta idea le parezca ridícula). Como bien decía Heidegger
“El hombre se comporta como si fuera el forjador y el dueño del lenguaje, cuando es éste, y lo ha sido siempre, el que es señor del hombre. Cuando esta relación de señorío se invierte, el hombre cae en extrañas maquinaciones”.
En muchas ocasiones, será la proyección mediática del proyecto lo que haga aparecer un lenguaje arquitectónico, muchas veces plagado de espectaculares metáforas, que harán las delicias del respetable. Por poner uno de los múltiples ejemplos de metáforas a posteriori, podemos rescatar del recuerdo el proyecto del museo de Cantabria de Tuñón y Mansilla y la asimilación de sus lucernarios a las lejanas montañas cántabras que se ven en el horizonte. Es curioso, que independientemente de que el proyecto esté mejor o peor, lo que puede hacer que realmente salga adelante es que sea entendible y comunicable por el político de turno.
Lo que está claro, es que nuestros edificios públicos muchas veces están plagados de excesivas historias, justificaciones y metáforas. Y nosotros nos preguntamos, ¿Acaso le importan a quien los habitará toda esta palabrería del arquitecto? Nuevamente la respuesta es que no. Así que el edificio proyectado deberá dialogar por sí mismo con el usuario, para ser capaz de emocionar y provocar un mundo realmente habitable en él.
¡Upps, se nos coló! Sabíamos que al final íbamos a caer, y es que ya lo dice Álvaro Siza, los edificios nos guste o no, NO dialogan.
Stepienybarno_Agnieszka Stepien y Lorenzo Barnó, arquitectos
Estella, Diciembre 2009