No todas las sillas son cómodas. Algunas son deliberada y profundamente incómodas. Es el caso de la eléctrica, una “creación” sobre la que Mary Bellis ha escrito en el marco de su trabajo sobre inventos e inventores. Es posible conocer todos los detalles de este diseño a través de “Edison and the electric chair: A Story of light and Death” de Mark Essig.
En 1886 el Gobierno Estatal de Nueva York abrió una comisión legislativa para estudiar formas alternativas de pena capital. En ese mismo momento Thomas Edison y George Westinghouse se disputaban el liderazgo empresarial en un sector económico nuevo: el suministro doméstico de electricidad.
Edison ofrecía el servicio de corriente continua mientras Westinghouse había apostado por la corriente alterna. La corriente alterna permitía hilos más finos y por tanto era más competitiva, sin embargo tenía un riesgo: daba calambres. Consciente de esta debilidad en la oferta de su competidor, Edison lanzó en 1887 una campaña de contrapublicidad en la que utilizando corriente alterna electrocutaba animales y los fotografiaba con el objetivo de alarmar a la población. La electrocución de un pequeño elefante -Topsy- adquirió el rango de espectáculo público con la presencia de más de 1500 personas.
1888 será el año en que la legislación del estado de Nueva York reconozca la electrocución como forma de ejecución de la pena capital. Edison lograba así asociar la tecnología de su competidor no ya con el peligro sino con la muerte. Contrató para ello a un técnico, Harold Brown, y a un médico Fred Peterson, que trabajaron en el diseño de la primera silla eléctrica.
El uno de enero de 1889 se realizaba la primera ejecución mediante electrocución. Westinghouse se había negado a suministrar generadores de corriente alterna para este fin pero General Electric -Edison+J.P Morgan- se encargó de que esta pieza fundamental de la silla no faltase.
Elías Cueto, arquitecto
Santiago de Compostela, marzo 2011
Publicado en Nº 313 [sillas…]